viernes, 21 de febrero de 2014

La llegada de Mapta -Martha-


 


abstract blue eyes animals human textures fantasy art yellow eyes ...
Después de casi dos años de espera viviendo un amor a distancia, pero no por ello menos real, ni válido, Martha llegaba a Bengasi desde su natal Lviv en Ucrania, ciudad también conocida como Leópolis o  Lemberg. Mohammad, además de ser el esposo de Martha también es el mejor amigo de mi marido, fue quien me representó en corte a la hora de documentarse mi matrimonio aquí en Libia y meses después mi esposo reciprocó la gestión siendo testigo del mismo proceso, pero oficiado por un Sheikh en el pequeño apartamento del centro de Bengasi donde vive la familia Shehabi. En el salón de visitas esperábamos las mujeres, junto a mí se encontraban la madre de Mohammad, sus tres hermanas y una de sus dos cuñadas. La madre pidió silencio para poder escuchar el pronunciamiento del Sheikh y sólo cuando se hubo apagado la melodiosa voz y se escucharon las risas y felicitaciones de los hombres allí presentes, nosotras desde la otra  habitación nos alegramos y ululamos. Era el inicio de todo el proceso que un palestino con residencia debe realizar para poder solicitar la entrada de su esposa extranjera ante las autoridades migratorias libias. El proceso fue considerablemente más largo que el nuestro y fueron muchas las veces que el prometido acá y la prometida allá solicitaban de amigos y familiares apoyo y sobre todo oración para que Dios interviniera, o como diría yo, para que los planes de Dios fueran cónsonos a los suyos. Martha y yo nos amigamos a través de Skype, los días en que mi esposo se marchaba al desierto solíamos contarnos en nuestro inglés de primeros auxilios nuestras alegrías y una que otra pena. También hacíamos  planes futuros y por tanto inciertos para juntarnos aquí en Libia, en Turquía, en Ucrania emprendiendo viaje hacia Polonia, o donde fuera. Con Mohammad la amistad había germinado desde mucho antes, cuando yo estaba aún en Puerto Rico y mi esposo me hablaba de él, más que como el mejor de sus amigos, como la sustitución inconsciente de ese hermano desaparecido que todos en su familia llevan encarnado de manera profunda en el mismo centro del corazón. A poco tiempo de mí llegada a Bengasi, y por otros motivos que no son tema de conversación en este momento, su familia se convirtió en una segunda familia para nosotros y así el hogar de los Shehabi es sin duda uno de esos lugares que nos gusta visitar frecuentemente donde nos sentimos queridos y aceptados.

-          ¿A qué hora llega Marta? Pregunté ya enroscada en la espalda de mi esposo y con la luz apagada.

-          A las 10:30am. ¡Insha Allah! Contestó mi esposo.

-          ¿A qué  hora te dijo Mohammad que debemos estar en el aeropuerto?

-          ¡Ja,ja! Me dijo a las 8:00am, pero le dije que era muy temprano, que con estar allí de 9:30 a 10:00am sería más que suficiente. Y riendo me dice, que esta tan emocionado que si por él fuera esta noche montaba una caseta en el estacionamiento del aeropuerto para esperar la llegada de su esposa.

-          Yo también estoy emocionada. Es lindo ver que otros también realizan sus sueños.

-          Para mí es como volver a vivir nuestra historia. Ese momento que nunca olvidaré.

-          ¡Te amo Habibi!

-          ¡Yo también te amo Habibty!

La alarma sonó a eso de las 8:00am, pero nos regodeamos tanto que no fue hasta las 9:50am que salimos de Al-Kwayfiya en dirección a Benina, agraciadamente vivimos a sólo 10 minutos del aeropuerto. Para entonces Mohammad había llamado varias veces, ya se encontraba en el aeropuerto junto a parte de su familia en esperas de su amada esposa.

-          Está tan nervioso que casi no puede hablar. Me comenta mi esposo mientras maneja.

-          ¿Y tú? ¿También lo estabas el día de mi llegada?

-          Estaba preocupado por tu seguridad. Mi madre venía a mi lado y si dije alguna palabra no lo recuerdo. Sólo pensaba que al fin estaríamos juntos, que te tendría conmigo para siempre.

-          ¿Llegaste temprano al aeropuerto como Mohammad?

-          ¡Jaja! No. Más o menos desde este punto de la ruta vi pasar el avión de Turkish Airlines y mi preocupación aumento, pensando todo lo que podría ocurrir si yo no llegaba a tiempo y tú te encontrases sola sin conocer a nadie, sin comprender, ni hablar el idioma, pensando tal vez que yo no llegaría. Aceleré la marcha.

