lunes, 20 de octubre de 2014

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jueves, 9 de octubre de 2014

10 de octubre de 2013


Un día como hoy hace un año: Puerto Rico y la gente que más amo

 


Un día como hoy, hace 12 meses estaba de visita sorpresa en Puerto Rico, abrazando a mis padres y hermanas, repartiendo regalos y comiendo dulces turcos y árabes en el balcón del campo, allá en Fátima, mi barrio, en mi querido pueblo de Vega Alta. Sorprendí a mi sobrina Adriana a la salida del colegio, se emocionó tanto que ni siquiera pudo emitir palabra. Visité  a mis tías casa por casa, como si fuera un asalto navideño, una parranda; y ellas gritando de la emoción, junto con las primas. Recuerdo las llamadas de los amigos y amigotas para organizar las salidas y los encuentros; apenas habían pasado seis meses desde aquel 24 de abril en que me despedí en llanto, pero con el corazón palpitando fuerte anhelando el encuentro con mi amado.

Un día como hoy lo único que importaba era abrazar largo y apretado, besar muchas veces y grabar en el recuerdo todos esos rostros felices que son parte de mi historia. ¡Qué fuerte es tener el corazón lleno de amor pero partido en dos!

Aquí en Libia tengo a mi amado, a mi compañero de vida, a mi esposo, quien me ha demostrado lo que es amar con verdadero compromiso y entrega. Allá en Puerto Rico están los padres y las hermanas que en la mayor muestra de amor incondicional me respaldaron en mi decisión desde el primer momento, a pesar de lo que ello implicaba para sus corazones de padres, de familia. Mami Santa y Papi Edwin, tuvieron la madurez emocional para hacer mi felicidad la suya. Esta historia comenzó hace tres años y a pesar de la distancia y gracias a la tecnología mis padres, miembros de mi familia y círculo de amistades, le han abierto los brazos a mi esposo y lo esperan con ilusión; han visto que su hija, su hermana, su sobrina, su prima y su amiga está lejos pero feliz, junto a la persona que ama.

El día que me tocó volver a partir, volver a despedirme y renovar la promesa de regresar algún día, mi madre se sentó a escribirle una carta a mi esposo pidiéndome que por favor se la tradujera. Mi madre había observado que a pesar de estar feliz compartiendo con todos ellos, ya extrañaba demasiado a Habibi y estaba ansiosa por regresar a su lado. Después de pasar unos días en Estambul, regrese a Bengasi un 26 de noviembre. Mi esposo abrió el sobre y me entregó la postal para que le tradujera, según leía y traducía a mi esposo se le humedecían los ojitos y a mí se me hacía un nudo en la garganta, fue imposible el no llorar con los sentimientos de mi madre hechos palabras. ¡Somos bendecidos!


Relato del 10 de octubre de 2013 en mi perfil personal: Vega Alta, Puerto Rico

Para que todos entiendan el asunto del césped. Solo mi hermana Yazira sabía que yo vendría, para mis padres sería una sorpresa. Bajé del carro de mi amiga Rose y vi a mi Papá bajando las escaleras y como vestía el “hijab” cubriendo el cabello, pensé que Papi me reconocería. ¿Qué otra persona podría llegar a casa vestida así? No fue así.

Le digo en voz alta, ¡Salam Aleikum! Y contesta en tono de broma,

-¡Aleikum Salam! y me están pisando el césped. Refiriéndose al carro de Rose.

Quedé sorprendida por su frialdad y Rose se puso nerviosa y se montó en el carro para estacionarlo fuera de la grama. El ni siquiera se movió y tanto mis hermanas, Yazira, Glenda y mi “primo-vecino-como hermano” David se quedaron tan sorprendidos como yo de la reacción tan fría y seca de mi padre. Entonces pensé, bueno Dari cada persona reacciona diferente, sólo ve y abrázalo. Pero me sentí mal porque mi Papa es bien expresivo y cariñoso con todos nosotros, es un meloso de grandes ligas. Caminé hacia él y a una distancia de unos 4 pasos mi padre abrió los ojos grande, grande y la expresión de su cara se fue transformando en un gesto de incredulidad y una emoción de esas que no puedes controlar. Él quería sonreír, pero comenzó a temblar y decía:

-¡Ay Dios mío! Pero mira quien está aquí.  ¡Es mi hija, mi hija!

