jueves, 25 de septiembre de 2014

Estamos bien pero, ¿y la basura qué?






4to. Día: Desde anoche deje de sentirme como Macaulay Culkin en Home Alone; ya extraño mucho a Marido. Especialmente al momento de comer  o ver televisión en las noches. Me llama cada día, en las tardes, sabemos que estamos bien pero no es suficiente. Sé que le preocupa que es la primera vez que se va al desierto y yo quedo distante del círculo familiar, mientras que de mi parte es la preocupación de siempre, sobre la inseguridad y violencia que se vive en el país y de cómo eso suele afectar las instalaciones de petróleo y gas en el desierto. Esperemos que estos días se hagan cortos, mi esposo esté seguro concentrado en su trabajo y yo pueda mantenerme aquí con la mente ocupada.

Ayer se comunicaron Farej y su esposa Reem, los sirios. Querían saber si necesitaba algo y recordarme que Hani los había encargado en caso de que sucediera o yo necesitara cualquier cosa. En la noche Husán y mi cuñada Fatin también se comunicaron por los mismos motivos. Hasta ahora no necesito nada, todo marcha bien, pero mi única preocupación es el asunto de la basura. Cuando vivía en la casa familiar yo colocaba la bolsa de basura en el descanso de la escalera y una de las hermanas solteras de mi esposo, la que se encarga de todo lo relacionado al jardín subía sigilosamente y disponía de la misma quemándola en el exterior de la casa. Es la manera en la que se manejan los desperdicios aquí en Bengasi, pues desde la revolución el recogido de basura y todo lo relacionado con sanidad pública, mantenimiento y ornato han quedado un tanto a la deriva. Cuando los trabajadores de sanidad no reciben sus sueldos en el periodo de dos o tres meses se van al paro, o sea de huelga, como corresponde. Entonces quienes no viven en áreas rurales con posibilidad de hacer hogueras para manejar los desperdicios, se ven obligados a improvisar vertederos en las avenidas principales o en terrenos baldíos circundantes a los barrios o en dirección a las afueras de la cuidad.

Cuando le pregunté a mi esposo cómo hacer con el asunto de la basura se llevó las manos a la cabeza. Me dijo que le pediría a Fatin y a Husán que viniesen cada dos días a recogerla, pero le pedí que no lo hiciera, pues ellos viven en el mismo barrio que el resto de la familia, a unos veinte o treinta minutos en las afueras de Bengasi y además ella está embarazada en condición de alto riesgo; tienen dos niñas hermosas e inteligentes, pero andan buscando el varón y los últimos tres intentos se han malogrado. ¡Dios sabe más! Esperemos que esta vez podamos celebrar la llegada de un nuevo sobrino.  

En fin, que la orden de mi esposo fue no salir sola y no abrir la puerta o hablar con nadie que no sea parte de la familia o los amigos más cercanos como Farej y su esposa y cualquier miembro de la familia Shehabi. Decidimos que colocaría la basura en bolsas dobles y evitando líquidos dentro de ellas, en el balconcito que da al “mini salón”. Si me visita alguien de los autorizados aprovecho y como un asunto casual le pido que se lleven las bolsas, lo contrario es esperar a que mi esposo regrese.

He pensado en la posibilidad de cubrirme bien y caminar hasta la avenida que esta apenas doblando la esquina, como hace mi esposo cada noche; sólo a dejar la basura y regresarme sin hablar o mirar a nadie, lo haría de día, pero me preocupa que algo imprevisto suceda, las cosas se salgan de mi control y suceda algún infortunio. Además mi esposo es amoroso, pero como todo ser humano cuando se enoja con razón, hay que dejarle el canto. Así que ni lo intento. Siempre le reclamo a mi esposo, “Mira, hay mujeres solas en las tiendas, caminando por la calle” y me dice, “Claro, mujeres mayores, vestidas con niqab y que no son extranjeras. Cualquier cosa que pase tienen un esposo libio y el respaldo y protección de toda una familia libia”. Después de escuchar eso recapacito, no estoy aquí para cambiar la idiosincrasia libia, nuestra estadía aquí es temporal, y mi esposo, que tampoco es libio, siempre prioriza la seguridad y tiene razón. Aun así me he imaginado saliendo de tiendas sola vestida en “niqab”, sin hablar y mirando sin ser vista tras las telas oscuras, así como me miraba la “Munacabat” del autobús en el aeropuerto de Estambul. Pero tranquilos, sólo sucede en mi imaginación, no voy a salir sola y mucho menos en ausencia de mi esposo.

Aquí les comparto fotos que lastimosamente evidencian la ausencia de conciencia ambiental de los habitantes de Bengasi, siendo este en mi opinión, uno de los problemas más grandes que enfrenta esta ciudad después del asunto de seguridad y violencia.  


Avenidas principales de la ciudad de Bengasi a 3 semanas de la huelga de los empleados de sanidad.

 
Complejo Juliana y alrededores de la ciudad de Bengasi.

 * Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.

 *Un blog se alimenta de los comentarios de sus lectores, no dejes de compartir el tuyo*

                                                               ¡Shukran!

Búscame en Facebook: https://www.facebook.com/losrelatosdeaziza

miércoles, 24 de septiembre de 2014

¡Abla! ¡Abla!