En ese mismo momento el avión de Turkish Airlines que traía a Martha después de haber pernoctado una noche en Estambul atravesaba nuestro cielo en dirección al aeropuerto de Benina. Mi esposo y yo nos miramos incrédulos, muertos de la risa, y él como en Déjà Vu, pisó el acelerador. El estacionamiento estaba repleto, estacionamos lejísimos y caminamos una barbaridad a toda prisa. Bueno, para mí caminar media cuadra ya es toda una barbaridad. Ese día no vestía abaya, fui maquillada, de mahones, túnica larga a mitad de muslo, hijab por supuesto y tacones. A cada taconazo las cabezas de los hombres giraban sobre su eje buscando algo de piel al descubierto donde posar sus encandiladas pupilas, sobre todo los militares que suelen hacerlo sin reservas o pudor alguno. Mi esposo, quien siempre camina en frente de vez en cuando voltea y me reclama con la mirada, bien sea por los tacones, por el perfume o por el color en los labios. Siempre que se repite esta escena recuerdo al Chacal de aquel 25 de abril de 2013 en el autobús que me transportaba del terminal al avión en el aeropuerto de Atatürk. En la entrada nos topamos con Yusuf, o José como le llamo en español y él siempre sonríe. Es el padre de Mohammad. Allí también estaba Ahmed y Mahmoud, dos de sus otros hijos. Entramos todos al área de espera, que es la misma por donde entran los pasajeros después de pasar por la inspección de documentos y es también el área designada para reclamar el equipaje. En los nueve meses que llevo residiendo en este país ya mi esposo me ha recibido en dos ocasiones, así que esa era mi primera vez en el aeropuerto esperando la llegada de alguien, pude observar detalles sumamente interesantes que antes por el ajetreo escapaban a mi vista. Allí estaba la madre de Mohammad, acompañada de su nuera y una de sus nietas que aún no alcanza su primer año de edad. Nos dimos la retahíla de besos correspondientes e intercambiamos las consabidas bendiciones. Su nombre es Faisa, pero por tradición a la mujer que es madre se le nombra como madre del hijo varón mayor, por ejemplo, Oom Mahmoud, o sea, Madre de Mahmoud. Estaba radiante, contenta, ansiosa, como estábamos todos, incluso mi esposo.

-          ¿Mama está contenta? Le pregunté en inglés.

-          Sí, mucho. La alegría de mi hijo es mi alegría. Nos abrazamos.

Mi esposo había subido al segundo piso para encontrarse con Mohammad, pero el ansioso esposo estaba dentro del avión buscando a su esposa escoltado por una oficial de seguridad del aeropuerto, amiga de la nuera de los Shehabi que nos acompañaba. En el caso de Martha esta drástica medida de seguridad aquí en Bengasi está más que justificada. Ya he contado sobre el asunto de la extrema xenofobia existente aquí en Libia, y a diferencia de mí, que todos comentan que si no abro la boca paso como una más, Martha es blanca, rubia, de ojos azules y tampoco habla árabe. Definitivamente toda una conmoción. Aunque quienes realmente se robaron el show, como decimos en Puerto Rico, fueron aquellas tres mujeres que de manera irreverente y arrolladora irrumpieron en aquella típica estampa de país musulmán desentonando por completo el solemne entorno. Ante mis ojos eran unas aparecidas. Sí, como en esas películas donde personas del tiempo actual se tele transportan y viajan al pasado. Imponentes, altas y provocadoras se abrieron paso entre la alborotosa multitud de espesas barbas y cabezas cubiertas que al verles enmudecieron al unísono. Hombres y mujeres detuvieron sus respectivas conversaciones y se voltearon para seguir con la mirada incrédula, asombrada y acusadora a aquellas tres mujeres que de manera desafiante exhibían sus largas y ondulantes melenas. Tenían pinta de rusas, quizás turcas, pero igual podían venir de cualquier parte de Europa. Eran blancas, altas, de ojos claros, calzaban botas de cuero y abrigos en piel, vestían mahones ceñidos al cuerpo y parecían estar entre las edades de 40 a 50 años de edad. Si estuviese en un aeropuerto de occidente tal vez sería una escena usual, pero estando de este lado del mundo debo confesar que a mi favor o en mi contra, si es que se trata de adjudicar algún tipo de valoración, yo me escandalicé tanto como el resto allí presente. ¡Haram! Deberían cubrirse, comentó la madre de Mohammad y yo asentí con un lánguido movimiento de cabeza mientras percibía toda la lujuria que emanaban aquellos hombres. Se habían convertido en chacales, tenían los ojos rojos, los colmillos asomados, listos para lanzarse sobre la presa. Sin duda alguna creo que estas mujeres tendrán muchos problemas, pensé en voz alta mientras Oom Mahmoud asentía con la cabeza.

