Ya comencé a guardar
los abrigos y a sacar la ropa un poco más ligera. Total que aún tengo por
delante 14 días hasta el regreso de Habibi, mientras tanto el aislamiento, que
en lo posible trato de hacerlo productivo, me permite vestir como se me antoje. De todos modos ya no
preciso las prendas de lana que estuve usando desde noviembre cuando llegué de
mis vacaciones en Puerto Rico hasta
ahora; prendas sin las que me hubiese muerto porque soy “caribeñamente” friolenta.
Total, que dentro de muy poquito me leerán lamentándome del calor infernal que
en ocasiones llega hasta los 115° y no estoy hablando de sensación térmica. Pero
no voy a pensar en eso porque de hacerlo me sofoco y se supone estamos en
primavera. Mañana a la que salga el sol, me envuelvo la cabeza en algún velo y
me arriesgo a abrir la ventana que da para el jardín. Quiero sacar la cara para
sentir el sol y la brisa fresca que abanica las ramas ya engalanadas del único patio
verde en muchas cuadras a la redonda. Así como cuando era niña, que tan pronto ponían
el carro en marcha sacaba medio cuerpo por la ventana para desafiar la fuerza
del viento y sentir el fresquito en la cara.
Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
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