Se me echó encima abrazándome todo tembloroso y llorando con su carita toda colorada. Realmente fue emocionante, muy emotivo. Mami no estaba en casa, me cambie de ropa y unos 20 minutos más tarde llegó. Se quedó parada en el balcón saludando y contando algo, yo salí caminando muy sigilosa desde el interior de la casa y me paré de frente sin decir nada. Ella mientras hablaba, en un giro de cabeza me vio... Pego un grito y vino directo a abrazarme riéndose y llorosita.

-¡Ay no lo puedo creer! ¡No lo puedo creer! Decía. Y ahí se puso a llorar porque mi esposo no pudo venir conmigo.

Comencé a repartir todos los regalitos que mi esposo le envió a mi familia. Mami dijo que fuéramos a comer fuera, que estaba muy nerviosa para cocinar. Nos fuimos todos, Mami, Papi, Yazira y David a sorprender a uno de mis grandes amores, Adriana Paola. Papi la tomó de la mano desde la salida del colegio  y sin dejar de contar sus novedades se montó en la guagua un poco sorprendida de ver que habían ido todos a buscarla, entonces yo pegué la cara a la ventanilla abierta y me miro con ojitos grandes, sonrisa incrédula, se puso nerviosa, no podía hablar y comenzó a reír de una manera tan chistosa, era como un ¡jijijijiji! ¡jijiji! que todos reímos con ella pero a carcajadas; esa noche se quedó a dormir en casa para estar con Titi.

También hicimos un “Mini family tour”… jajaja. Visité las casas de mis tías, sorprendiéndolas a todas. ¿Las reacciones? Casi de ataques cardiacos; gritando, abrazando, llamándose unas a otras, en fin, valió la alegría ese viaje tan largo e incómodo. Es agotador, el viaje de Bengasi a Vega Alta pero como le dije a mi esposo, es como recargar las baterías del alma. Y como dijo mi amigo Román; “Tú recargas tu alma y le acaricias la de ellos”.
JUNTES:

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© Daritza Rodríguez-Arroyo, 2014. Todos los derechos de autor reservados.

martes, 7 de octubre de 2014

Mi primer Eid al-Fitr


 
El último día del Ramadán el sol se lució en Bengasi, como si también estuviese celebrando. El calor era insoportable, aun así como la intención era salir de compras, lo recomendable es cubrirse lo mejor posible, así se evita exponer la piel a las altas temperaturas veraniegas que suelen ser descomunales en el norte de África y también se protege uno del polvo rojo del desierto que cuando llega galopando los vientos a pesar de uno vestir “hijab” logra entrar hasta en los oídos.

Al salir de la casa, ya montados en el auto, un vecino salió al encuentro de mi esposo, quien se bajó rápidamente y fue a su encuentro, evitando así que el hombre llegara hasta nosotros. Le advirtió que de dirigirnos a la ciudad lo hiciéramos sin acercarnos al centro, pues cerca de hotel Tibesti, el más conocido en Bengasi, se estaba suscitando un enfrentamiento entre milicianos y lo más conveniente era evitar las rutas conducentes al área o no salir de casa.

Era el último día de Ramadán, en el que tras caer la noche y romperse el ayuno, ya se entra en el júbilo del Eid al-Fitr, donde se festeja el final de todas las abstinencias y sacrificios que con fe se han dedicado a Allah durante el mes, en muestra de obediencia y sumisión. La celebración dura tres días, los primeros del Shawwal, el décimo mes del calendario lunar islámico. Y como en las celebraciones más significativas de la comunidad musulmana, se viste la mejor ropa -si es posible se estrena- las mujeres hacen galas de sus joyas, se perfuman y maquillan, mientras que a los niños se les obsequian juguetes, ropa y dulces. Entre adultos también se regalan, por eso comparo estas celebraciones  con las fiestas navideñas que por tradición religiosa y en una fascinante diversidad cultural celebramos en los países occidentales. Es decir, era necesario ir de compras, era el día tradicionalmente destinado a ello.

Transitamos las principales avenidas, evitando el centro de Bengasi (área costera), tal y como recomendó el vecino, lo hicimos de boca abierta y rostros perplejos, era la primera vez que veíamos la ciudad tan desolada. Apenas unos cuantos autos en circulación y uno de los puentes elevados bloqueado por una barricada de costales de arena, junto a un auto que aparentemente había estallado en horas tempranas. Al entrar por una de las calles de mayor actividad económica, la “sharraa ashreen” (calle 20), mi esposo me comentó que usualmente el último día de Ramadán es  imposible transitar en auto, que se acostumbra aparcar y recorrer las tiendas formando parte de la gran estampida humana de consumidores que buscan las mejores ofertas, que ni siquiera durante la revolución vio detenerse la actividad económica de ese modo. Esta vez la población de Bengasi no fue indiferente a los enfrentamientos y a las detonaciones que para entonces ya llevaban más de treinta días de forma constante y sonante. Era más que evidente que imperaba el miedo y muchos, tal vez la mayoría estaban dispuestos a celebrar pero con precaución.