De entre la multitud repuesta ya devuelta a la algarabía alcancé a ver a mi esposo que cargaba dos bultos negros, tras de él, venían Mohammad y Martha; él sonriendo de oreja a oreja aun nervioso, ella lucia azorada, miraba en todas direcciones con ojos bien abiertos. Mi esposo sin hablar me delegó el custodiar el equipaje de mano de Martha, mientras ella se confundía en un efusivo abrazo con su suegra y su concuñada. Se giró, sonrió y nos abrazamos. Mi esposo se los llevó de inmediato a recoger el equipaje, proceso caótico en este aeropuerto de Benina, donde a través de un hueco en la pared se observa cómo van descargando los contenedores y colocando el equipaje en la maltrecha correa eléctrica mientras están todos los pasajeros y acompañantes agolpados unos sobre otros sin espacio suficiente para retirar las maletas sin que en el proceso se pise, se golpee o se empuje a alguien. Por experiencia sabía que el asunto demoraría unos 30 o cuarenta cinco minutos así que me acomodé en una silla. Era tanta la gente que se hacía imposible ver más allá del grupo de personas que se tuviese de frente. A nuestro lado se estacionó una familia que estaba esperando la llegada de la madre, para otros, su abuela. Llego toda vestida de negro, bajita, gordita, sin casi poder caminar, ayudada de un bastón y de una de sus hijas.  Le cedí mi asiento, me lo agradeció, lo mismo su hija, me echaron las bendiciones correspondientes; según supe más tarde andaban por Estambul en un tratamiento médico.

Una vez maletas en mano, salimos muy contentos del aeropuerto, Mohammad había olvidado en dónde había estacionado, mi esposo y los hermanos hacían bromas al respecto, Martha seguía con el semblante desorientado. Los autos estaban estacionados en cualquier dirección, me parecía verlos unos sobre otros, caminábamos dentro de un gran laberinto de hojalata, el sol calentaba y se reflectaba entre los espejos retrovisores y las piezas de aluminio. Que lo sigan con nosotros para la casa, le gritaba Mohammad a mi esposo desde el otro lado de la doble hilera de autos que nos separaba. Mi esposo me preguntó si quería ir y demás está decir que accedí. Transitamos el camino de Benina a Bengasi en caravana, aunque en algún momento del trayecto vi el auto de José el padre de Mohammad rebasarnos a gran velocidad, ya luego Ahmed nos dio la señal de detenernos para que Mohammad y Martha viajaran con nosotros. Martha venía con un ramo de flores hermoso, sonreía, ya lucía un poco más relajada. Mohammad la miraba incrédulo y fascinado, le preguntaba si estaba cansada, si estaba contenta, si quería o necesitaba algo. Yo me voltee para poder conversarles desde el asiento de enfrente, mientras mi esposo buscaba la música perfecta para el momento. Nos reímos muchísimo cuando sonó una pieza instrumental de lo más romántica y comenté que podíamos iniciar un negocio dando servicio a parejas de recién casados; por un precio módico se les da compañía, protección, asesoría, transportación, arreglo floral, alguna bebida nacional (no alcohólica por supuesto), dulces árabes, música romántica, información turística durante el trayecto y se les deja en la puerta de la casa. Créanme que no es mala idea. Mohammad aprovechó el trayecto para que entre todos le orientásemos a Martha sobre lo que de este lado del mundo, y para una mujer, sobre todo extranjera es o no es correcto, lo permitido y lo prohibido, lo debido e indebido, o sea, lo “halal” y lo “haram” en la sociedad libia-musulmana contemporánea. No faltó el tema de las agresiones sexuales, la violencia y la inseguridad e inestabilidad en general que se vive en el país. Aunque nuestra intensión no fue la de hacerla sentir abrumada entregándole una gran lista llena de “noes”, creo que lo logramos. De haberlo planificado no nos hubiese salido tan bien. Aun así su esposo le tomó dulcemente la mano y tras respirar profundo y exhalar casi en forma de suspiro, le dejó claro que a pesar de todo, lo importante es que ella tenga una buena experiencia, que disfrute.

