domingo, 17 de diciembre de 2017

La segunda promesa



Ayer hablé con mis suegros: 


Halima u Omm Akram (Madre de Akram) como se supone que se le nombre, lloraba en el teléfono. Decía que la vida tras la guerra y la partida de su único hijo vivo, habían trastocado demasiado la vida de todos en la casa. Mi esposo, como siempre, intentaba consolarla.Ya más calmada y tomando en cuenta que su hijo ha regresado a Puerto Rico con intenciones de quedarse (se encontraba trabajando en USA) me preguntó si estaba feliz. Le pedí a mi esposo que tradujese mi contestación sin omitir detalles y para ello hablé haciendo muchísimas pausas; 


"Mama, por supuesto que estoy feliz, tu hijo es mi esposo, es un buen hombre y lo amo, de igual manera mi familia, quienes desde el primer día lo acogieron con mucho amor. Aquí Hani es un hijo más, pero también es un cuñado, un tío, un primo, un sobrino, porque cuando hablo de mi familia me refiero a todos y no sólo a quienes convivimos en esta casa. Incluso mis amigos, ahora son sus amigos. Yo te lo cuido como siempre me lo has pedido, pero no puedo sentirme completamente feliz cuando sé que tú al pensarlo lo lloras. Aún recuerdo cuando entre lágrimas nos dimos aquel abrazo de despedida, el corazón se nos partió en dos para siempre y así vivimos todos, con el corazón partido de tanto tiempo, distancia y nostalgia.


Te hice varias promesas que aún no he podido cumplir y entre ellas, la más importante de todas, la segunda. Seremos felices cuando la cumpla, cuando tú y baba (papá), puedan volver a abrazar a su hijo.


Tú me entregaste a tu hijo, como arrancándote un pedazo de ti, sacrificaste tu felicidad por la de él. Yo lo vi a él en el suelo besándote los pies mientras ahogado en llanto te pedía perdón por decidir partir con su esposa y no quedarse una vida entera contigo, también lo vi a punto de cancelar nuestro viaje porque su padre lloraba sin consuelo aferrado a su cuello mientras el taxi nos esperaba para partir al aeropuerto. Yo a cambio, les prometí que a este hijo no se lo tragaría la tierra como a tu primogénito, que lo volverían a ver; yo hoy renuevo mi promesa y la sostendré hasta poderte cumplir."


Se agotaron las palabras, sólo había llanto aquí y allá. 


Mi suegra no pudo terminar de hablar, mi suegro Mahmoud o Abu Akram (padre de Akram) como se le debe nombrar, tomó el teléfono y me echó la bendición. Yo ni siquiera miré a mi esposo, salí de nuestra habitación con el pecho queriendo estallar, me senté en la barra de la cocina y me puse a ordenar la mercancía para la "Haymah" a pesar del llanto desconsolado. Al rato mi esposo se acercó en silencio y suavemente posó su mano sobre mi hombro, "¿Quieres café?", preguntó con voz entrecortada.

© 2017. Daritza Rodríguez Arroyo. Todos los derechos.


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3 comentarios:

  1. Me hiciste llorar... Hermoso relato. Dios los bendiga siempre.

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  2. Que difícil situación, gracias por compartir tu historia. Que mucho hay que aprender y saber apreciar. Un abrazo

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