Opción de audio relato, para quienes o estén en condiciones de leer:
Llevamos siete días de
mudados en este apartamento, en el mismo barrio donde vivíamos antes y antier conocimos a nuestra vecina más cercana,
la de ”la puerta de enfrente”, pues son dos apartamentos por cada uno de los
cuatro pisos; vivimos en el segundo. Cuando tocaron la puerta, yo estaba en la
cocina preparando los “pita chips caseros” y mi esposo estaría explorando la
pila de cajas repletas de motetes que tenemos en la habitación, que por decisión
unánime ha sido destinada a ser “el cuarto de los tereques”. A falta de
mirilla, mi esposo preguntó quién era, pero no recibió contestación. ¡Ten
cuidado! Le advertí, mientras cerraba la puerta de la cocina, por si se trataba
de algún hombre.
Escuché una voz de mujer,
intercambiaron palabras por muy corto tiempo y sólo hasta que escuché los pasos
de mi esposo de retorno a nuestro dormitorio entreabrí la puerta -aún se
escuchaba la voz de la mujer, ahora con mayor intensidad- al asomarme
discretamente noté que mi esposo había dejado la puerta de entrada abierta,
cosa inusual. Me dispuse a cerrarla pero en el intento me topé con la mujer
parada justo bajo el marco de la puerta de su apartamento, discutía por
celular, totalmente alterada. Me retracté de inmediato sin palabra o gesto
alguno, dirigiéndome a nuestro dormitorio, la curiosidad me carcomía.
¿Qué sucede? Y mi esposo en
susurros para evitar que la mujer escuchara, me cuenta que es la vecina de “en
frente”, de origen sirio que le ha pedido el celular prestado para llamar a su
esposo que está en el hospital.
-¿Y cómo sabes que es siria?
Le pregunto por lo más bajito posible.
-Por el acento, el dialecto
y las facciones. Contesta mi esposo en un tono de voz que ya estaría rozando el
suelo.
Aquí en Libia, en lugar del
nombre, la prioridad es saber la nacionalidad o descendencia de las personas, lamentablemente
de ello dependerá el trato y la naturaleza de la relación que se desarrollará,
si es que de acuerdo a ello hay posibilidades de algún tipo de relación.
Me regresé a la cocina, la
simple tarea de estar haciendo mis propios “pita chips” caseros por primera vez
me tenía fascinada. Mientras trozaba el pan se me ocurrió que cuando la vecina siria
regresara a devolver el celular, sería una excelente oportunidad para
presentarme, ponerme a la orden e intentar ese acercamiento vecinal que tanto
me ha recomendado una amiga cubana, casada con un palestino y radicada en
Argelia.
Mientras mis dedos palpan la
frescura y suavidad de los panes apilados junto a los cuencos y la bandeja del
horno, reconocí la bendición del momento. En Puerto Rico, sólo nos llega pan
pita que ha sido congelado por largo tiempo, perdiendo textura y sabor. Además
la escasez de gas en Bengasi ha afectado muchísimos comercios, en especial las panaderías.
Desde hace ya dos meses las largas filas para comprar pan le hacen la
competencia a las filas kilométricas en las gasolineras y en las puertas de los
bancos.
Hace poco mi esposo se levantó
a eso de la 5:00 a.m. y junto a uno de sus sobrinos hicieron un turno de casi
cinco horas en la gasolinera para poder abastecer los tanques de sus
respectivos vehículos. Cada viaje a la panadería, el banco, o la gasolinera es
motivo para esperar a mi esposo con una taza de té en mano, pues las anécdotas de
todo cuanto acontece en ese interactuar ciudadano, son dignas de contarse
apenas abre la puerta, se quita los zapatos, el abrigo y pronuncia el habitual “Salam
Aleikum”.
Mi esposo le comenta a su
amigo Mohammad, ahora radicado en Ucrania, que la vida en Bengasi se ha
reducido a salir a comprar lo necesario y emplear el día en las largas filas,
como se hacía antes de que Libia cambiara al sistema capitalista, aún bajo el régimen
de Muammar Kadhafi. “¿A dónde vas? ¡Ah! Tengo un día muy ajetreado. Tengo que
hacer la fila para la “bencina”, el banco y la de comprar el pan antes de
llegar a casa”, bromea mi esposo.
La voz de la mujer irrumpía
con fuerza en nuestro apartamento, se escuchaba alterada, furiosa; sus quejas y
reclamos escapaban de su boca hacia cualquier dirección y ya no le importaba si
nosotros, los residentes de otros pisos o los transeúntes frente al edificio la
escuchaban. Volví a la habitación y sin abandonar el tono de cuchicheo le
pregunto a mi esposo, qué dice la mujer. ¿Qué le pasa? Mi esposo me comenta que
para no enterarse de las intimidades de otra familia ha subido el volumen del
televisor, pero que definitivamente, a juzgar por los gritos, no parecía una conversación
con alguien que está enfermo, recluido en un hospital. Le comento que lleva muchísimo
rato discutiendo. Entonces mi esposo me mira con rostro de impotencia y me
dice;
-Accedí porque según contó
se trataba de una emergencia, pero lleva 15 minutos en el teléfono, peleando
con alguien, sin pensar que está consumiendo el saldo telefónico de otra
persona, sabiendo que actualmente para conseguir las tarjetas de recargo es un verdadero
lío, pero es una mujer, no puedo decirle nada. Después de todo lo que nos está pasando
con los dueños del apartamento anterior, me pregunto si aún queda gente honesta
en este país.