       
La niña en el balcón. -María José Pozo Cantador en www.artelista.com


08:09 p. m.: Estuve sin dormir unas 25 horas, suele suceder cuando Marido viaja. Me quedé dormida como a eso de las 3.00 p.m. y desperté a las 5:00 p.m. porque sentí calor; corte de electricidad. Me puse a dibujar, pero el interior del apar...tamento ya estaba medio oscuro así que abrí las celosías, las puertas y las ventanas para que el aire y la luz entraran filtrados por las cortinas que evitan ser vista desde otros edificios. Noté que los balcones estaban mugrientos por el inevitable polvo rojizo que llega del Sáhara en forma de siroco y cubre todo lo que quede a la intemperie. Pues ya que andaba desocupada y sin Internet me envolví en todos los paños que hay que envolverse y me puse a lavar los dos balcones a cubetazos y escoba.

Había dos jóvenes en la azotea del edificio de enfrente, otros dos en un balcón y un hombre en la entrada. Todas las ventanas y puertas estaban abiertas y las cortinas danzaban contestas al compás del ligero viento fresco que se comienza a sentir en el norte de África a mediados de septiembre. Esta vez fue diferente, no me incomodaron tanto las miradas, quizás porque ya sabía a lo que iba o porque estos jóvenes parecían estar muy metidos en sus conversaciones. Hice lo propio, enfocarme también en lo mío y cuando estaba lavando el balcón de mi dormitorio escuché una vocecita suave y dulce a cualquier oído. ¡Abla! ¡Abla! *Palabra del idioma turco adoptada por los árabes y que equivale a decir ¡Señora! en idioma español.

Al voltearme allí estaba ella, intentando iniciar conversación de vecinas desde el balcón del edificio aledaño. Tendría unos tres años de edad, con carita de manzana silvestre, ojos oscuros de muñeca, la piel como la nata y el cabello también oscuro y ondulado. Intentó decirme algo mientras sus manitas regorditas se aferraban a las rejas. No me atreví a hablar para no llamar la atención de alguno de los padres. Sólo le dije casi susurrando de reja a reja; ¡Helwa! Que quiere decir "linda" o "dulce". Seguí limpiando y ella extravió la mirada en algún punto no definido para mis ojos a través de la calle.

En la esquina un tanto retirado, había un grupo de hombres jóvenes y escuché cuando entre ellos en forma de broma se preguntaban unos a otros, "How are you? How are you?" Sí, en inglés. Quiero pensar que fue pura coincidencia. Terminé con el lavado de los balcones, quise decirle adiós a mi chulería de vecina pero de seguro ya estaba entretenida viendo la tele, debió esfumarse cuando los postes de la calle y las ventanas de todos los edificios se encendieron de forma sincronizada, dándonos la sorpresa y llenándonos de júbilo al avisarnos que había llegado la luz, como cuando se encienden las velitas sobre un pastel de cumpleaños y todos sonreímos aplaudiendo como foquitas . Ahora con los balcones limpios, ventanas y puertas herméticamente cerradas y unidad de aire en 18º, sólo me resta desearles a todos…

Tesbah ala al-khair (تصبح على الخير). Buenas noches!!!


* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©. 

*Un blog se alimenta de los comentarios de sus lectores, no dejes de compartir el tuyo*
                                                               ¡Shukran!

Búscame en Facebook: https://www.facebook.com/losrelatosdeaziza

martes, 23 de septiembre de 2014

Encuentro cercano del cuarto tipo: Clasificación "G"



*Encuentro cercano del cuarto tipo: Clasificación “G” es la segunda parte de una serie de dos relatos, titulada “Encuentros cercanos” de la cual “Encuentros cercanos del tercer tipo” es la primera parte. Visitar el enlace para leer la primera parte de este relato: http://losrelatosdeaziza.blogspot.com/2014/09/encuentro-cercano-del-tercer-tipo.HTML
 

El ufólogo estadounidense, Ted Bloecher propuso dividir los encuentros cercanos del tercer tipo de la escala original propuesta por el ufólogo Hynek en siete subtipos específicos, en los cuales el “G”  se refiere al secuestro o "abducción" (abduction).

De esta manera un “encuentro cercano del cuarto tipo con clasificación “G” responde al acto en el cual uno o más seres extraterrestres toman a un ser vivo terrestre contra su voluntad, lo secuestran y lo llevan a algún sitio determinado, generalmente a su propia nave espacial.”

Referencia: http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada Nota: La mayoría de la información consultada en Internet son fragmentos de la información disponible en “Wikipedia: la enciclopedia de contenido libre que todos pueden editar.” Por tanto la veracidad de la misma debe ser verificada por quienes estén interesados en el tema de los “Encuentros cercanos” y su sistema de clasificación.

 

Aún no me recuperaba de la impresión del tendido de ropa, de hecho, seguía vestida de “abaya” y con el “hijab” puesto cuando el timbre sonó. Durante doce días el único que había tocado a la puerta había sido mi esposo, pues en ocasión de salir y yo quedar sola en casa, acostumbra dejar una llave dentro de la cerradura desde el interior para asegurarse que nadie pueda manipularla desde afuera. Fui directamente a la habitación donde se encontraba y le pregunté si esperaba a alguien. Sin levantar la vista del mueble que estaba ensamblando  me contestó que no. El timbre continuaba sonando insistentemente y en lo que mi esposo se puso en pie para vestir su “jalabiyah”, se me ocurrió adelantarme para llegar al recibidor y echar un vistazo por la mirilla de la puerta. *”jalabiya” es una túnica larga, vestimenta tradicional para hombres en muchos países de oriente. Alcance a ver que eran mujeres, dos rostros desconocidos. Entonces a toda prisa me regresé a la habitación para decirle a mi esposo que quienes tocaban a la puerta eran dos mujeres desconocidas.