Ya estábamos todos en la casa, como de costumbre descalzos, mujeres en un salón y los hombres en otro. Buscábamos conversación, que no es lo mismo vía Skype que estar frente a frente. En cierto momento me dio la impresión de que Martha no comprendía todo lo que le decíamos y le pregunté directamente. Me contestó que su primer idioma era el ucraniano, que también hablaba ruso, pero que su ingles quizás no era tan bueno, que debíamos hablarle despacio. Sin duda alguna estábamos todos en el mismo barco, con un inglés masticado pero que nos ha servido para a pesar de las diferencias culturales amigarnos y vivir eso que para muchos suena tan inalcanzable y utópico; la hermandad de los pueblos. Mohammad entraba y salía del salón, por eso mantuvimos nuestras cabelleras cubiertas, seguía preguntándole a su esposa si necesitaba algo, si estaba cansada, le advertía que dentro de poco se serviría un desayuno fuerte pues ya picaban las 12:00pm pero aquí no se almuerza hasta casi las 3:00pm. Entonces le propuse a nuestro amigo que se hiciera una excepción y que le consultara a la madre si era posible que tomáramos el desayuno todos juntos en el salón grande, porque  ya se había hecho en alguna otra ocasión y que si las mujeres de la casa no tienen ningún inconveniente así todos podíamos compartir sin necesidad de que él estuviese corriendo de un salón a otro atendiendo a mi esposo y por otro lado pendiente a su esposa.  Marta me miró sonriente, en total acuerdo, comentándome que para nosotras es lo más normal. Pero, la posibilidad de que mi propuesta fuera aceptada dependía del grado de familiaridad entre los presentes. Agraciadamente ni Mohammad, ni su familia tuvieron reparos en que nos uniéramos mujeres y hombres a desayunar en el salón grande. Como dijo Oom Mahmoud, ustedes ya son parte de esta familia.

Nos sentamos todos en el suelo alfombrado, las hermanas de Mohammad comenzaron a traer las bandejas con pan fresco sin levadura, aceite de oliva, aceitunas moradas, los tomates, los pepinos, las tortillas de huevo, el hummus y la bebida de yogurt. Martha miraba la escena y con una voz serena le preguntó a Mohammad…

-          ¿No hay mesa? Preguntó Martha a su esposo con voz sosegada.

-          No. Contestó Mohammad mirando a mi esposo como quien presagia una gracia.

-          ¿Y si tienen que escribir?

-          Los árabes no escribimos. Reímos todos menos Martha.

-          ¿Y si los niños tienen que hacer deberes escolares?

-          En esta casa no viven niños. Reímos nuevamente mientras Martha no salía de la impresión.

-          Martha, ellos son árabes están acostumbrados a hacer todo en el piso. Comente de lo más divertida mientras mi esposo me miraba sorprendido por mis palabras y Mohammad reía con todas las ganas.

-          ¡Ok! ¿Qué quieres decir con eso? Me preguntó mi esposo riendo pero sin salir de la sorpresa.

-          Pues lo que he visto. ¿O me vas a decir que no es cierto? Le riposté.

-          ¡Claro! Y los sonidos guturales de nuestra fonética es porque crecemos junto con los corderos.

Reíamos mientras Martha nos miraba picar el pan con las manos, untarlo en el aceite de oliva, pinchar entre los dedos y el pan un pedazo de tortilla y llevarlo a la boca sin necesidad de ni un solo cubierto. Se nos unieron los padres de Mohammad, las hermanas, Mahmoud y la esposa. Martha se acomodó por un extremo y comió con modestia. José me invitaba a probar las aceitunas que él había preparado en agua de sal, haciendo hincapiés en que las había preparado él y no su esposa. Yo me saboreaba las aceitunas, disimulaba mi incomodidad de comer sentada en el piso y lo complicado que se me hacía picar la tortilla sin traérmela entera enredada entre el pan y los dedos. Martha comía como pajarito y en silencio. Se veía muy bonita en su hijab azul turquesa, con su presencia delicada, aquellos ojos azules claros, su voz suave, la buena vibra que irradiaba. Oom Mahmoud le daba la bienvenida al hogar diciéndole que aunque es un edificio deteriorado y un apartamento pequeño, también era suyo. Y yo que vivo agradecida de la hospitalidad de los Shehabi añadí que ciertamente era un edificio deteriorado y un apartamento pequeño pero repleto de amor para todo el que entraba en él. Comimos al son de una conversación  amena, compartiendo la alegría de nuestro querido amigo Mohammad y su esposa Martha, quien nos sorprendió a todos con regalitos y chocolates traídos según dijo, con mucho amor desde su tierra. Nos despedimos quedando pendientes para la celebración del matrimonio esa misma semana. Mi esposo y yo nos regresamos a Al-Kwayfiya emocionados, contentos, satisfechos y agradeciendo a Dios que nuestros amigos también lograran finalmente estar juntos y disfrutar de su amor.
 

