viernes, 6 de febrero de 2015

El desalojo: Primera parte

El 20 de noviembre  mi esposo partió para el desierto más triste que nunca, pues aunque los combates habían iniciado en verano, desde octubre 15, se habían recrudecido. Ya no se limitaban a la periferia de la ciudad, cerca de las bases militares, para entonces estaban en el centro de Bengasi y en los barrios; se atacaban directamente las residencias de los miembros y simpatizantes de las milicias o del ejercito respectivamente.

Si tu vecino o alguien en la calle, era miembro, simpatizante o familiar de uno de estos, tu barrio, tu calle y tu edificio corrían peligro. En Al-Salmani estuvieron aproximadamente una semana, tres cuadras de nuestra calle fueron clausuradas y custodiada por soldados del ejército y las fuerzas especiales durante dos días. La línea de fuego cruzado nos quedaba a unos 500 metros al final de nuestra calle, Los estallidos hacían vibrar las ventanas, los proyectiles impactaban las rejas de los balcones, los muros y en uno de los departamentos de esquina, un proyectil atravesó la ventana, la conmoción fue grande, pero agraciadamente nadie salió herido.

 

Sabiendo que tendría que marcharse, mi esposo me había comentado que le preocupaba el no estar en la ciudad para el día en que correspondía pagar la renta del apartamento. El 3 de diciembre se vencería el contrato, además de renovarlo se iniciarían los pagos mensuales por la cantidad establecida en el contrato firmado en septiembre en la oficina del “agente inmobiliario”.

 

El 3 de septiembre se había entregado el monto total de $1,800.00 LYD al arrendador y $400.00 LYD al agente inmobiliario por un contrato que cubría tres meses, renovable el 3 de diciembre con pagaré de $600.00 LYD por mes. Estando mi esposo trabajando en el desierto y con la compañía celular Madar fuera de servicio era imposible coordinar el pago para el día 3 de diciembre a través de un intermediario.

 

El día antes de marcharse salió temprano en la mañana a visitar a su familia y como acostumbra a hacer antes de cada viaje, asegurarse que quedaban provistos de víveres, dinero en efectivo y demás. Serían las 10:00 a.m. cuando escuché el timbre de la puerta y al asomarme por la mirilla vi que era el arrendador.

 

Me sorprendió que fuese él, porque aún faltaban 15 días para el pago correspondiente. Pero la gente estaba desesperada buscando efectivo, los bancos habían cerrado, las sucursales principales se encontraban en el centro de la ciudad, habían quedado atrapadas en zona de combate.

 

Mi esposo me había pedido que no le abriera la puerta a nadie durante su ausencia, además no se atiende a un hombre cuando se está sola en la casa. Él seguía tocando el timbre insistentemente y yo no sabía qué hacer, era la oportunidad perfecta para resolver el asunto de la renta y si lo dejaba ir, de todos modos volvería entrado el mes, cuando mi esposo aun estaría en el Sahara.

 

De inmediato fui hasta la habitación, me coloqué el “hijab” y la “abaya”, busqué el dinero que mi esposo había apartado para la renta de diciembre y regrese a la puerta dispuesta a entregarle el dinero a través de las rejas; el hombre ya se había ido.

 

Supuse que si me apuraba a salir al balcón de seguro estaría montándose en su auto o conversando con algún vecino. Así lo hice y así resultó, estaba justo en la entrada del taller que quedaba bajo el apartamento. Dije “Salam Aleikum y el hombre alzó la vista contestando con un “Aleikum Salam”. Me preguntó dónde estaba Hani y traté de explicarle que no se encontraba, él me comentó que no había comunicación telefónica y yo asentí con la cabeza a la vez que le mostraba el dinero enrollado y atado a una liguilla.

 

Le pregunté si podía aventarlo desde el balcón, él titubeo, pero asintió con la cabeza y colocó las manos para recibirlo, su hijo –un niño de unos nueve años- también se colocó en posición de receptor. Tras aventarles el dinero junté mis manos en gesto de solicitud de disculpas. El hombre sonrió diciendo “Shukran” y yo me regresé al interior del apartamento, puertas y ventanas cerradas.

 

Cuando Marido llegó le conté lo sucedido y le note cara de no saber si lo que había hecho estuvo bien o mal. Me comentó que era una falta de consideración presentarse a cobrar la renta quince días antes de la fecha correspondiente y sobre todo el hacerlo sin llamar. Le recordé que no había comunicación telefónica para los usuarios de Madar y que posiblemente el hombre andaba como el resto en la ciudad, buscando efectivo a como dé lugar. Entonces me dijo que aventarle el dinero desde el balcón no había sido una forma apropiada ante los ojos de cualquier persona que estuviese mirando desde alguna ventana, techo, balcón o cruzando la calle. Entonces me tocó recordarle que ninguna de esas personas que posiblemente me tomarían por impropia viajaría el 3 de diciembre al Sahara para servir de intermediario entre el arrendador y él para efectuar el pago de la renta. Se quedó callado.