-         En ese caso abre y atiéndelas. Me dijo despreocupado mientras se quitaba la “Jalabiya” que ya vestía.

-         Pero es que no las conozco. ¿Cómo les voy a abrir? Protesté.  

-         Son mujeres. ¡Atiéndelas! Dijo del todo despreocupado mientras se disponía a continuar con el ensamblaje.

-         ¿Atiéndelas? ¿Se te olvida que no hablo árabe? Además, ¿cómo viene gente sin ser invitada, sin saber si uno los puede atender? ¡Esto es lo último! Cantaleteaba  yo mientras recorría el pasillo resignada a recibir a dos extrañas  y rogando que alguna de ellas hablase inglés. El timbre no había parado de sonar y ahora parecía que el dedo de una de ellas se había quedado pegado. Justo cuando pasaba frente al espejo del mueble del pasillo escuché a mi esposo que me voceaba desde la habitación;

-         ¡Cúbrete!

Sin detener el paso me miré al espejo  y pensé en voz alta para que Marido escuchara; ¿Acaso se puede estar más cubierta? En aquel momento recordé a las “Munacabát” envueltas en su “niqab” negro elevándose como cometas al aire. También recordé las mujeres de Afganistán en sus “burkas” azules levantando el polvo de las calles de Kabul a cada paso. Entonces sin proponérmelo me vi consolada en lo que para algunas puede significar una desdicha; me reproché a mí misma mientras aligeraba el paso.

De camino al recibidor y al son del timbre, que para colmo tiene como único sonido uno que imita el frenético trinar de un canario, cerré la puerta que conduce al pasillo central y a las áreas más íntimas del apartamento. Atravesé el salón familiar que en nuestro caso y por falta de espacio también hace de salón para mujeres, cerré la cortina de acordeón que lo separa del salón comedor y de lo que será el “mini salón” para hombres e hice lo propio con la puerta que quedó a mi espalda. De esa manera quedé encapsulada en el pequeño pasillo que sirve de recibidor y conecta la entrada a los dos salones. Aguanté el paso y en lugar de moverme decidida, me desplacé lentamente hasta que irremediablemente quedé frente a la puerta principal; del otro lado las dos mujeres. Volví a observarlas por la mirilla, cuchicheaban, se veían graciosas como la gente que se mira en las paredes de la casa de los espejos que colocan en las ferias. Ya saben, rostros y siluetas deformes, quería seguir observándolas así desde el clandestinaje -al parecer le he cogido el gusto a lo de “ver sin ser visto”- pero una de ellas volvió a tocar el timbre devolviéndome de inmediato a mi realidad; enfrentaba un dilema que por más insignificante que pareciera, lo cierto era que había sido capaz de robarme la paz. Estuve a punto de persignarme y abrir la puerta pero en lugar de ello, corrí a la habitación nuevamente.

-         Esto no va a funcionar. Si ellas no hablan inglés como quiera tendrás que salir y atenderlas tú, que eres el único que habla árabe en esta casa. Argumenté con firmeza en un último intento por convencer a mi esposo.

-         Aziza, son mujeres. Alegó mi esposo ya algo incómodo. -No es correcto que estando la mujer de la casa, el hombre sea quien reciba a mujeres desconocidas. Yo debo permanecer en la habitación mientras dure la visita. Concluyó, mientras el sonido del timbre ya lo ocupaba todo.

 

Una vez más recorrí el pasillo, atravesé los salones abriendo y cerrando puertas, me ajusté el hijab, coloqué la mano sobre la perilla  y cuando la giré hacia la derecha apenas abrí lo suficiente como para asomar mi rostro de manera discreta.

 

Era una mujer que aparentaba estar en el ocaso de sus cuatro décadas acompañada de una adolescente. La joven sonreía fresco y espontaneo, contrario a la que presumí era su madre, ésta lo hacía  sin poder disimular la incomodidad de la espera y supongo que con calambre en el jodido dedo índice que de milagro no se le quebró tocando el timbre. Imagino mi sonrisa, tan o más incómoda que la de la madre. Me hubiese gustado observar el momento desde un plano superior captando las tres sonrisas del encuentro. Nuestras sonrisas debieron surgir por combustión espontánea al cruce de miradas; las de ellas han quedado grabadas en mi memoria, pero a su vez, ellas poseen la única imagen de mi mirada, y ese chispazo que hace que los labios se extiendan figurando o desfigurando el rostro con algo que lo mismo puede ser una sonrisa espontanea como una mueca de vaga pretensión a sonrisa. Cualquiera que sea el caso lo realmente maravilloso es que ambas situaciones comunican. Son reacciones espontaneas, imágenes únicas e irrepetibles porque quedan registradas en los archivos personales, algunas veces secretos, de nuestras memorias. Es realmente fascinante el cosmos de la comunicación no verbal y de los archivos de la memoria humana.

 

-¡Salam aleikum! Dije a la vez que asomaba el rostro.

-¡Aleikum Salam! Contestaron ellas a la vez que la mujer empujaba la puerta para abrirse paso, mientras que yo en total reserva trataba de evitarlo.

