jueves, 13 de febrero de 2020

Si hay que esperar, esperemos en Granada.




Ya habían transcurrido dos semanas y permaneciamos en Becerril de La Sierra sin tener noticias de los trámites para poder entrar a Libia. Hacía tiempo que se habían enviado todos los documentos a las autoridades pertinentes y aunque mi esposo intentaba disimular su ansiedad, se le notaba devorado por la incertidumbre.

Agraciadamente Madrid es una ciudad que no aburre y el poder transportarse tan rápidamente a lugares tan emblemáticos como Segovia y Toledo, la hacen aún más conveniente. Estás en el centro o en cualquier barrio nuevo de Madrid y en un paseo llegas a una de estas ciudades o pueblitos que te transportan al pasado.
Pero aún así el tiempo se hizo mucho y de Libia no contestaban. 

Estábamos tan cerca y tan lejos del retorno a la familia, de cumplir nuestra promesa, de intercambiar esos abrazos capaces de pegar corazones que se han partido en dos y de que con las lágrimas echadas a correr o contenidas durante cinco años, florecieran sonrisas y volviesemos, todos, a mirar la vida -aunque fuese por varios meses- sin resentimientos, sin reparos, porque ha válido el tiempo, la distancia, la pena y la esperanza que sostiene y alimenta.

La vida late por sí misma, pero nos cuesta comprenderlo y aunque lo hiciéramos, igual nos encapricharíamos en que fuesen los latidos de nuestro corazón los que marquen cada paso. Había que moverse.

Llamé a Diana, que un tiempo atrás nos había invitado a conocer Granada, una ciudad única en Andalucía, ciudad de ensueño donde tiene la dicha de vivir ya hace varios años. Ella leía Los relatos de Aziza, creo desde mi llegada a Libia y en ocasión de un viaje a su natal Puerto Rico, nos juntamos en uno de mis restaurantes y puntos de encuentro favoritos, el café griego del amigo Theodoros Ladias, en la calle Loiza, en Santurce.

España siempre había encabezado la lista de países a visitar y mi mayor interés era justo Andalucía; se lo dije. Aceptamos su invitación de inmediato y con intención de a corto plazo. Además ya saben, pisar España y dar con el hermano desaparecido era el mayor pendiente de Hani desde su salida de Libia. Junto a algún día regresar a Libia, volver a España y buscar a su hermano era una de las dos promesas echas a sus padres, palestinos radicados en Libia.

Compramos los billetes de autobús, serían 4 horas con una parada de 30 minutos. Dejamos la Sierra de Guadarrama en taxi muy temprano en la mañana, la hora pico en Madrid. En Google Map dimos con un "trastero" (espacios de almacenaje para alquiler) al que le pedimos al taxista que nos acercara y allí dejamos varias de las siete maletas llenas de regalos para su familia, que mi marido estuvo juntando todo este tiempo. Era el primer día de trabajo como taxista y no sé si por ser de la sierra, pero ese taxista fue uno de los pocos madrileños que realmente nos ofreció un trato amable. Al punto, de despedirnos con un abrazo al dejarnos en la estación, después de varias vicisitudes, por las cuales demoró más y no quiso cobrar extra.

Estábamos cansados, algo aturdidos, pero aliviados de andar con sólo dos maletas en lugar de siete. Faltaba bastante para abordar, así que nos acomodamos a contemplar en HD a través de los cristales de Estación Sur , la Avenida de América.
Allí estuvimos un buen rato, conversando de todo lo que nos había pasado. Le pregunté a Hani sobre lo último que conversó con su hermano. Lo noté triste, contrariado, no contestó. Respeté su silencio, él decidió caminar. 

Entonces, llegó esta joven de vestimenta propiamente islámica, que traía un coche y en él a una bebé hermosa. Era Palestina, radicada en Granada, de esposo sirio; a quien esperaba porque viajarían en autobús hasta el aeropuerto de Barajas con Turquía como destino turístico.
Así que yo le hablé de lo mágica que es Estambul y ella, me contó lo encantadora que es Granada. "Te vas a enamorar de sólo verla", dijo. Ya luego llegó su esposo, por lo que tertuliamos a lo árabe, hombres a un lado y mujeres a otro.

Fue un viaje largo, algo incómodo el autobús, pero de haber ido en avión nos hubiésemos perdido los millones de olivos que pueblan la ruta que lleva a Granada y ni hablar de cómo los cortijos andaluces la engalanan.

Sería un poco más de las 10:00 p.m. cuando entramos a la ciudad. Y mejor momento no pudo ser. Granada estaba tan linda y pintoresca, tan contenta, de tarasca y feria. Eran las fiestas del Corpus Christi, quizás la celebración más grande en Granada, a la que definitivamente luego, habra que dedicarle tiempo aparte.

La gente caminaba en pareja o en grupos,   muchos de ellos vestidos al estilo flamenco y según nos acercabamos al centro se crecían las guirnaldas de luces, los farolillos y nuestro encantamiento. No, no es mentira ni alarde, de Granada te enamoras a primera vista; y doy fe de ello.

Nos bajamos del taxi donde Diana nos había dicho que le marcaramos, porque tan pronto llegasemos a Plaza Del Carmen, según ella, ya estaríamos a sólo pasos de de su piso.

"¡Ay que linda está la plaza!", exclamé tan pronto cruzamos, y ya estando en ella, giramos sobre nuestros ejes para poder admirar tal preciosura a 360 grados. Al volver al mismo punto donde estábamos reconocí a nuestra anfitriona; "¡Diana!"
Nos abrazamos y después de explicarnos un poco sobre el Corpus Christi nos adentramos a una de las calles más sabrosas del centro de Granada, porque es que nuestra amiga vive, nada más y nada menos, que en un piso de la calle Navas.

Si hay que esperar, esperemos en Granada.

© 2020, 2021. Daritza Rodríguez Arroyo. Los relatos de Aziza. Todos los derechos.

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