“Prepara algún postre, toca
la puerta de tu vecina más cercana, preséntate. Es bueno poder contar con
alguien cercano, sobre todo ahora que viven algo distante de la familia, y tu
esposo tendrá que irse a trabajar al desierto. Así no te sentirás tan sola.”
Mi amiga contestó;
-Me aconsejó una amiga
cubana radicada en otro punto de África.
Me pareció buena idea pero
sabía que mi esposo tendría reparos. Desde mi llegada a Libia me había
advertido que los libios eran algo reacios a tratar con extranjeros, que en
lo posible evitara hablar cuando estuviésemos en lugares públicos, o por lo
menos lo hiciera en voz baja –entre nosotros hablamos en inglés- pues por la
similitud en rasgos físicos, mientras no abro la boca todos piensan que soy
libia. Lo importante es no llamar la atención, decía. Con el tiempo y debido a
varios incidentes menores me di cuenta que el pasar desapercibida era un asunto
de seguridad.
Con esto de la guerra las
principales vías de acceso a la ciudad y
a los barrios permanecen clausuradas, para mantener el control de quienes
entran y salen se han ubicado muchísimos puestos de cotejo y aunque no detienen
autos donde viajen mujeres, el proceso de cateo por parte de los soldados hace
que el trayecto a cualquier parte se duplique o triplique en tiempo, sobre todo
si se quiere salir de la ciudad, pues actualmente hay una sola entrada y salida.
Con esto en mente y pensando
que, de mi esposo tener que irse al desierto, no sería tan sencillo que alguien
de su familia se acercase a Bengasi, le consulté sobre la posibilidad de
presentarme con la vecina de la puerta de enfrente y su familia. Como temía, mi esposo no estuvo de
acuerdo e hizo referencia a las palabras del soldado que se dirigió a los
vecinos palestinos el día que nuestra calle amaneció custodiada. El soldado había
advertido que los extranjeros serían tratados como simpatizantes de las
milicias. También me recordó que en Libia no era bien visto el que una mujer
viviera sola y que por mi propia seguridad era mejor no exponerse.
-¿Y realmente crees que a
casi tres meses de estar viviendo aquí nadie sabe que soy extranjera? Pregunté.
-Tienes un punto. El día que
la dueña del apartamento vino, visitó el resto del edificio al salir de aquí,
incluso la vi entrar al edificio de enfrente. Seguramente les contó a todos
sobre ti. Dijo mi esposo.
Era viernes y se nos había
hecho tarde para visitar la familia, ahora con los combates en plena ciudad se
sale a lo necesario y es peligroso manejar en las noches, así que de salir y
dar las 5:30 p.m. –hora en que comienza a oscurecer en invierno- es preferible
quedarnos a dormir en casa de alguna cuñada antes de arriesgarnos a manejar de
regreso a casa. Como una de mis sobrinas me había pedido un flan, me di a la
tarea de hornear dos flanes, uno para la sobrina y otro para la vecina de la
puerta de enfrente. Los entregaría al día siguiente, antes de irnos para
Al-Kuwayfiya, así no tendría que aceptar la invitación de entrar y conversar
viéndome obligada –quizás- a contestar preguntas que seguramente tendrían el
objetivo de saber más sobre mí.
Aunque mi esposo no estaba
de acuerdo me acompañó a tocar la puerta. Le sugerí que lo hiciéramos con
paquetes y bultos en mano, evidenciando que íbamos de salida y con prisa, sería
una manera elegante de evadir la conversación extensa. Así se hizo. La puerta
la abrió un joven adolescente y mi esposo lo saludó, solicitándole luego la
presencia de la madre. Esperamos pacientemente varios minutos, mi esposo
haciendo malabares con los paquetes en mano y yo sosteniendo el flan un poco
nerviosa.
Cuando se abrió la puerta,
apareció mi vecina y al unísono con mi “Salam Aleikum” se escuchó el
ensordecedor sonido del motor de la bomba de agua del edificio. Ella permaneció
de medio cuerpo cercana a la puerta en el pasillo oscuro, evitando ser vista
por mi esposo; apenas pude leerle los labios cuando contestó el saludo. Yo
sonreí, ella lo hizo tímidamente. En inglés le dije que era la vecina de
enfrente, que disculpara que no me presentara antes… la noté nerviosa. Con
tanto ruido no sabía si mi vecina no me escuchaba o no me entendía. Me voltee
para solicitar ayuda de mi esposo, que permanecía sosteniendo todos los
paquetes, le recordé que se supone estaba allí para traducir y lo hizo, pero de
medio lado evitando mirar para el interior del apartamento, mejor dicho,
evitando ver a la vecina. Era yo, que estaba a su lado y casi no lo escuchaba
cuando hablaba.
Mi vecina le pidió al hijo
que fuera por su hermana y todos esperamos a que la joven se cubriera y
llegara. La vecina que evidentemente no estaba cómoda con la situación en su
puerta, trataba de no exponerse ante mi esposo, mientras mi esposo -a punto de
soltar los paquetes- permanecía de medio
lado para no incomodar a la ya incomoda vecina. ¿Y yo? Con el flan aún en la
mano. ¡Me sostenía!
Finalmente asomó la cara la
hija, adolescente también, bonita, de piel tersa y cejas finas pero abundantes.