 

En inglés les pregunté quiénes eran,  que cómo podía ayudarlas, mientras continuaba empujaba discretamente la puerta tratando de evitar que las mujeres entraran al apartamento sin antes identificarse. En medio del pulseo me pareció escuchar que la joven intentaba comunicarse en inglés, mientras la madre no paraba de hablar en árabe, con una cara notablemente desencajada, empujando cada vez más fuerte la puerta y decidida a entrar. Mi desconcierto era evidente y la joven estaba desesperada, nerviosa, intentaba en vano darme una explicación, contestar mis preguntas. Fue un momento muy confuso, comencé a gritarle a mi esposo para que me socorriera, mientras seguía intentando evitar que las mujeres entraran al apartamento. ¡Cosa de locos!

Entonces escuché que mi esposo hablaba en árabe tras la puerta del pasillo que da a la cocina, mientras la mujer le contestaba en voz alta ya con medio cuerpo dentro y yo aún en actitud de resistencia, presionando con todo mi cuerpo para que las invasoras no ganasen más terreno. La conversación a distancia entre mi esposo y la mujer duró muy poco, sin verse las caras. Me mantuve a la espera de alguna orden, pero para mi mayor desconcierto escuché los pasos de mi esposo que se alejaban en dirección contraria a la zona de conflicto, o sea, de vuelta a su habitación, de retirada. Por algún motivo baje la guardia, mientras la mujer al verme desprotegida, abandonada a mi suerte en el campo de batalla envistió la puerta con toda su fuerza ordenándole a la joven que no se quedara parada en la puerta, que entrara. Sí, que entrara. La mujer ni corta, ni perezosa con cara de victoriosa encendió la luz del recibidor, se quitó los zapatos y colocó su “abaya” en el perchero que está junto a la zapatera; lo mismo que hago yo al llegar a casa. Mientras se ponía cómoda, seguía hablando y la niña tenía la cara colorada, me miraba, balbuceaba un inglés que yo no entendía y se desesperaba por no poder explicarme lo que sucedía. Juro que nunca antes el dicho de “Como Juan por su casa” tuvo tanta validez como ese bendito día.

De alguna manera ellas quedaron delante y yo detrás, debí estar en una especie de “shock” para que en medio del “vodevil” en el que inesperadamente me vi atrapada resultara que la mujer era la que me hacia señas desde la puerta del salón principal para que yo entrara. ¡Ja! Reaccioné de inmediato, la rebasé, me atravesé de frente aferrada al marco de la puerta, con los brazos extendidos en forma de barricada humana y actitud de “por aquí no pasan” o “sobre mi cadáver”.

La mujer contorsionó el rostro, se desfiguro, volteo los ojos de una manera que ni siquiera Linda Blair en el Exorcista pudo hacerlo mejor. Estaba molesta, hastiada de la situación. ¿Si así se sentía ella, cómo podía estar sintiéndome yo? Les decía que no podían pasar sin decirme quienes eran, qué querían. La mujer le reclamaba a la niña y la niña finalmente pudo decir;

-we live here.

- You live here? How is that? I live here. Le dije yo.

Les volví a pedir de favor que no entraran, que iba por mi esposo, que esperaran en el recibidor. Cerré la puerta del salón principal dejándolas prisioneras en la capsula que se forma al cerrar la puerta principal, la del pasillo y la del salón y corrí a la habitación; necesitaba que mi esposo me explicara lo que estaba ocurriendo.

Tranquilos, no se trataba de una primera esposa e hija que hasta entonces mi esposo árabe-musulmán había mantenido oculta… ¡No sean morbosos! Eran Fariha y Munira, la dueña del apartamento y su hija, o sea, era la arrendadora. Mientras mi esposo me explicaba que cuando se acercó a la puerta del pasillo sin dejarse ver, ella se identificó y él le indicó que entrara (olvidando configurar los subtítulos de la conversación en inglés para los que no entendemos árabe), yo sólo recordaba los tres días que pasé limpiando la mugre del baño y la cocina, junto con el juego de mapo y escoba que había tenido que botar porque de volverlos a usar en lugar de limpiar, ensuciarían. Quedé de una pieza. Y disculpen la expresión  pero es necesaria; ¡Carajo! ¿Por qué no avisar si tienen nuestro teléfono? ¿Por qué entrar así como si se tratase de un asalto o un secuestro? Y todavía a mi esposo se le ocurre contestarme;

-Porque es su casa. Mientras se ponía de nuevo la “jalabiyah”

-¿Su casa? Su propiedad sí, pero su casa no porque tenemos un contrato y pagamos renta. ¡Falta de respeto! Si necesitan algo tienen que llamar, avisar que vienen, decir a qué vienen y si estamos disponibles entonces se reciben”.

-Helloooo Aziza! You are in Libya. Hazlas entrar al salón pequeño, cierra la cortina de acordeón que yo les hablo desde el otro lado. Propuso mi esposo mientras ambos salíamos de la habitación en dirección al calabozo donde yo las mantenía detenidas y neutralizadas.

Cuando llegamos al pasillo fuimos sorprendidos por una emboscada, madre e hija se encontraban cómodamente sentadas en el salón familiar, el que queda de frente al pasillo y a la cocina. De inmediato mi esposo volteó el rostro y saludó con mucho respeto pero sin mirarlas a la cara. Mi esposo tradujo durante los primeros cinco minutos de la conversación, pero tras aclarado el “mal entendido” y yo disculparme por no haberles permitido la entrada e incluso dejarlas encerradas en el pasillo, mi esposo les pregunto si querían café, yo propuse jugo y ellas aceptaron el ofrecimiento del jugo; después de tamaño espectáculo para lo menos que estaba yo era para estar sirviendo bebidas calientes. Mucho menos el café que se prepara aquí y al que sin importar la marcan llaman Nescafé, que instantáneo y mezclado con azúcar se bate a mano hasta conseguir a fuerza de mollero y muñeca una crema espesa con color y sabor a caramelo, para luego batir la leche a fin de que el invitado lo saboree, caliente, dulce, cremoso y espumoso. ¡Que beban jugo!

