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Mohamed Zwawi - Caricaturista libio. |
Si bombardean en un extremo de la
ciudad, la gente se mueve al otro, como si nada. Ayer mientras sólo un 20% de
los ciudadanos libios asistían a las urnas para ejercer el derecho al voto, y
continuaban los enfrentamientos entre extremistas y rebeldes, el resto se lo
tomaba como un día de fiesta.
La familia a la que pertenezco son
todos extranjeros, es decir no votamos, así que al igual que muchos otros nos
fuimos a la playa. Eligieron un balneario pequeño en plena ciudad de Bengasi. Al
entrar se paga $1.00 Dinar libio por persona, cuenta con estacionamiento, áreas
deportivas, barbacoas, baños, cambiadores, venta de refrigerios y espacios
habilitados para orar. El ambiente es seguro y familiar.
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La familia llegando al balneario |
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Vista del ambiente playero en el balneario |
Mientras disfrutábamos nuestro
día de playa en la hermosa costa mediterránea de Bengasi, desde el otro extremo
de la ciudad se escuchaban las detonaciones de los enfrentamientos. Cada vez
que un avión atravesaba nuestro espacio aéreo todos elevaban las miradas entre
los huecos de las sombrillas y carpas de playa, la tensión duraba lo mismo que
el avistamiento, ya luego la vida continuaba en esa sabrosura que sólo el mar
puede aportar.
De cierto modo los días de playa
libios me recuerdan los que viví en mi infancia en mi querido Puerto Rico. Al igual que las familias boricuas, las árabes
llegan a la playa atestadas de comida. Vi platos de arroz y cordero pasándose de
mano en mano, las barbacoas expedían ese olorcito rico característico del pollo a la brasa y bajo cada sombrilla o carpa
había una hornilla donde se preparaba el té con menta fresca.
En la nuestra también hubo té. Mis
cuñadas llevaron sándwiches de atún con perejil, tomates y salsa “harissa” (salsa
picante) y por mi parte preparé un “Moussaka griego”, un “Cielito Lindo
mexicano”, bizcochitos de yogurt
y parte de los chocolates Twix de Marido.
Pasamos un muy buen día en familia. Mi suegra se distrajo, mi marido como
siempre fue el “guardaespaldas” del grupo, sólo nos bañamos mis sobrinas, mi concuñado
y el sobrino que está a punto de casarse y yo. Mis cuñadas casadas sólo charlaron,
pero se les veía muy a gusto como la mayoría de las mujeres bajo las
sombrillas.
Nunca había ido a la playa tan
envuelta en ropa. Me bañé como lo hace el resto de las mujeres, con “hijab”,
ropa cubridora o “abaya”. Debo confesar que aunque me sentí extraña, no fue tan
incómodo como me lo imaginaba. De hecho, incluso los hombres entran vestidos de
camisa o camisilla y bermudas; observe muy pocos de torso desnudo.
Mi esposo me preguntó si estaba
contenta, le dije que mucho. Llevaba más de un año deseando ir a la playa, bañarme
en agua de mar, zambullirme, flotar, mover todo el cuerpo, sentirme a gusto.
Hay cierta libertad en esa ilusión de ingravidez que brinda la densidad del agua de mar.
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Foto tomada de Internet |
Al llegar a la casa nos enteramos
de que los enfrentamientos dejaron un saldo de tres muertos y más de veinte
heridos entre los combatientes. Mientras nosotros volvíamos con los rostros sonrientes,
tostados de sol, cubiertos en arena y sal; esas vidas se apagaban y en forma de
espesas y negras humaredas sus almas se elevaban hasta lo más alto del cielo de
Bengasi. Así transcurre la vida por estas tierras, siempre a los extremos.
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