martes, 29 de abril de 2014

Sahra: más que un microcuento

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                               Sarah

Ese día, caminando por el malecón decidió no luchar más contra el deseo de aventurarse hasta las inmensas rocas, donde se le había advertido que no debía llegar. 

Antes le habían dicho lo mismo sobre su sueño de atravesar el desierto, arca de peligros inciertos. Aun así surcó las dunas de arena y conoció el polvo rojo que todo lo impregna y huele a leyendas.  

Así que bajó  las escaleras y por primera vez sintió la efervescencia de las olas del Mediterráneo bañando su rostro. Sonreía, mientras la brisa marina ondeaba su “hijab” como la más insigne bandera de paz.

Daritza Rodríguez-Arroyo  (Martes, 22 de abril de 2014. Bengasi, Libia)
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Relato: Sarah más que un microcuento

Ahora me queda todo muy claro. Ha debido ser que la esencia de alguna de ellas -de la más aguzada- andaba merodeando en el justo momento en que mi amiga Iris Miranda (poeta puertorriqueña) me invitaba a participar de “100 palabras por la paz”. 
¡Claro! No fueron mis palabras, fueron las de ella, portavoz de las voces de miles de migrantes que el desierto y el mar han silenciado. No digo que haya sido tanto como una psicografía, pero ciertamente al momento de escribir, vi la imagen de una mujer del desierto, de tez tostada, envuelta en telas negras, como las mujeres migrantes de Sudan, Nigeria, Somalia y otras tantas tierras africanas; mujeres que atraviesan el desierto del Sahara y luego el Mar Mediterráneo, arriesgando sus vida con el único propósito de vivir con dignidad.

Entonces esta mujer toda rostro y telas fue mi inspiración; mi piel fue receptiva al toque sutil que transmitió la historia de su travesía, de esa fuerza interna argamasa de sueños, esperanza y voluntad férrea que la sostuvo en medio de tanta inclemencia y que finalmente, independientemente de lograr llegar o no a su destino, la llevó a reconciliarse consigo misma. 

Sé que debió perdonarse por lo dejado atrás, pero igualmente complacerse en el vencimiento de sus temores, que también eran los del resto y siempre le parecieron más grandes que los propios. 

Me habló sobre lo vivido a cada paso y sobre su vista siempre puesta en el horizonte; entonces sonrió como pocas veces lo había hecho en el trascurso de su vida, debió solicitar que cerrara mis ojos, porque así lo hice. Se acercó y al oído me contó en susurros sobre su día en el malecón de Bengasi, allí donde en medio del caos, por primera vez fue libre y experimentó la paz.
Abrí los ojos y escribí.
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Entonces les cuento:

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En día martes le envié el microcuento a Iris y el jueves fui al mercado con mi esposo, le pedí que paseáramos por la calle Omar Al-Mukhtār en el barrio italiano del centro de Bengasi, una de mis favoritas porque además de la mezquita Atik, que es la más antigua de la ciudad, también hay varias librerías pequeñas en las que me gusta entrar a acariciar y ojear libros aunque no pueda leerlos por estar escritos en árabe.  

Allí también hay una tienda africana que siempre me ha llamado la atención porque se especializa en la venta de artesanías y artículos antiguos de decoración. Las veces que había estado por la zona, la tienda permanecía cerrada y mi esposo me había comentado que daba la casualidad que siempre íbamos en las horas de almuerzo.


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Esta vez vi la puerta abierta y corrí, temía que se cerrara antes de poder atravesarla.



Es un lugar mágico lleno de pinturas, réplicas de puertas árabes que cuando las abres resultan ser espejos que reflejan tu rostro, figuras, lámparas, cofres, baúles, faroles, vasijas, bandejas, ropas tradicionales… No hubo pieza que no toqué con asombro y curiosidad, que no oliera imaginando el entorno y las manos que la crearon. Mi esposo me seguía de cerca pero en silencio y el vendedor grandote con piel de ébano -que parecía una pieza más-  también me seguía con la mirada desde el fondo del local, tras la caja registradora rodeado de todo aquel arte que contaba historias de cualquier parte de Libia y toda África. 