Bueno en resumen, porque de sólo recordar el incidente  se me sube la presión. La conversación se dio entre mi esposo y ella; la mujer de lo más parlanchina y deleitada, mi esposo evitando la mirada como mandan las buenas costumbres de todo árabe-musulmán. ¿Qué hacía yo? Pues parada sobre los cojines, sonriendo, guardando las apariencias ante las miradas escudriñadoras de la joven que estaba evidentemente fascinada con la mujer que el padre les había dicho que era extranjera, que no hablaba árabe y que por fin tenía frente a sí. Y ante la madre de ésta, que bien pudo habernos entregado unos cuestionarios y darse por servida. Estos son los momentos en que de alguna manera agradezco no comprender, ni hablar árabe a fin de evitar desgracias.

A continuación la lista de preguntas y comentarios:

·        ¿Ella no habla nada de árabe?

·        ¿De dónde es? *Fue la primera vez que mi esposo contesto que de Puerto Rico y no de América en referencia a Estados Unidos. Luego le pregunté a qué se debía y me contestó que era para evitar verme en un vídeo por “YouTube” donde me estuviesen degollando. ¡Quedé bruta!

·        ¿Cómo se llama?

·        ¿Cómo se conocieron?

·        ¿Por qué no una palestina o una libia? *Mi esposo contestó “Maktub”. ¡Destino! Y digo yo acá entre nos; ¿Y por qué no una extranjera?

·        ¿Sabe cocinar? ¿Te hace comidas árabes?

·        ¡Mashallah! Nos recibió vestida con abaya y hijab. *mashallah se puede utilizar en expresión de admiración.

·        ¿Cuánto tiempo piensan vivir el apartamento?

·        Mi esposo no consultó conmigo el asunto de la renta. $600.00 LDN es muy poco, yo tenía proyectado unos $700.00 LDN y cinco meses por adelantado en lugar de cuatro porque el apartamento es mío.

·        ¿Ustedes tienen carro? ¿Han tenido problemas de estacionamiento? Porque yo tengo carro (la mayoría de las mujeres en Libia no manejan) y siempre estacioné justo frente a la entrada del edificio. *Mi esposo dice que sólo quería enterarnos que ella contrario a la mayoría tiene auto y maneja.

·        Estoy muy molesta con mi hija, se supone ella pudiese sostener una conversación con su esposa porque para eso se le paga un colegio privado donde estudia inglés. *La niña con su carita aun roja, sonriendo pasmada, avergonzada.

·        Caminando hacia la cocina; -¡Masha Allah! Tu esposa es una mujer muy limpia. ¡Muy limpia! * ¡Claro! Para algunos la limpieza mínima y básica puede resultar sorprendente y admirable. Recordé aquello de “Marmol por fuera, ceniza por dentro”.

·        A pesar de ser americana tiene cara de libia. *Sonreí prefiriendo mirar a Munira la niña.

·        Caminando hacia el baño; “El baño necesita mantenimiento, es necesario instalar todo nuevo, pero me imagino que si ustedes hicieron un contrato de sólo cinco meses no van a entrar en esos gastos, aun así deberían instalar un extractor de aire en la cocina. *Agraciadamente mi esposo es un hombre educado y respetuoso, conoce el arte de callar y yo no hablo árabe y no se me tradujo al momento. ¡Dios sabe más!

·        Durante 16 años mi familia y yo fuimos muy felices en este apartamento, lo cuidamos mucho, nos ha dado sentimiento tener que dejarlo en manos de otras personas, espero que ustedes también sean muy felices en él y lo cuiden, necesita que se invierta dinero en él, reparaciones, remodelar y ese tipo de cosas simples. *¿Cosas simples? ¿Lo cuidaron mucho? Y espera que lo que no hicieron ellos en dieciséis años lo hagamos nosotros, los arrendatario por cinco meses. ¡Tremendooo!

·        ¿Ella tiene estudios universitarios?

·        ¿A qué se dedicaba en su país? *A mi esposo le pareció conveniente decir Recursos Humanos y Hotelería en lugar de Inspectora de Casinos y terapista de Reiki, mientras me miraba rogándome que no solicitara traducción, que no interviniera, que él se encargaba.

·        ¿Sabe manejar? ¿Tenía auto en su país?

·        ¿Qué dice su familia de que viva aquí en Libia?

·        ¿Es musulmana? *Está pregunta en sociedad es capaz de desfigurarle la cara a mi esposo quien siempre traga hondo y contesta, “estamos en el proceso”.

·        Es una pena que como esposo no la hayas enseñado árabe en todo este tiempo.

·        ¿Piensan tener hijos?

·        Bueno, ya es tarde. Voy a visitar a todas mis vecinas del edificio (son tres) pero olvidé decirles que vine a llevarme las cortinas y el mueble del pasillo. ¿Puedes desmontar las cortinas?

