20 de diciembre de 2013. Bengasi,
Libia.
10:23PM...
Finalmente mi esposo y yo hemos
podido intercambiar palabras, fueron sólo 10 minutos, pero suficientes para energizarme
el corazón. Ya van 4 días desde que se fue a trabajar a algún punto del Sahara.
Ahora solo resta tomarme un rico chocolate caliente y espesito con canela. Es
que tengo un frio brutal. Imagínense, tengo puesto 4 pares de medias, una
camisilla, dos suéteres, un abrigo súper grueso y tres pantalones tipo pijama.
Ya sé que en otros lugares la temperatura está mucho más baja que aquí (48ºF)
pero yo soy tan y tan friolenta que aun con todo esto puesto siento los pies y
las manos como si fueran paletas de hielo, como si las medias estuviesen
mojadas, y eso que duermo con dos cobertores gruesos y pesados. Horita me
visitó mi suegra con una de mis cuñadas casada y sus dos nenas; desde que mi
esposo se fue hacen 4 días no había visto a nadie. Como es invierno y la mayor
parte del tiempo el cielo esta nublado, las horas transcurren lentas y en
silencio, con poca o ninguna actividad, a puertas y ventanas cerradas y como la
familia de mi esposo no habla inglés, a excepción de una de las hermanas, pues
el contacto durante los viajes de mi esposo se reducen bastante, por no decir
casi por completo. Pero hoy subieron al segundo piso, trajeron alfombras y
cubrieron todo el piso del cuarto y pasillo hasta la entrada del baño para
evitar que la losa guarde el frío y yo pueda pasar estos 30 días lo más cómoda
posible. Mi suegra siempre me confunde con los cuatro besos corridos intercalando
mejillas y bendiciones, además hoy eran cuatro las que me hablaban
absolutamente todo en árabe como si yo las entendiera. Yo reacciono como mejor
se me ocurre besándolas y abrazándolas a todas y repitiendo la palabra
“Shukran” (gracias) cada vez que tengo oportunidad. Me cuenta mi esposo que en
el desierto el frío durante las noches de invierno es inclemente, que me extraña
mucho; así que no me quiero imaginar cómo debe estar. Dios lo proteja a él y
sus compañeros de trabajo.
22 de diciembre de 2013. Bengasi,
Libia.
6:31PM…
Acaba de visitarme mi suegra. Hablándome
en árabe preguntando cómo estoy, que si
he comido, entre otras cosas. Agarró la lata de avena y dice que debo cocinar y
no estar comiendo solo avena, que por qué el pan aún no se ha acabado. Entró al
cuarto y colocó una frisa adicional sobre la cama, preocupada porque debo estar
pasando frio. Apenas pude contestarle en mi intento de árabe un par de cosas
muy básicas. De momento me mira, me abraza fuerte y nos echamos a llorar con un
sentimiento que parecía ser mutuo, comprendido, solidario, compasivo. No sé cuánto
permanecimos así pero le tomé las manos y le besé la frente; ella me dio cuatro
besos intercalando mejillas a la vez que se secaba las lágrimas, me echaba mil
bendiciones y se despedía. Me quedé recostada del marco de la puerta, secándome
las lágrimas también mientras su diminuta y apacible figura envuelta en telas se
iba desapareciendo entre las sombras de las escaleras. ¡Que poder el de los
abrazos! ¡Que energía capaz de comunicar sin necesidad de palabras y desde lo más
profundo del alma! A Dios… ¡Gracias por el amor!
P.D.: Yo cocino y hoy que justo
me ha dado por comer avena, ha subido ella. No me cree, como si yo estuviese
desnutrida, Jijiji... ¡Bendito! Se ha comportado como una madre. ¡Alhamdulillah!
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