Descubrí un tonel repleto de chucherías y me puse a curiosear, metiendo la mano, rebuscando con la insistencia de quien instintivamente sabe que dará con algo. Mis dedos tantearon una superficie algo tostada y rugosa, entonces halé un poco para ver de qué se trataba y allí estaba ella con su rostro tostado, pintado de desierto, con su mirada  convertida en una llama lánguida que desde las lamparillas de sus ojos aún cargados de sueños dice que no ha perdido la esperanza. 

Confieso que al principio no la reconocí, pero la quería. ¿Bekam Hada? Preguntó mi esposo. $35.00 LYD, contestó el vendedor. Pero recordamos que andábamos con el dinero contado para las compras del día, porque aquí en Libia todo se paga en efectivo y es preferible no andar con mucha cantidad en los bolsillos. Mi esposo me prometió que regresaríamos el sábado. De regresó al auto alcancé a ver el mar y la gente caminando por el malecón y fue en ese mismo momento en que comprendí lo que desde hace días venía ocurriendo, ahora todo tenía sentido. 

“¡Habibi! Era ella.” Exclamé emocionada. “¿Quién?” Preguntó mi esposo. “La mujer del desierto, la del microcuento. La máscara de cuero en la tienda africana, es la misma cara de la mujer que vi mientras escribía. ¿Recuerdas que te lo conté?” Mi esposo se quedó pensativo, “volvemos el sábado” dijo sin aventurarse en "mis fantasías".
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Y así fue, el sábado después del almuerzo volvimos al barrio italiano, cruzamos la plaza de la libertad Maydan al-Huriya frente a la mezquita y la antigua casa alcaldía. De lejos volví a ver la puerta de la tienda abierta, aligeré el paso y entré cruzando dedos en ambas manos. Estaba justo donde la dejé, sobre el montón de chucherías en el tonel del fondo.  La tomé en mis manos, sonreí y me la llevé al pecho como se hace con la gente que uno se alegra de volver a ver, miré a mi esposo y este a su vez miró al vendedor, que también permanecía en el mismo rincón donde lo habíamos dejado. 

¿Bekam Hada? Preguntó mi esposo. $35.00 LYD, contestó el vendedor. Comenzó el habitual regateo y al final la compramos por $25.00 LYD, aunque para mí tiene un valor incalculable que nada tiene que ver con dinero. Ahora la mujer del desierto, Ṣaḥrā, siempre está presente cuando escribo, junto al derviche turco y la bandera de Puerto Rico.

Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
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domingo, 27 de abril de 2014

Sobre la vestimenta (Primera parte)



Esta semana en "Viviendo Libia" sólo por elnuevodia.com: Sobre la vestimenta (Primera parte)

http://www.elnuevodia.com/blog-sobrelavestimenta(primeraparte)-1760711.HTML


                                             Judíos:


 
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viernes, 11 de abril de 2014

Las moscas kamikaze de Libia


Magnus Muhr
 Aquí en Libia las moscas son “zombies”. Las matas -se ven “bien muertas”- y como a los 20 minutos escuchas un zumbido y descubres que aquella mosca "bien muerta" que yacía patas arriba e inerte en el marco de la ventana -donde la atacaste con el insecticida- está surcando nuevamente los aires, invadiendo y violando tu territorio aéreo. He llegado a la conclusión de que el insecticida que estoy usando de fabricación alemana tiene propiedades increíbles. Puede ser, porque esos científicos alemanes son la changa, como decimos en Puerto Rico. Aparentemente estas moscas al entrar en contacto con el insecticida caen en una especie de catatonia para luego recuperarse totalmente vitalizadas, como si se tratara de una resurrección. Lo peor del caso es que tras ese lapso de acinesia las muy condenadas se tornan agresivas y aunque te vean con el “mata moscas” o lata de insecticida en mano, con el dedo en el pulsador decidida a disparar, se lanzan sobre ti, siempre en dirección a la cara en clara misión “kamikaze “. ¡Lo que hace el aislamiento prolongado! Ya estoy en guerra declarada contra las moscas libias y parte de mi tiempo lo dedico a diseñar estrategias de captura y ataques, sobre todo cuando les adivino las intenciones de rebasar los límites de la habitación en dirección al pasillo central para intentar penetrar en el espacio aéreo de la cocina. Indudablemente, ya es hora de que Marido regrese.
 
Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
 
Fotos de: Dead Flies Art. Magnus Muhr is a Swedish photographer who presents a funny and creative gallery containing collected dead flies





 

miércoles, 9 de abril de 2014

Éste es mi presente y a Dios doy gracias


Foto tomada del Internet: Esposos
Creo que una de las satisfacciones más grandes en el matrimonio, es poder tener una conversación con tu pareja de forma inteligente, interesante y amena. Con esa satisfacción me dormí anoche después de finalizar la vídeo llamada que entró desde el Sahara. Con esa misma satisfacción  desperté hoy a las 04:54am cuando el almuédano proclamaba a los cuatro vientos desde el alminar; “¡Allahu Akbar! ¡Allahu Akbar!” Nunca antes había sentido por un hombre la admiración que siento por mi esposo. A dieciocho meses de matrimonio -once de estos en convivencia- sigo encontrando que es humanamente maravilloso y maravillosamente humano; mi mejor amigo, mi compañero, mi amado. De personalidad interesante, de presencia enigmática, inteligente, valiente para las cosas del amor, serio para el compromiso, responsable para con sus obligaciones, divertido cuando se lo permite, tierno cuando es necesario, buen hijo, buen hermano -quizás demasiado-, el mejor de los tíos y un esposo que Dios envió a mi vida cuando menos lo esperaba. Yo decidí aceptarlo y con alegría he descubierto que mi vida junto a él, supera los anhelos que albergaba mi corazón de mujer. Como siempre digo, la perfección no es de este mundo, pero junto con mi familia, mi esposo, un hombre de corazón noble es mi más preciado tesoro. No conozco el futuro, pero este es mi presente y a Dios doy gracias.  –Aziza-

*Glosario:

-          Almuédano: Término español proceden del árabe مُؤَذِّن [mu'aḏḏin]) o "gritador". miembro de la mezquita encargado de realizar la llamada a la oración o adhan cinco veces al día, con frecuencia desde la torre o alminar.

-          Alminar: Alminar o minarete son los nombres con que se traducen en las lenguas romances la palabra árabe منار (minar o manār), que designa a las torres de las mezquitas musulmanas.

-          Allahu Akbar: Al·lahu-àkbar (en árabe: الله أكبر, Allāhu akbar, «Dios es [el] más grande»). Esta expresión de fe se conoce como takbir (en árabe: تكبير, takbīr). Es recitada por los musulmanes en muchas situaciones diferentes: para expresar la alegría, en signo de aprobación, para alabar un orador, como grito de batalla o para darse ánimos en caso de grandes problemas. Igualmente, a menudo en vez de aplaudir, alguien grita «¡takbir!» y la multitud responderá en coro «Al·lahu-àkbar» Como expresión formal de fe, el takbir es la primera frase de la llamada a la oración (àdhan) dicha por el muecín. Es la expresión que se utiliza para indicar que la oración comienza (iqama) y después se repite para indicar cada etapa de la oración.

Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.

martes, 1 de abril de 2014

¡A sacar la cara!


 
 Ya comencé a guardar los abrigos y a sacar la ropa un poco más ligera. Total que aún tengo por delante 14 días hasta el regreso de Habibi, mientras tanto el aislamiento, que en lo posible trato de hacerlo productivo, me permite vestir  como se me antoje. De todos modos ya no preciso las prendas de lana que estuve usando desde noviembre cuando llegué de mis vacaciones en  Puerto Rico hasta ahora; prendas sin las que me hubiese muerto porque soy “caribeñamente” friolenta. Total, que dentro de muy poquito me leerán lamentándome del calor infernal que en ocasiones llega hasta los 115° y no estoy hablando de sensación térmica. Pero no voy a pensar en eso porque de hacerlo me sofoco y se supone estamos en primavera. Mañana a la que salga el sol, me envuelvo la cabeza en algún velo y me arriesgo a abrir la ventana que da para el jardín. Quiero sacar la cara para sentir el sol y la brisa fresca que abanica las ramas ya engalanadas del único patio verde en muchas cuadras a la redonda. Así como cuando era niña, que tan pronto ponían el carro en marcha sacaba medio cuerpo por la ventana para desafiar la fuerza del viento y sentir el fresquito en la cara.





Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.