Cuando mi esposo escuchó lo de las cortinas y el mueble olvidó las buenas costumbres y la miró sobrecogido por la incredulidad. También me miró a mí que no tenía idea de lo que sucedía. Hasta entonces ella había interrogado a mi esposo sin que yo interrumpiese solicitando traducción a pesar de la evidente incomodidad de mi esposo. Pero cuando advertí la cara de “¿En serio?” de mi marido ante el requerimiento de las “benditas cortinas”, le pregunté qué pasaba. Con temor a mis reacciones caribeñas, me informó lo de las cortinas y el mueble en tono de “por favor mantén la calma, no pasa nada”. A mí el asunto me pareció una soberana cabronada, tomando en cuenta que la renta se fijó con muebles incluidos, de los cuales les pedimos se llevaran todos los que estaban rotos, mugrientos, muy usados y con olor a gente. Aun así opté por sonreír. Bueno, esbocé una mueca con pretensión de sonrisa que seguramente me desfiguro el rostro y envió un mensaje claro de incomodidad y disgusto. Entonces tras pronunciar un despechado “taman!” tomé una bolsa plástica, me dirigí al mueble del pasillo y me dispuse a vaciar las gavetas y colocar nuestras pertenencias en la bolsa. *Taman es una palabra turca que equivale al “Ok!” y ha sido adoptada por los árabes. Cuando la jovencita me vio vaciando las gavetas murmuró con evidente compasión; “La, la, la!” *”la” significa “no” en idioma árabe. Le susurró algo a la madre. Estaba sonrojada, se notaba extremadamente avergonzada y hasta conmovida. Entonces le dijo a la madre algo relacionado a las cortinas y el salón árabe -que mandamos a hacer y aún no han entregado-. La madre pareció tener un momento de reflexión, me miró y le indicó a mi esposo que sólo le diera el mueble del pasillo y la cortina frontal del juego que cubre la puerta que comunica el salón pequeño con el balcón.  Respiré profundo pues los muebles para el salón árabe se ordenaron de acuerdo a los colores de las cortinas que estaban en el apartamento al momento de la mudanza. Munira y yo nos miramos y volvimos a sonreír de forma chispeante pero sin muecas. Fueron sonrisas de complicidad reconociendo una alianza momentánea por la cual se entendía que en la “batalla de los muebles y las cortinas” no se había perdido todo. Mi esposo desmontó las cortinas, yo las doblé y las acomodé en una bolsa plástica. Fariha, la madre, no dejaba de elogiar lo atenta, limpia y ordenada que según ella, soy. Se despidieron con una invitación al aire para un almuerzo o cena cuando terminaran de organizar su nueva casa.

Mientras la madre dirigía a mi esposo en el proceso de transportar el mueble al área del vestíbulo del primer piso, la niña me pidió mi correo electrónico y mi número de teléfono. Me comentó que su maestra de inglés es pakistaní y que le contaría sobre mí, que la disculpara por ponerse nerviosa y no poder hablar bien el inglés. Le dije que en ese caso ella también debía disculparme a mí, por estar en su país y no saber hablar su idioma, que también me había puesto nerviosa y que tampoco habló bien el inglés porque no es mi primer idioma. Me preguntó cuál era mi idioma y le dije que yo hablaba español. Abrió los ojos maravillada y me preguntó si yo era de España. Le aclaré que soy de Puerto Rico, y como no sabía quién era Ricky Martin le expliqué que es un país latinoamericano ubicado en el Caribe. Como tenía mi “Tablet” encendida y justo enfrente, busqué un mapa de América y le mostré la ubicación de mi patria, Puerto Rico. La madre la llamaba desde la puerta, nos despedimos sonriendo, con cuatro bezos y un abrazo. Munira caminó doblando el pedazo de papel donde llevaba mis datos y así con el rayo de luz que penetraba desde el área de las escaleras vi desaparecer a las dos mujeres, satisfechas en su curiosidad en dirección a satisfacer la de los habitantes de los tres planetas circundantes al nuestro, en el universo de este viejo edificio de Bengasi donde ahora vivimos. Desaparecieron como teletransportadas, dejándome con esa sensación  de quien ha sido víctima de un “encuentro cercano del cuarto tipo”. De alguna manera mi esposo que es tan reservado se sentía igual.

 

Y mientras conversábamos sobre el traumático incidente timbró mi celular…

Una amiga palestina: -¡Hola Aziza! Ya llevas dos semanas de mudada y no me has invitado a visitarte.

Yo: ¡Hola! Si justamente estaba por…

Amiga palestina: ¿Cuánto pagan de renta? ¿Compraron muebles?

Yo: Pues…

Amiga palestina: ¡Espera! Me está entrando otra llamada.

(Espero mientras miro a mi esposo en total perplejidad)

Amiga palestina: ¡Aziza!

Yo: ¡Sí! Te escucho.

Amiga palestina: Deja preguntarle al complicado de mi esposo cuándo podemos ir a visitarlos. Te dejo que me están llamando de nuevo. ¡Bye Aziza!

 

Fue un día largo, de encuentros cercanos de todo tipo, de “abaya y hijab” dentro de la casa, en fin, de “choques culturales”. De este lado, como en el nuestro,  también existen los mitos, el rechazo y desconocimiento pero igualmente la curiosidad y fascinación que despiertan los extranjeros y todo lo que sea ajeno a la cultura propia. Mi esposo dice que la incautación de las cortinas fue sólo el pretexto para conocer a “la extranjera” y tener tema de conversación nuevo con las vecinas mientras toman el té  y comen semillas de calabaza y girasol.

