- Que se casa el hijo del mejor amigo de mi cuñado Abu Waleed y han invitado a todas las mujeres de la familia. Mi madre ha dicho que vas con ella y que no aceptará negativas por respuesta. Dijo Marido.
- ¡Tamam! Le contesté.
¡Pal’ ululeo!
Dieron las 4:00 p.m. cuando mi suegra Halima venía del brazo de su
hijo y acercándose a la puerta del asiento del pasajero me hizo señas para que
no me bajara a saludarla, ya frente a mí, me acarició la cara y me preguntó cómo
estaba.
Según la costumbre la madre siempre tiene la preferencia en todo
por encima de la esposa, incluso para el asiento delantero del vehículo, a
menos que entre los pasajeros haya un hombre de la familia, sobre todo si es el
padre.
Fuera de estos casos la esposa tiene la preferencia sobre las otras
mujeres a menos que se trate de hermanas o tías ancianas; los mayores siempre tienen preferencia, recordemos que
en familias numerosas las tías no siempre son mayores y las hermanas no siempre
son todas jóvenes. Otro dato a mencionar es que de encontrarse alguna mujer en
el vehículo, el conductor no podrá transportar a ningún hombre que sea ajeno a
la familia, así que eso de darle “pon” (un aventón) al “pana” (amigo) o al
vecino, no procede.
Cuando insistí en cederle el asiento en muestra de respeto, me dijo
que no era necesario y de inmediato abordó el auto. De su residencia a la de mi
cuñada Haná hay apenas unas tres o cuatro calles así que tuvimos el tiempo
justo de saludarnos y ella preguntarme por mis padres y mi hermana Yazira,
siempre lo hace.
Mi cuñada Haná había ido por mi otra cuñada, Fatin y las niñas. Así
que mi esposo decidió llevarnos directamente a la recepción nupcial,
convenientemente a otras tres calles desde la casa de su hermana.
Al-Kwayfiya es un barrio costero a las afueras de Bengasi,
básicamente es un poblado donde todos se conocen. Cuenta con su propio
hospital público con unidad
cardiovascular, estación de policías, una de las cárceles más grandes de la
región, farmacias, panaderías, carnicerías, colmado y todo tipo de comercio. De
hecho desde que recrudeció la guerra en Bengasi los residentes de Al-Kwayfiya y
barrios limítrofes evitan llegar hasta Bengasi, pues además de librarse del
insoportable tráfico en la única ruta que provee entrada y salida a la ciudad, también
evitan exponerse a quedar atrapados en áreas de combate o ser la víctima
de una bala, misil o bomba perdida, sí porque aquí todo ese tipo de desgraciadas situaciones se
le atribuyen a accidentes, a proyectiles perdidos (hasta las bombas) y nadie se responsabiliza.
Además como último, es relevante mencionar que la población del
barrio es de predominancia palestina. Casi todas las familias extranjeras, que
como la familia de mi esposo han adquirido propiedades, lo han hecho bajo el
padrinaje de influyentes clanes libios que de alguna manera y “hasta cierto
punto” los protegen; los extranjeros no pueden comprar propiedades por sí solos.
Llegamos a una calle sin salida con dos casas inmensas y entre
ellas un terreno abierto. Las casas, como la gran mayoría en Libia, grandes
edificaciones de muros altos y paredes que del empañetado casi nunca pasan;
aquí la compañía de pintura “Jotun” sobrevive por obra y gracia y muy poco por
ventas y ganancias.
De la azotea de una de las casas cayendo en cascada hasta el primer
piso colgaba una guirnalda gigantesca de luces intermitentes multicolores que
debió ser instalada la noche del compromiso de la pareja; es la
costumbre para que todos sepan que en la familia pronto hay boda. Sospecho que
los novios son vecinos y aparentemente se han criado juntos.
Del grupo de niños que jugaban con pirotecnia en el terreno aledaño
se acercaron dos, y después de contestar el saludo a mi esposo uno le informó
que si éramos invitados a la boda, las mujeres debían entrar a la residencia
contigua (la del novio, la no alumbrada en el exterior) y los hombres podían
estacionarse y esperar la llegada de otros. Uno de los niños se acercó a
abrirme la puerta, pero cuando me escuchó hablar con mi esposo en inglés se intimidó.