 

En la noche me comentó que llamaría a Heichan, un amigo de su juventud que se había topado en la calle y que le dijo que vivía justo en el edificio de enfrente, a dos pisos sobre el apartamento de Alí, “el hombre que mira desde el balcón de enfrente”.

 

Su intención era decirle que partía al desierto por asuntos de trabajo, que estaría ausente unos 30 o 40 días y que agradecería muchísimo si él y su esposa de vez en cuando velaran por mí. Le comenté que nuestros amigos Faraj y Reem siempre estaban pendientes, pero me dijo que ellos vivían a 10 minutos en auto, en otro barrio y si sucedía alguna emergencia nocturna lo más recomendable era alguien que viviese tan cerca como ellos.

 

-¿Alguna emergencia nocturna cómo cuál? Pregunté.

-Que caiga un misil, algo así. ¡Que sé yo! Contestó y siguió caminando.

 

Después de esa contestación me costó poder reaccionar. En Puerto Rico una emergencia nocturna puede tratarse de un problema de salud, algún accidente y en el peor de los casos un escalamiento, pero un misil… ¡Bienvenida a Libia!

 

Después de instalar el calentador nuevo -pues el que dejaron los arrendadores había estallado en horas de la tarde, justo un día antes de irse, y comenzando el invierno- llamó a Heichan. El amigo le dijo que mejor hablaran personalmente y abrigo bien puesto salió del apartamento. Eso sí, le pedí que como quien no quería la cosa tratara de indagar todo cuanto pudiese sobre Mustafá y Alí, porque mis lectores lo agradecerían.

 

Se habrá demorado una hora, yo lo esperaba ansiosa; quería saber todo sobre los personajes de la calle, que realmente existen, pero a quienes me había visto forzada a imaginar e inventarles una historia. Recuerdo que al día siguiente lo primero que hice tras despedirme de mi esposo fue entrar a la página en Facebook a contar la historia real tras Mustafá y Alí.

 

Esa noche después de contemplarlo haciendo sus maletas, cortando su cabello y su barba –el ritual acostumbrado en la víspera de la despedida- dormimos abrazados. Dormimos pocas horas, no recuerdo cuantas, pero al despertar seguíamos abrazados. Siempre sucede igual, es como si quisiéramos vivir esa noche las 30 o 40 noches de soledad y distancia que tendremos por delante.

 

En la mañana antes de irse me comentó que se sentía más tranquilo sabiendo que Heichan y su esposa estarían al pendiente de mí, que incluso la mujer –Sarah- le había dicho a su esposo que en algún momento me visitaría. Me alegró saberlo, era una excelente oportunidad para la amistad. También dijo que aunque estaba un poco incómodo con el asunto del dinero, la realidad era que se había quitado de la cabeza la preocupación de la renta.

 

Me dejó su celular, conectado a la compañía Libiana, de ese modo Faraj, Heichan, Sarah y sus hermanas Haná y Fatin podrían comunicarse conmigo. Nos abrazamos fuerte y extenso, transmitiéndonos el uno al otro todo lo que sentíamos, lo que expresar con palabras no basta.

 

Yo siempre lloro, a él se le aguan los ojos, se le forma un taco en la garganta, me separa de su pecho lleno de cariño y temores y se da vuelta cerrando la puerta sin mirar atrás. Yo siempre corro a mirar por el hueco de la celosía del salón familiar y lo acompaño con la vista hasta que se monta en el auto. Según camina, voy encomendándolo en cada uno de sus pasos, a sus seres amparadores, pero sobre todo a Dios, que permitió que nos conociéramos y uniéramos nuestras vidas en un compromiso de amor.

 

Continuá…

7 comentarios:

  1. Wao!!! La verdad q cada Dia conociendo más esta cultura yo q soy tan ligerita a actuar como buena boricua no se dnd estaría,. Me encantan los relatos !! Un abrazo!!

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  2. La cantidad de dinero que indicas es dinero americano



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    1. No, Yolandita. Están en Dinares Libios -LYD-
      1.00 USD es igual a $1.36LYD

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  3. Las despedidas siempre son tristes, pero esta que cuentas le cierra la garganta con un nudo a cualquier persona. Que Dios te siga dando la paciencia necesaria, es un gusto leerte, me quedo con ganas de la segunda parte. Saludos karima.

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  4. no habia leido esto... si cuando me despido de mi esposo en la manana la mitad del alma se me va tras el, no quiero imaginar como se siente...Dios les bendiga a ambos

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  5. Esperemos que llegue el día en que nuestras despedidas no sean por ausencias tan prolongadas como estas.

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