Introducción:
En el campo de la “ufología, ovnilogía y
ciencia ficción” se utiliza la terminología “encuentros cercanos” y su sistema
de clasificación numeral para describir
un evento en el cual una persona es testigo de la presencia de un objeto
volador no identificado (OVNI) y, en ocasiones, de sus hipotéticos ocupantes.
Esta
terminología y el sistema de clasificación que subyace en ella (primer, segundo
y tercer tipo) fueron inventados por el astrónomo y ufólogo estadounidense
Josef Allen Hynek (1910-86). Según Hynek un “encuentro cercano del tercer tipo”
corresponde a la observación de un
OVNI junto a entidades biológicas, llamadas originalmente seres animados.
Referencia: http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada Nota: La mayoría de la información consultada en Internet son fragmentos de la información disponible en “Wikipedia: la enciclopedia de contenido libre que todos pueden editar.” Por tanto la veracidad de la misma debe ser verificada por quienes estén interesados en el tema de los “Encuentros cercanos” y su sistema de clasificación.
A pocos días de mudados
y aún con la mayoría de nuestra ropa en maletas me di cuenta que ya era
hora de lavar las piezas que habíamos estado usando con mayor frecuencia. Ni
corta, ni perezosa elegí la indumentaria perfecta para trajinar en casa (pensando
como mujer occidental); unos pantalones tipo “leggings” y una blusita a mitad de muslo.
-¿Pa’ dónde va?
Así hubiese
sonado mi esposo si fuese boricua.
-Pues al balcón, a
tender la ropa. ¿No ves?
Contesté de lo más campante con el canasto de ropa
mojada en mano.
-¡Por Allah, Aziza! ¡No
me pongas en vergüenza! Exclamó mi esposo mientras levantaba y agitaba las
manos al cielo a nivel de sus orejas; justo como lo hacía mi suegra cuando subía
a visitarme y yo le abría la puerta en traje o pantalón corto, sin mangas y con
el tatuaje del “Yin Yang” que llevo en mi espalda al descubierto. YA ALLAH,
AZIZA!!! YA ALLAH!!!
El “sermón de la montaña”
se quedó corto en comparación a la explicación de porqué debía cubrirme para
abrir la puerta y salir al balcón a tender la ropa. Antes, cuando vivíamos en el
segundo piso de la casa de la familia de mi esposo, tendía la ropa en una habitación
amplia bien ventilada, aun así resentíamos el no poder tender nuestra ropa al
sol, por reglas del padre de mi esposo y sus hermanas solteras, que ahora mismo
no vienen al caso. El asunto es que aquí se entiende que la forma natural e
incluso sana de secar la ropa es tendiéndola al sol y exponiéndola al aire
fresco.
En el barrio donde vivíamos,
las mujeres lavan y secan ropa en las azoteas de casas que por lo regular son
de dos, tres y cuatro pisos (dependiendo lo numerosa que sea la familia) y
aunque se cubren para evitar que algún hombre las observe desde alguna otra
azotea, la realidad es que en lo alto se sienten mucho más relajadas. Si se tiene
un patio cómodo y bien amurallado también se puede faenar con libertad, aunque
siempre se colocan un pañuelito bobo, así como este que les muestro aquí.
El asunto es que ya no
vivimos en el barrio a las afueras de la ciudad donde cada casa tiene su
terreno con altas murallas y se pueden
realizar las tareas domésticas en total privacidad. Actualmente vivimos en un
apartamento de un edificio antiguo (como todos en esta ciudad) en un barrio que
queda en pleno centro de Bengasi. Ahora debo tender la ropa como lo hace
cualquier mujer en los barrios populares, en un balcón y a la vista de todos. Y
cuando digo “a la vista de todos”, me refiero de todos los hombres que se
encuentren caminando por la calle, los dependientes de cuanta tienda te quede
en frente (siempre están parados o sentados en la entrada hablando por celular o
tomando té con los amigos en espera de que lleguen los clientes) y específicamente,
de cuanto hombre viva en los apartamentos de los edificios de enfrente, que “casualmente”
saldrán a fumar o a tomar el té a su balcón o más discretamente observaran tras
la cortina de alguna ventana o puerta,
contando con el conveniente resguardo que
ofrecen las celosías, cuando de “ver sin ser vistos” se trata.
En fin, que aquí en
Libia por regla social no escrita la mujer se cubre hasta para asomarse a la
ventana y que salir al balcón en “leggins” a tender ropa sería el equivalente a
un “striptease” público y tomando en cuenta mi “voluptuosidad boricua”
(recuerdan aquello de “Voluptuosamente Voluptuosa”) pues definitivamente;
Haram! Haram! Así exclaman los musulmanes árabes cuando desean
expresar que algo es indebido, prohibido, maléfico y también es sinónimo de
pecado.