Decidimos visitar el mercado egipcio, que ubica justo al lado del “Bengasi Mall”, si no se da con lo que se busca o se necesita se cruza uno para el otro lado sin tener que mover el auto, sobre todo en los días en que a todos se les ocurre ir de compras después del almuerzo. Esto en un día común, pero aquel día ni se almorzaba, y por lo visto ni se iba de tiendas. El mercado estaba atestado de mercancía, Las “abayas” de fiestas más elegantes y de bisutería fina en primera fila, también los puestos de perfumes, maquillaje, todo para tatuarse de henna y una de las cosas que más disfruto al ir de compras a los mercados populares árabes; ver los cuencos desbordados en coloridas y fragantes especias. Es que se antoja echárselos por encima y celebrar cualquier cosa, lo que sea, como si fuesen confeti o escarcha salidos de una piñata.

Algunas mujeres caminaban en clanes, todas de negro vistiendo el tradicional “niqab”. Ellas lo observan todo y hay veces que parecen tocar a través de la mirada en esos incesantes revoloteos de pestañas. Otras van de “abaya” negra y “hijabs” coloridos cubriendo el cabello, las orejas, el cuello y el pecho, pero dejando sus rostros contentos libres. Contrario a las otras, estas evitan abusar de la mirada, son muy prácticas y precisas con esto de mirar, sobre todo en los mercados donde si no todos, la mayoría de los vendedores son hombres.

Algunos puestos estaban cerrados, mi esposo me dice que tal vez los vendedores han ido a la mezquita a rezar y no deben tardar en llegar, pero después de varios minutos recorriendo los estrechos y laberinticos pasillos de suelo accidentado me comentó que posiblemente muchos comerciantes habían preferido quedarse en casa. Era de entenderse y por lo mismo decidimos aligerar el paso para comprar los regalos de las sobrinas y hacer lo propio. No teníamos una idea clara de los obsequios que queríamos hacerle a las niñas, están todas en esa edad donde aunque todavía puedes encontrarlas  jugando con muñecas, ya les comienza a llamar más la atención todo lo que signifique “remoceo”; ya saben, carteras, joyas de fantasía, maquillajes para niñas… Bueno, árabes al fin, son muy de engalanarse con motivo de fiesta.

Según nos acercábamos a los pasillos donde ubican las jugueterías se podía escuchar algo de algarabía. Al doblar la esquina mi esposo siguió caminando pensando que iba tras de él, pero a pesar de verlo alejándose cada vez más, mezclado entre la multitud; no pude seguirlo, ni siquiera pude moverme. La impresión fue tan fuerte, que me sentí confundida, como si al doblar la esquina, se hubiese abierto una puerta a una dimensión desconocida. Perdí la noción de tiempo y espacio, ya no sabía dónde estaba, recordaba haber entrado al mercado egipcio, caminar en dirección a la juguetería como lo había hecho tantas veces, pero en ese momento ya no lo tenía tan claro, no estaba segura. ¡Por Dios! Eran cientos, miles de armas, de cualquier tipo, de todos los que puedan existir. Era un arsenal, que ni en películas había visto.

Sentía a la gente moviéndose a mi alrededor, se tropezaban conmigo, empujaban tratando de abrirse paso, yo estaba en el mismo medio de aquella abominable estampa donde un tropel de hombres y niños, probaban las armas con evidente experiencia y conocimiento del manejo que requieren. Mi esposo me haló del brazo, molesto porque cuando se había volteado para preguntarme algo no me había encontrado. Se regresó asustado tratando de encontrarme entre la multitud de hombres pensando lo peor. Esa fue una de las pocas veces en que he ignorado su enfado y las advertencias de no dejar saber que soy extranjera, por los secuestros y demás; sólo pregunté qué era todo eso, contestó que eran armas de juguete, replicas exacta por las cuales en Libia están dispuestos a pagar cualquier precio con tal de obsequiar la que más real luzca a los niños; irónicamente como obsequio al final del Ramadán.
 