Me saludó en inglés. Expliqué que quería entregarles un postre y que aunque
andábamos de salida estaba a la orden en la puerta de enfrente. La madre le
pidió que nos hiciera pasar, mientras yo –finalmente- entregaba el flan. Mi esposo,
sin mirarlas, explicó que teníamos prisa pero que con mucho gusto en una
próxima ocasión yo las visitaría. La joven sonrió y dio las gracias, su madre también
agradeció pero lo hizo con reserva. Mi cuñada me comentó que la costumbre es
regresar la bandeja con algún postre, en señal de agradecimiento y cortesía.
Pasaron varios días...
Una amiga cubana residente
en otro punto de África, me dijo;
“Bueno. Ya diste el primer
paso... Ahora a esperar la reacción de ellos. Si son libios y no quieren
relaciones con extranjeros se "harán los locos" y a lo mejor vigilan que estés de vuelta para
devolverte el plato con un dulce, a través del hijo. Pero si son de mente más
abierta vendrá la mujer con su hija. Yo me inclino por la segunda opción, pero
esperaran a que estés sola. Es que la curiosidad de saber sobre ti va a poder más
que cualquier barrera, a no ser que su esposo sea un extremista y se lo prohíba
expresamente. Ahora sólo queda esperar pero, me alegro que hayas dado el paso
porque si salen gente hospitalaria te servirá para sentirte acompañada aunque sólo
los veas una vez a la semana.”
Pasaron varios días...
-En mala hora serví el flan en la bandeja grande. Ahora la necesito y no la tengo. Le comentó a mi esposo.
-Ve y pídesela. Responde él.
-¡Ay no! Esa bandeja es barata y aunque no lo fuera es de mal gusto pedírsela. Concluí el tema.
Pasaron varios días...
Le comenté a mi amiga en
Argelia;
“Mi esposo me dijo lo mismo
que tú. “Ahora de seguro te visitara junto a su hija, o te enviará la bandeja
de vuelta con algún dulce árabe”. Ya es viernes y no ha pasado nada. Mi esposo
quería pedirles la bandeja y le dije; "Ni te atrevas" Era una bandeja
barata, que se la queden, no quiero hacerlos sentir mal. Ya te contaré.
“Tienes razón. La bandeja
sólo se pide a la familia y cuando hay mucha confianza”.
Entonces le digo;
“¡Claro! Mi esposo dice que
es de mala educación no devolverla aunque sea vacía. Y me dijo que no les enviara nada más.
Mi amiga tratando de
animarme me comenta;
“No te preocupes. Aunque se
demoren te la devuelven y nunca vacía. Lo que pasa es que ahora ella tiene que
inventar qué mandarte. Vacía sólo la devuelve la familia o cuando ya son muy amigas".
Pasaron varios días...
Mi cuñada me preguntó, ¿Son
libios? Olvídate de la bandeja.
Mi amiga cubana dijo; “Es
cierto, no debes pedirla, se le pide la bandeja a los familiares y con los que
se tiene mucha confianza. En fin, olvídate de la bandeja.
Pasaron varios días...
Dos semanas más tarde, la
noche antes de que mi esposo partiera al desierto salió de emergencia a comprar
unas mangas para instalar el calentador de agua nuevo, porque el que habían
dejado los arrendatarios del apartamento había explotado. Según salió mi esposo
sonó el timbre. Fui a la puerta pensando que era él, que con la prisa había
olvidado las llaves. No me ocupé de asomarme por la mirilla, abrí la puerta y
allí estaba el menor de los hijos de mi vecina, bandeja en mano y sobre la
bandeja dos croissants de envoltura comercial. Decía en la etiqueta que estaban
rellenos de crema de avellanas. El niño nunca me miró a la cara, yo igual
sonreí limitándome al “Shukran” –Gracias-.
Cuando mi esposo regresó, le
digo de lo más contentita; “¡Shufi habibi! -“shufi significa “mira” y
“habibi” significa “mi amor” dicho de una mujer a un hombre- La
vecina envió la bandeja con dos croissants. Pensé que nunca lo haría”. Mi
esposo contestó; ¡Good! Y sin hacerme mucho caso se dio a la tarea de instalar
las mangas del calentador de agua del baño.
Ya luego, mientras veíamos
televisión, retomé el tema. Le comenté que si la vecina había devuelto la bandeja,
tal vez me visitaría más adelante, junto a su hija; tal y como había dicho mi
amiga. Que el hecho de devolver la bandeja ya era favorable y que…
-Habibty (significa “mi amor”
dicho de un hombre a una mujer), fui yo quien le pidió la bandeja al niño
cuando me lo tropecé con sus amigos en la escalera.
Han pasado muchos días…
Ditooo. JejeJejeje al menos no vino vacía.
ResponderEliminarBien, valió el intento por demostrar nuestro estilo Latino puertorriqueño. No pierdas la fe. !Héchele ganas!-como dicen los mejicanos. Si jalisco no se raja, pues Aziza tampoco.
ResponderEliminar:( yo tan ilusionada como tu... ni modo, para la proxima que coman m.... jajaja
ResponderEliminarEnviale una bandeja pequeña con flan de M por que de seguro creo que ni lo probaron y espero que no te comiste las criosants eso por que luego de tanto tiempo llevarte eso es mas que sospechoso aunque tu esposo lo haya pedido
ResponderEliminarhombres! todo lo dañan... solo era cuestion de tiempo y si no la devolvian ya ni importaba.
ResponderEliminarNi modo. Lo intentaste!
ResponderEliminar