Me regresé a la cocina y por
más que intenté concentrarme en la tarea culinaria del día, me fue imposible; parecía
que tenía a la mujer detrás de mí, metida en la cocina, pasándome el pan
mientras discutía por teléfono ya casi a punto de rasgar sus vestiduras e
inmolarse. Volví al dormitorio;
-¿Quieres que le pida el
celular? La discusión es intensa y parece no tener fin.
-¡No! Ya terminará. Déjala. Contestó
mi esposo.
Entonces yo que me disponía a grabar un vídeo para
mostrar el proceso de los “pita chips” en el blog de “Matbakh Aziza”, me vi
imposibilitada, porque los incesantes reclamos de mi vecina no eran
precisamente el fondo musical adecuado para mi filmación. Desistí de la idea,
pero en su lugar le di “record” al programa de audio, después de todo era nuestro
primer contacto con “la vecina de enfrente” y no dejaba de tener ese sabor
cultural de primera prensada que tanto nos deleita. ¡Extra virgen! ¡La vida misma!
Tras pocos minutos de grabación,
tocaron la puerta y mi esposo y yo salimos disparados, él del dormitorio y yo
de la cocina. Era una mujer de baja estatura, carita redonda, aparentaba estar
en sus cuarenta y tantos de edad, vestía un… floreado, noté el contorno de una cabellera roja,
en contraste con su tez blanca, en fin, tenía el rostro pálido y perturbado. Pero
así, con quijada, manos y voz temblorosas nos miraba avergonzada a punto de lágrimas.
Nos daba las gracias, pero su pecho palpitaba acelerado. Cada esfuerzo por pronunciar
palabra sin echarse a llorar, conteniendo sus emociones, me recordaban la avena
ya lista cosiéndose al fuego, cuando genera burbujas que van estallando y si no
se retira de la hornilla se derrama, se desborda, perdiéndose desde sí misma.
“¿Estás bien? ¿Estás bien?” Le
preguntaba yo, mientras mi esposo servía de intérprete. Los pequeños ojos de la
mujer se cerraron apretados y para cuando los abrió, las lágrimas se
desbordaron recorriendo su rostro. Mi esposo que desde el inicio de la conversación
se mantenía de costado evitando mirarla, bajó la cabeza y continuó traduciendo
los lamentos de la mujer. Su esposo sufría una afección renal y se encontraba
en el hospital, ella había quedado al cuidado de los hijastros ya adolescentes
que no la obedecían y en medio de todo atendía a su hija de apenas dos semanas
de nacida. Era evidente que las presiones familiares la consumían, y había llegado
el momento de estallar, allí entre dos puertas abiertas, entre desconocidos,
entre tres nacionalidades e idiomas diferentes.
La mujer, lloraba con un
sentimiento profundo mientras contaba su desventura, yo no sabía qué decir, no
hablamos el mismo idioma, pero parece que mi espíritu sabía muy bien lo que debía
hacer y allí en pleno descanso de las
escaleras, sin hijab, toda greñuda y aún con un pedazo de pan pita en la mano
la abracé sostenido y apretado.
Mi esposo nos miraba con un
nudo en la garganta, mientras la mujer lloraba, contaba, soltaba, drenaba. Yo le
acariciaba la espalda y sentía en mis manos el calor que genera la energía en
movimiento, pero también sentía que me
ahogaba en llanto, un llanto desconsolado. De inmediato supe que su dolor no me
pertenecía y entonces rápidamente visualicé que del centro del universo bajaba un rayo luminoso
y resplandeciente que nos cubría, que al contacto de mi mano sobre su espalda y
de forma dinámica se generaban destellos traslucidos, entonces una estela de
polvo turbio salía del cuerpo de la mujer y se alejaba de nosotros disipándose entre
el hueco del cristal roto en los ventanales de la escalera.
Mi vecina levantó la vista
para dar paso a un abrazo de miradas, y continuó hablando. Aún conmocionada le pedí a mi
esposo que le dijera que era bienvenida en nuestra casa. Que no dudara si en algún
momento necesitaba algo. Todo sucedió muy rápido, nos despedimos. Y yo quedaba con la duda sobre los detalles de la situación que luego mi esposo me pudo explicar.
A nuestros pasos, ya cada
quien de espalda, se cerraron las puertas, pero quedamos con la satisfacción de saber
que habíamos intercambiado llaves de fraternidad y solidaridad, con la
posibilidad latente de crear lazos de amistad. Yo creo en el poder de los abrazos, de esos capaces de aliviarte el alma y acariciarte el corazón. También creo que hay un lenguaje universal comprendido
por todas las almas; es el lenguaje del amor y si hay algo que tengo claro es
que a pesar de lo difícil que se ha tornado la vida en este país, estoy en el
lugar y momento indicado, cumpliendo con los contratos espirituales preestablecidos,
viviendo mi destino. ¡Maktub!
Audio del incidente disponible sólo por tiempo limitado:
Hasta México me llego ese abrazo y toque en el corazón de tu vecina :D Que hermosa la forma en que cuentas tus vivencias. No dejes de hacerlo por favor.
ResponderEliminarLlego hasta PR
ResponderEliminarNo sera depresion post parto? Muy posible
ResponderEliminarMe tocó el corazón tu relato. Dios mío pobresita cuando debería estar recuperandose! Y ese gesto tuyo no necesita palabras. Tu esposo tiene un tesoro, Dios los bendiga.
ResponderEliminarPobre mujer con solo semanas de haber parido. Estoy segura que con el desahogo telefonico y tu abrazo se compuso.
ResponderEliminarOtra prueba más de que el poder de las emociones es universal. Comunicas aún cuando no hables el mismo idioma.
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