Entendí que no era el
momento para sublevaciones feministas, ni para poner a mi esposo en vergüenza. Así
que me atavié con el ajuar de lavandera libia y salí al balcón. Fue la primera
vez que abrí la puerta de madera a dos hojas que divide nuestra habitación del pequeño
balcón que da a la calle. En el interior siempre tenemos la unidad de aire
encendida y como en el resto de los hogares libios, vivimos a puertas y
ventanas cerradas con el mínimo de luz que se filtra por las celosías. Los ruidos que hasta
entonces se escuchaban lejanos, como si perteneciesen a una vida paralela en
otra dimensión, de repente eran vibraciones que se daban en la misma frecuencia
de mis palpitaciones. Escuchaba en alta fidelidad (hi-fi) los golpes del martillo
contra el yunque que puntualmente nos despiertan a eso de las 8:00 a.m., desde
el taller que está en el primer piso del edificio (esto en sustitución de los
gallos que se escuchaban en Al-Kwayfiya). Las voces masculinas que amenizan el día
a día, desde las dos tiendas de ropa que ubican en el primer piso de los
edificios de enfrente ahora tienen rostros. Los miro de reojo, porque como
cualquier mujer u hombre de respeto según las normas sociales aquí, al salir o
entrar junto a mi esposo suelo bajar la vista o extraviarla para evitar
contacto visual con cualquier persona extraña de sexo opuesto; esto último lo
describo como el arte de pretender que se ve sin mirar.
Las estridentes alarmas
de los autos estacionados unos sobre otros también tienen su intervención en
este concierto urbano. Se activan cada vez que pasa un auto con música a todo
volumen y los cristales vibrando a punto de estallar o tocando bocina, porque
como dice mi esposo en tono sarcástico; “han de estarlo esperando para una
importante reunión en la ONU que sin él no puede empezar”. La otra razón para
que se activen las alarmas no es precisamente el intento de hurto del vehículo,
pues lo común es que algún residente dispare su AK47 porque está contento o alguien
muy querido se casa. Esa era la banda sonora de la escena citadina de la que en
ese momento era parte.
Mi corazón palpitaba más
fuerte, lo escuchaba acelerado, haciéndole coro a la porfía constante entre el
martillo y el yunque. “No lo puedo creer, estoy tensa”, me dije a mí misma. Me costó
aceptarlo y aún no salgo de mi sorpresa, pero lo confieso, estaba nerviosa.
Apenas comencé a abrir el tendedero un hombre salió al balcón a fumar, justo en
el edificio de enfrente. Al cabo de unos minutos contaba con un reducido pero
insistente público masculino que pretendía el viejo truco de la casualidad si
en algún momento se daba un cruce de miradas. Me sentía como atracción de
acuario, como participante en “La Casa de Cristal”. Estaba tan nerviosa que ni
siquiera pude abrir el tendedero, y mi esposo, que hasta entonces había estado observándome
desde el interior de la habitación fingiendo que estaba absorto en algún programa
de televisión cuando en realidad se lo comía la incomodidad y la inquietud; saltó
a mi auxilio. Cuando la insólita audiencia vio que “un esposo” entró a escena, sus
ojos transgresores agitaron alas, presurosos buscando otro lugar donde posarse.
Una vez el tendedero quedó
instalado, Mi esposo se regresó al interior y yo clavé la vista en la ropa que
estaba tendiendo con el temor de que se saltara algún sostén o pantaleta que
despertase el interés de algún libidinoso vecino. Así fue mi primera vez tendiendo
ropa en un balcón de un barrio popular de Bengasi. ¿Comprenden la analogía con
un encuentro cercano del tercer tipo? Bueno pues ahora pendientes a la segunda
parte de este relato, experiencia que he catalogado de “encuentro cercano del
cuarto tipo” pero con clasificación “G”, o sea, el secuestro. Esa es la que está para soda y "pop corn".
Nota:
“Encuentro cercano del tercer tipo” es el primer relato de una serie de dos titulada
“Encuentros Cercanos” de la cual el segundo relato se titula, “Encuentro cercano
del cuarto tipo: Clasificación “G”. Esta segunda parte estará disponible pronto. ¡Pendientes!
* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
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Te admiro porque yo no se si podria con tamaña situacion aunque todo es cuestion de querer adaptarse. Pero ya me vi yo diciendole a los mirones que @#%?!! miran? Jaja. Un abrazo
ResponderEliminarOMGggggg...no, no, noooo si hasta a mi me dio estrés!!!!!....Siendo yo, desee volver a vivir donde antes, aunque la suegra infartara cada vez q le abriera la puerta y estuviera con mis comodas "galas" de estar en la casa....!!!!!
ResponderEliminarHola!
ResponderEliminarComo siempre, me encanta leerte. Local por leer la segunda parteeeeee plizzzz.
Santo, pero que es lo de esos hombres tan libidosos!! que dificil estar en esa situacion y que de momento por la prisa tiendas un panty o brassier!!, se volveran locos. jajaja
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
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ResponderEliminarSiempre es grato leer sus artículos. Saludos y éxito en sus escritos.
ResponderEliminar¡Gracias por tu lectura e interés Iris!
ResponderEliminarJaja,, siempre es interesante y divertido releer tu blog
ResponderEliminarJaja,, siempre es interesante y divertido releer tu blog
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