Mi esposo salió a buscar una de sus hermanas al trabajo para llevarla a la casa de sus padres, yo me quité los paños con intención de ponerme cómoda y relajarme un poco. El timbre sonó nuevamente, agotada y aterrada caminé en puntillas hacia la entrada, escuché voces jóvenes, golpeaban la puerta y tocaban el timbre. Apagué la luz del pasillo y me arrastré de espalda pegada a la pared hasta llegar a la puerta. Sigilosamente me acerqué a la mirilla y vi como Munira y un grupo de amigas, al no ser atendidas, se alejaban subiendo las escaleras en dirección al tercer piso. Alhamdilillah!!! *¡Gracias a Dios!

 

Esa noche antes de dormir, mi esposo describió la visita como infortunada para los efectos de nuestra seguridad. Yo, aún estaba muy impresionada  porque desde la tendida de ropa en el balcón, hasta el último timbrar de la puerta me había sentido observada, escudriñada, investigada, invadida y hasta secuestrada.

¡Habibty, eres toda una atracción! Dijo mi esposo en forma de broma mientras se sonreía y me acariciaba la cabeza para que me durmiera y descansara.

Sonreí con cariño pero cerré los ojos con la incómoda sensación del mal sabor que dejan los sucesos no definidos, además tampoco se siente lindo que te vean como una atracción.

Tender la ropa en el balcón, saludar e invitar a pasar a dos mujeres que tocan a tu puerta queriendo conocerte, atender la llamada de una amiga que quiere visitarte, niños tocando a la puerta porque tienen curiosidad; la vida es simple cuando se quiere, pero hay personas que no saben vivirla si no es de forma intensa y, para bien o mal, yo soy una de ellas.
 
* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©. 

*Un blog se alimenta de los comentarios de sus lectores, no dejes de compartir el tuyo*
                                                               ¡Shukran!

Búscame en Facebook: https://www.facebook.com/losrelatosdeaziza
  
 
 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Encuentro cercano del tercer tipo



 Introducción:
En el campo de la “ufología, ovnilogía y ciencia ficción” se utiliza la terminología “encuentros cercanos” y su sistema de clasificación numeral  para describir un evento en el cual una persona es testigo de la presencia de un objeto volador no identificado (OVNI) y, en ocasiones, de sus hipotéticos ocupantes.
Esta terminología y el sistema de clasificación que subyace en ella (primer, segundo y tercer tipo) fueron inventados por el astrónomo y ufólogo estadounidense Josef Allen Hynek (1910-86). Según Hynek un “encuentro cercano del tercer tipo” corresponde a la observación de un OVNI junto a entidades biológicas, llamadas originalmente seres animados.


Referencia: http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada Nota: La mayoría de la información consultada en Internet son fragmentos de la información disponible en “Wikipedia: la enciclopedia de contenido libre que todos pueden editar.” Por tanto la veracidad de la misma debe ser verificada por quienes estén interesados en el tema de los “Encuentros cercanos” y su sistema de clasificación.
 
 
 

A pocos días de mudados y aún con la mayoría de nuestra ropa en maletas me di cuenta que ya era hora de lavar las piezas que habíamos estado usando con mayor frecuencia. Ni corta, ni perezosa elegí la indumentaria perfecta para trajinar en casa (pensando como mujer occidental); unos pantalones tipo “leggings” y una blusita a mitad de muslo.


-¿Pa’ dónde va?

Así hubiese sonado mi esposo si fuese boricua.