¡Vámonos! Mi esposo accedió de inmediato, ninguno de los dos nos sentíamos cómodos con la situación en general, me preguntó si quería ir al “Mall” y le contesté que mejor nos regresábamos a la casa y le obsequiábamos dinero a las sobrinas, porque aparte de coquetas a todas les ha dado por ahorrar y les encanta recibir dinero para luego ir de tiendas con sus carteras y pagar ellas por los juguetes o lo que sea que se les antoje. De esa manera se han hecho de sus costureros y retazos de telas, se cosen bolsos  y monederos, también hacen alfileteros para pinchar los imperdibles o alfileres que usan cuando les da por jugar a que son grandes y visten “hijab”. Además compran bisutería y pasan horas confeccionando joyas que luego exhiben los días viernes cuando van de visita a la casa de los abuelos o cualquier otro familiar.
 
¡Taman! Dijo mi esposo en expresión de acuerdo, pues era una buena idea que nos permitía regresarnos de inmediato a la casa, pero ya de salida al ver un estante de bolsitas de regalos se me prendió el bombillo. Días antes había visto a Reem, una de las niñas sacando de su carterita un pedazo de algún espejo roto. Se lo quité de las manos y le advertí que nunca más debía jugar con ese tipo de cosas, la madre nos escuchó y llegó justo cuando yo tenía el pedazo de espejo en la mano. ¡Ufff! ¡Pobre de mi sobrina! Por eso se me ocurrió tomar de mis maletas, unos espejos compactos de esos que se llevan en las carteras, que los había comprado durante mi visita al mercado egipcio de Estambul. Eran unos espejos hermosos con labrados de diseños florales decorados con piedritas de colores. Imaginé la carita de Reem al abrirlo y mirar su hermoso rostro reflejado en él, imaginé a cada una de ellas, tan bellas y presumidas con esos ojos oscuros, almendrados enmarcados por espesas pestañas saltarinas y supe que entre el dinero y los espejos, la alegría de las niñas estaba más que asegurada y podíamos regresarnos a casa en paz.

Al día siguiente, en el primer día del Eid, tal y como se acostumbra, mi esposo y yo nos pusimos bonitos, felicitamos a los de la casa y nos fuimos de visita. Mi esposo repartió dinero entre sus padres y sus seis hermanas, las solteras y las casadas, aunque a Maha, la más pequeña se le había enviado desde hacía unos días, un paquete con su regalo y los regalos para los dos niños, pues viven en Sabha, una ciudad a doce horas de distancia en auto.

Después de visitar la casa de mi cuñada Hana y su esposo Abu Waleed nos dirigimos a la casa de mi cuñada Fatin y su esposo Husán, trayecto corto, pues la familia vive toda en un mismo barrio, en calles no muy distantes. Al llegar a la casa de Ftin, como de costumbre, mi esposo tocó el timbre y se identificó por el “intercom” mientras yo aún en el auto, esperaba autorización para bajarme; es la costumbre aquí en Libia, la mujer no se expone hasta que abran la puerta y del auto pueda desplazarse rápidamente hasta el interior de la vivienda.

Para nuestra sorpresa quien abrió la puerta fue un niño desconocido, como de unos diez años; juagaba descalzo, con pantalón a mitad de las pantorrillas y replica de un “AK-47” en mano. Antes de que pudiésemos reaccionar apareció Husán acompañado de un amigo, nos invitó a pasar. Como había un hombre ajeno a la familia, mi concuñado fue muy formal, se limitó a un “Aleikum Salam” sin darme la mano, ni gastarse alguna de las bromas de las que ya estamos acostumbrados a intercambiar cuando tenemos oportunidad de compartir. Es más, ni siquiera me miró y casi a coro mi esposo y él me pidieron que por favor entrara a la casa y me reuniera con las mujeres en el salón. El niño armado me fue escoltando y yo sin decir palabra porque aún no salía de mi asombro, pues en la familia de mi esposo no es normal regalar juguetes bélicos; ya si se trata de autos y aviones a control remoto, es otra cosa.