6 comentarios:

  1. "YA COMPRENDI COMPLETAMENTE PORQUE CUANDO TE PREGUNTE COMO FUE TU CAMBIO EN LO PERSONAL DE VIVIR EN P.R. A VIVIR EN EL PAIS DE ORIGEN DE TU ESPOSO,PORQUE TU CONTESTACION FUE QUE ESO NO FUE TANTO COMO EL DECIDIRTE A ABRIRLE LAS PUERTAS AL AMOR. Y TANTO TU AZIZA COMO MARTHA Y SUS RESPECTIVOS ESPOSOS,SON DE MI COMPLETA ADMIRACION PORQUE EL AMOR QUE SE PROFESAN ES REAL ES DE LA ESENCIA MAS PURA Y SOBREPASA TIEMPO,LUGAR Y BARRERAS CULTURALES QUE APRENDIENDO DE TUS RELATOS Y VIVENCIAS SOMOS NOSOTROS LOS QUE NOS LAS PONEMOS.GRACIAS POR TAN BONITO RELATO Y MAS ADELANTE PERSONALMENTE TENGO UN TEMA DEL CUAL ME GUSTARIA LO TOCARAS O AL MENOS PERSONALMENTE ME INSTRUYAS Y SAQUES DE MI TOTAL IGNORANCIA PUES EL CONOCIMIENTO ES PODER Y VA MAS ALLA DE FRONTERAS,SIEMPRE DESEANDOLES A AMBOS MUCHA ENERGIA POSITIVA Y DIOS CON USTEDES SIEMPRE.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Alejandro, siempre agradecida de tu lectura, tu interés, tu tiempo y sobre todo de tus comentarios y todos esos buenos deseos que me expresas para mí y los míos. Tú dime el tema que te interesa y si lo conozco te comparto lo que sepa sobre el mismo. Tal vez hasta surge un relato. Ha sucedido con otras inquietudes de lectores y amigos. Estoy a la orden para lo que este a mi alcance. Un abrazo!

      Eliminar
  2. En una ocasión leí algo como "los hombres deben ponerse el velo en sus ojos". Al parecer no se practica mucho, pero, ¿de veras son tan descarados al momento de ver una mujer descubierta? ¿No podrían voltear la vista e ignorarla?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Saludos Edil! Pues no son todos, pero lamentablemente sucede bastante y ciertamente es muy incomodo tanto para la mujer como para el hombre que la acompaña, bien sea el esposo, padre, hermano, hijo o sobrino. He tocado el tema en varios relatos y definitivamente según el islam el hombre que mira de esa manera a la mujer está faltando, pero una cosa es la religión y otra es el comportamiento humano, donde cada quien decide cómo comportarse. Imagínate cómo es la situación al respecto aquí en Libia, que las mujeres ni siquiera van a la mezquita y contrario a los hombres o mujeres musulmanas en otros países, como por ejemplo el mismo Puerto Rico, aquí oran e incluso escuchan lo que sería el equivalente al sermón de los viernes, desde la casa. En ningún sitio se prohíbe de manera formal, pero muchas mezquitas ni siquiera tienen salón de oración para mujeres. Ya he comentado antes que hasta una campaña de concienciación televisiva se transmitía en varios países árabes donde se ve a un hombre asechando a una mujer joven mientras esta camina sola por la calle. Le va lanzando piropos atrevidos, siguiéndola muy de cerca y con alguna proposición, cuando de repente la chica se voltea y resulta ser su hermana menor. Quienes bajan la vista son los hombres de valores, con principios, los que saben que la razón domina el instinto y son resultado de una buena crianza. Interesante el tema.

      Eliminar
  3. Como siempre, me encanta leerte. Siemprr en algun punto me hacer reir con tu forma de relatar "tenian los ojos rojos y los colmillos asomados listos para atacar su presa".... Lol
    Que Dios te cuide y muchas bendiciones!!!

    ResponderEliminar