-Pues al balcón, a tender la ropa. ¿No ves?
Contesté de lo más campante con el canasto de ropa mojada en mano.
-¡Por Allah, Aziza! ¡No me pongas en vergüenza! Exclamó mi esposo mientras levantaba y agitaba las manos al cielo a nivel de sus orejas; justo como lo hacía mi suegra cuando subía a visitarme y yo le abría la puerta en traje o pantalón corto, sin mangas y con el tatuaje del “Yin Yang” que llevo en mi espalda al descubierto. YA ALLAH, AZIZA!!! YA ALLAH!!!
El “sermón de la montaña” se quedó corto en comparación a la explicación de porqué debía cubrirme para abrir la puerta y salir al balcón a tender la ropa. Antes, cuando vivíamos en el segundo piso de la casa de la familia de mi esposo, tendía la ropa en una habitación amplia bien ventilada, aun así resentíamos el no poder tender nuestra ropa al sol, por reglas del padre de mi esposo y sus hermanas solteras, que ahora mismo no vienen al caso. El asunto es que aquí se entiende que la forma natural e incluso sana de secar la ropa es tendiéndola al sol y exponiéndola al aire fresco.
En el barrio donde vivíamos, las mujeres lavan y secan ropa en las azoteas de casas que por lo regular son de dos, tres y cuatro pisos (dependiendo lo numerosa que sea la familia) y aunque se cubren para evitar que algún hombre las observe desde alguna otra azotea, la realidad es que en lo alto se sienten mucho más relajadas. Si se tiene un patio cómodo y bien amurallado también se puede faenar con libertad, aunque siempre se colocan un pañuelito bobo, así como este que les muestro aquí.
El asunto es que ya no vivimos en el barrio a las afueras de la ciudad donde cada casa tiene su terreno con altas murallas  y se pueden realizar las tareas domésticas en total privacidad. Actualmente vivimos en un apartamento de un edificio antiguo (como todos en esta ciudad) en un barrio que queda en pleno centro de Bengasi. Ahora debo tender la ropa como lo hace cualquier mujer en los barrios populares, en un balcón y a la vista de todos. Y cuando digo “a la vista de todos”, me refiero de todos los hombres que se encuentren caminando por la calle, los dependientes de cuanta tienda te quede en frente (siempre están parados o sentados en la entrada hablando por celular o tomando té con los amigos en espera de que lleguen los clientes) y específicamente, de cuanto hombre viva en los apartamentos de los edificios de enfrente, que “casualmente” saldrán a fumar o a tomar el té a su balcón o más discretamente observaran tras la cortina de alguna ventana  o puerta, contando con el conveniente  resguardo que ofrecen las celosías, cuando de “ver sin ser vistos” se trata.
En fin, que aquí en Libia por regla social no escrita la mujer se cubre hasta para asomarse a la ventana y que salir al balcón en “leggins” a tender ropa sería el equivalente a un “striptease” público y tomando en cuenta mi “voluptuosidad boricua” (recuerdan aquello de “Voluptuosamente Voluptuosa”) pues definitivamente; Haram! Haram! Así exclaman los musulmanes árabes cuando desean expresar que algo es indebido, prohibido, maléfico y también es sinónimo de pecado.
Entendí que no era el momento para sublevaciones feministas, ni para poner a mi esposo en vergüenza. Así que me atavié con el ajuar de lavandera libia y salí al balcón. Fue la primera vez que abrí la puerta de madera a dos hojas que divide nuestra habitación del pequeño balcón que da a la calle. En el interior siempre tenemos la unidad de aire encendida y como en el resto de los hogares libios, vivimos a puertas y ventanas cerradas con el mínimo de luz que se filtra por las celosías. Los ruidos que hasta entonces se escuchaban lejanos, como si perteneciesen a una vida paralela en otra dimensión, de repente eran vibraciones que se daban en la misma frecuencia de mis palpitaciones. Escuchaba en alta fidelidad (hi-fi) los golpes del martillo contra el yunque que puntualmente nos despiertan a eso de las 8:00 a.m., desde el taller que está en el primer piso del edificio (esto en sustitución de los gallos que se escuchaban en Al-Kwayfiya). Las voces masculinas que amenizan el día a día, desde las dos tiendas de ropa que ubican en el primer piso de los edificios de enfrente ahora tienen rostros. Los miro de reojo, porque como cualquier mujer u hombre de respeto según las normas sociales aquí, al salir o entrar junto a mi esposo suelo bajar la vista o extraviarla para evitar contacto visual con cualquier persona extraña de sexo opuesto; esto último lo describo como el arte de pretender que se ve sin mirar.
Las estridentes alarmas de los autos estacionados unos sobre otros también tienen su intervención en este concierto urbano. Se activan cada vez que pasa un auto con música a todo volumen y los cristales vibrando a punto de estallar o tocando bocina, porque como dice mi esposo en tono sarcástico; “han de estarlo esperando para una importante reunión en la ONU que sin él no puede empezar”. La otra razón para que se activen las alarmas no es precisamente el intento de hurto del vehículo, pues lo común es que algún residente dispare su AK47 porque está contento o alguien muy querido se casa. Esa era la banda sonora de la escena citadina de la que en ese momento era parte.
Mi corazón palpitaba más fuerte, lo escuchaba acelerado, haciéndole coro a la porfía constante entre el martillo y el yunque. “No lo puedo creer, estoy tensa”, me dije a mí misma. Me costó aceptarlo y aún no salgo de mi sorpresa, pero lo confieso, estaba nerviosa. Apenas comencé a abrir el tendedero un hombre salió al balcón a fumar, justo en el edificio de enfrente. Al cabo de unos minutos contaba con un reducido pero insistente público masculino que pretendía el viejo truco de la casualidad si en algún momento se daba un cruce de miradas. Me sentía como atracción de acuario, como participante en “La Casa de Cristal”. Estaba tan nerviosa que ni siquiera pude abrir el tendedero, y mi esposo, que hasta entonces había estado observándome desde el interior de la habitación fingiendo que estaba absorto en algún programa de televisión cuando en realidad se lo comía la incomodidad y la inquietud; saltó a mi auxilio. Cuando la insólita audiencia vio que “un esposo” entró a escena, sus ojos transgresores agitaron alas, presurosos buscando otro lugar donde posarse.
Una vez el tendedero quedó instalado, Mi esposo se regresó al interior y yo clavé la vista en la ropa que estaba tendiendo con el temor de que se saltara algún sostén o pantaleta que despertase el interés de algún libidinoso vecino. Así fue mi primera vez tendiendo ropa en un balcón de un barrio popular de Bengasi. ¿Comprenden la analogía con un encuentro cercano del tercer tipo? Bueno pues ahora pendientes a la segunda parte de este relato, experiencia que he catalogado de “encuentro cercano del cuarto tipo” pero con clasificación “G”, o sea, el secuestro. Esa es la que está para soda y "pop corn".
Nota: “Encuentro cercano del tercer tipo” es el primer relato de una serie de dos titulada “Encuentros Cercanos” de la cual el segundo relato se titula, “Encuentro cercano del cuarto tipo: Clasificación “G”. Esta segunda parte estará disponible pronto. ¡Pendientes!


 



 * Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©. 

*Un blog se alimenta de los comentarios de sus lectores, no dejes de compartir el tuyo*
                                                               ¡Shukran!

Búscame en Facebook: https://www.facebook.com/losrelatosdeaziza