Después de quitarme las sandalias y colocarlas en la zapatera del recibidor, veo que el salón de mujeres está vacío y escucho voces en el salón familiar. Al acercarme veo varias mujeres, tres o cuatro, pero noto que están descubiertas, muy cómodas viendo la televisión y conversando, no conocía a ninguna de ellas. De hecho era la primera vez que coincidía en casa de alguna de mis cuñadas con visitas que no fuesen parte de la familia; al verme me invitaron a pasar. Fui saludándolas una por una entre los “Salam Aleikum”, “Aleikum Salam” y los besos, trataba de ubicar a mi cuñada o a alguna de mis sobrinas, pero las mujeres al parecer estaban retozando en el salón sin que la dueña de casa estuviese presente. Me senté y en vista de que el silencio era sepulcral decidí asomarme al cuarto de las niñas, a quienes encontré jugando de lo más divertidas junto a otras que intuí debían ser hermanas del niño armado. Nos abrazamos y mientras retomaban el juego de vestir a Barbie en la computadora una de ellas me dijo que mi cuñada se estaba bañando. Eso sí que me pareció raro, mi cuñada Fatin siempre está lista y de punta en blanco, igual que su casa, sobre todo si de recibir visitas se trata. De todas sus hermanas es la más refinada, la de más vida social y aunque al igual que su esposo se graduó de ingeniería civil, al casarse tomó la decisión de no trabajar y aunque las niñas ya van a la escuela a tiempo completo, prefiere quedarse en casa, le encanta cocinar, tiene arte para la repostería, las manualidades, las plantas y la decoración. Ella incluso, hizo los planos de su casa y debo reconocer que cada espacio fue funcionalmente pensado.

Me regresé al salón familiar y me senté junto a las mujeres dispuesta a sonreír durante los cruces de mirada y a fingir interés en algún programa de televisión. La mayor de las mujeres me preguntó si era palestina, le dije que no. Entonces una de las hijas me preguntó si era libia, contesté con otro no y entonces me di a la titánica tarea de explicar lo que soy, “soy puertorriqueña” dije y fue como dar cuerda, como apretar el botón y dar inicio a la ya acostumbrada conversación tipo entrevista. Mi cuñada tardó bastante, al punto de que ya las mujeres y yo parecíamos amigas de toda la vida. Hasta que apareció bonita, como es y con la bandeja de té, como dueña de casa. Ella habla un inglés menos que básico y no siempre estoy segura de que me entiende cuando le hablo, pero puso a las mujeres al día en lo que a mí respecta. Las mujeres sonreían y decían; ¡Mashaallah! ¡Mashaallah!

El niño armado entró al salón, traía un mensaje del padre, las mujeres saltaron de los cojines, se cubrieron a toda prisa, se dirigieron al salón de hombres que también estaba vacío y trajeron consigo bultos de ropa y bolsas con efectos personales, se despidieron, se abrazaron a mi cuñada mientras le expresaban  agradecimiento y le deseaban mil bendiciones. Cuando mi cuñada quedó finalmente a solas conmigo suspiró de espalda pegada a la puerta y extendiendo los brazos en señal de alivio. Del todo intrigada pregunté qué pasaba, que quiénes eran ellos. Y me explicó que el esposo de la mujer era un ingeniero palestino compañero de trabajo de mi concuñado, que los había llamado hacían dos días pidiendo refugio porque las milicias habían tomado terrenos baldíos aledaños al barrio donde viven y no tenían otro lugar donde refugiarse y garantizar la seguridad de su familia. Llevaban dos noches durmiendo en los salones de visita, ambos salones son alfombrados, con almohadones, cojines de suelo y acondicionador de aire. Los habían llamado para informarles que el peligro había pasado y podían volver a su casa. Para mis adentro: Y encima de todo le obsequian un arma a su hijo para que crezca creyendo que la guerra y matar es cosa de juego. ¡Ya Allah!

Casi de inmediato mi cuñada recibió una llamada, varias amigas y sus familias venían de camino, mujeres palestinas que casualmente conocí un día que andaba de pasadía con mi esposo en el “Stone Park” de Tocra y que resultaron ser amigas de mi cuñada. Fatin insistió para que nos quedáramos y yo pudiese compartir con las amigas, pero ya mi esposo había llamado a la familia Shehabi y a dos amigos en la ciudad de Bengasi para visitarlos y celebrar el Eid con ellos. Inconforme nos dejó ir pero nos hizo prometerle que regresaríamos en la noche a cenar con ellos, mi esposo contestó como todo musulmán… ¡Insha Allah! O sea, si Dios permite, expresión que en algunas ocasiones sirve para no comprometerse.

 

En el apartamento de los Shehabi estaban todos los nietos, todos guapos y engalanados. La madre de nuestro amigo Mohamaad siempre dulce, siempre amable, siempre buena. Hani se retiró al salón de hombres y yo quedé con las mujeres. Comimos, bebimos, conversamos y de repente entra el esposo, Yusuf, repartiendo dinero y dulces entre todos los nietos. Es un esposo, padre y abuelo excepcional, siempre alegre, siempre humilde, siempre disponible. Ellos son como mi segunda familia aquí en Libia, son palestinos que llegaron del Líbano hace muchos años y por las oportunidades de trabajo existente en aquel entonces decidieron quedarse, como lo hizo la familia de mi esposo después que se vieron forzados a abandonar Palestina y recorrer Jordania, Siria y Egipto, donde nació mi esposo.

De allí salimos en dirección a la casa de uno de los amigos de Hani, otro palestino, pero la calle estaba cerrada, una “jaima” fúnebre cortaba el paso y la cantidad de autos y gente conglomerada  era suficiente como para cambiar el orden de las visitas y llamar a Farej, un amigo sirio al que mi esposo no veía hacia muchísimo tiempo.

 

Farej nos esperaba frente a la entrada del edificio donde ubica el pequeño apartamento en el que vive con su esposa Reem y sus hijos, Waffa una preadolescente, Ahmad de unos nueve años y Kamal, el remolino viviente de tres años de edad, que nos ha robado el corazón  a mi esposo y a mí. Recuerdo que Farej me saludó dándome la mano pero evitando la mirada, él y Hani se abrazaron y se besaron como acostumbran hacer aquí los familiares y amigos cercanos. Cuando se abrió la puerta la primera en abrazarme fue Reem, con su carita redonda, blanca, alegre y luminosa, luego recibí un beso de Ahmad, también de Waffa con la misma descripción de la madre pero sin hijab y el chiquillo se refugiaba en las piernas de la madre, tímido y desconfiado.

Nos invitaron a pasar al salón familiar donde para mi sorpresa se sentaron todos. Farej y Hani no paraban de cotorrear como todos los amigos que se aprecian y que continúan la relación, la conversación y el cariño donde mismo lo dejaron la última vez que se vieron. Entonces Reem se dirigió a mí, me preguntó no sé qué cosa y yo de inmediato miré a mi esposo, quien le aclaró a todos que yo no hablaba árabe y que mi comprensión del idioma era prácticamente cero. Reem se sorprendió tanto como los niños, Farej me habló en inglés, pero Ahmad saltó fascinado del sofá , se acercó bastante, me miraba como si yo no fuese de este planeta y en árabe me preguntó que cómo era posible que yo no hablase árabe. Todos comenzaron a reír, a carcajadas y yo pedía traducción; de ahí en adelante les puedo decir, y ahora que lo estoy escribiendo me emociono muchísimo, les puedo decir que Frej, Reem y los niños, han sido AMIGOS con mayúsculas.
 
La familia entera se involucró en los asuntos de nuestra mudanza, desde transporte hasta limpieza y organización, en dos  meses y medio de amistad hemos cenado y almorzado en nuestros respectivos hogares muchas veces, hemos ido de playa, de pasadía y en estos momentos en que mi esposo no se encuentra en la ciudad por cuestiones de trabajo, nuestros amigos sirios se han encargado de mí como si fuesen familia. Con Reem y Waffa he ampliado mi vocabulario, puedo decir que en dos meses y medio he aprendido más árabe que en dieciséis meses que llevaba viviendo aquí en Libia antes de conocerlos. Los niños se refieren a nosotros como “amu Hani” y “meme Aziza”, o sea tío y tía, mientras que Farej y Reem nos tratan como hermanos. Estos seres llegaron a nuestras vidas en momentos muy difíciles, en los que perdí mi embarazo, en los que entendimos que debíamos mudarnos de la casa familiar, esto en medio de pleno conflicto armado, de una de las peores crisis en la industria petrolera del país que representó una interrupción seria en la actividad laboral y el salario de mi esposo y otras tantas cosas más.
 
En fin, que de muchas maneras Dios nos demuestra que nunca nos desampara, que no nos deja solos y que muchas veces lo hace de la manera más natural y menos esperada, así, a través de la familia, de los amigos o de gente que aparece y por afinidad uno da entrada sin sospechar lo mucho que pueden llegar a significar en nuestras vidas. Agradezco a Dios y a pesar de los pesares, me siento bendecida por contar con lo que realmente cuenta en esta vida, el amor. Pues he aprendido que la vida es toda amor y el amor es todo vida.