Mi suegra le acarició el cabello y le preguntó a dónde deberíamos dirigirnos,
el chiquillo sin dejar de mirarme nos indicó la entrada de la casa contigua,
como ya había dicho.
¡Que sorpresa! ¡En “jaima” (carpa o tienda árabe)! La boda era en
“jaima” y no en salón de visita o recepción, que muchas de estas casas tienen.
Desde mi llegada a Libia siempre quise estar dentro de una, se usan con motivo
de velorio o bodas y en mi caso ya había tenido oportunidad de ocupar una por
velorio; pues cuando en el apartamento o casa no hay espacio para que las
mujeres de la familia reciban las condolencias también se habilitan carpas como
sucede con los hombres; pero “ululeo” en “jaima” nunca antes había tenido la oportunidad. ¡Tremendo!
Recuerdo que muchas veces en ocasión de acompañar a mi esposo a
transportar a su hermana -la estilista- en horario nocturno, tuvimos que desviarnos
porque más de una calle había sido clausurada por alguna “jaima” instalada. Cuando
se trata de un velorio sólo se escuchan voces de hombres conversando lo mismo
durante siete o nueve noches mientras toman pocillos de café negro sin azúcar y
té con menta, mientras que entre sorbos e historias se fuman la vida que al
difunto se le ha escapado.
Valga aclarar que el cuerpo del difunto se entierra a pocas horas
de certificado el fallecimiento y realizar el rito mortuorio islámico, así que
el acudir al velorio sin cuerpo presente, es una cuestión de compromiso social
en muestra de respeto y estima a los familiares dolientes.
En la entrada apilaban una cantidad inmensa de sillas de resina, de
esas baratas que han invadido el planeta tierra y que son una amenaza para
cualquier persona en sobre peso. Se erguían formando una alta muralla entre la
entrada y el resto del espacio destinado a la gran “jaima”.
La jaima (carpa) tenía forma de “ele” y aunque éramos la segunda familia de
mujeres en llegar, mesas y sillas estaban ya acomodadas, vestidas y decoradas, tan
apiñadas que prácticamente era imposible caminar entre ellas a fin de elegir un
buen asiento. Literalmente era necesario abrirse paso levantando silla tras
silla, en ocasiones, dejando un desorden tras de sí, desorden que una de las chicas de la familia anfitriona con una
sonrisa comprensiva y un poco avergonzada por la inevitable incomodidad se ocupaba
de volver a acomodar.
Era una boda tradicional de barrio y esto representaba una gran
oportunidad para mí, así que le sugerí a mi suegra que nos sentáramos al fondo
y si era posible desde una de las esquinas, pues es un ángulo excelente, es más,
infalible, si se desea tener dominio visual total de todo lo que acontezca en
la actividad y sobre todo del comportamiento de la gente.
Aun estábamos atravesando el mar de resina verde gastado cuando las
mujeres mayores de la casa vinieron al encuentro con mi suegra. En la comunidad
árabe esto significa una cantidad incontable e besos, felicitaciones y
bendiciones. Para cuando terminaban y miraban en mi dirección mi suegra decía
con orgullo; "ella es la esposa de mi hijo Hani". Pero la verdaderamente orgullosa
era yo, que en ese momento sentía que
todo se remontaba a los primeros dos meses después de mi llegada a Libia, como si nada se
hubiese interrumpido entre nosotros.
En esta casa (la del novio), las guirnaldas de luces multicolores colgaban de
los bordes de la ”jaima” y de los postes centrales colgaban grandes lámparas plásticas de luces
claras. Esta vez a diferencia de las bodas de salones donde la música es en
vivo, la misma estuvo a cargo de una mujer de “abaya” y “Hijab” que manejaba
una consola de sonidos conectada a dos bocinas ubicadas a ambos lados de la
tarima nupcial. ¡Ensordecedor!
La tarima, es otro elemento destacable en las bodas árabes,
pero creo que en las libias literalmente, lo es todo y aunque etas familias son
palestinas, el estar asentadas por dos y tres generaciones en este país
“magrebí” las ha hecho adoptar muchas de las tradiciones culturales libias, como
la de no escribir el nombre de la novia en la invitación de bodas para no
ponerla en vergüenza. Yo aún no entiendo a qué se refieren con “ponerla en
vergüenza” cuando la religión islámica no dice nada al respecto, todo lo
contrario y en este caso el toparnos con la “R” mayúscula en sustitución del
nombre fue algo que sorprendió a mi esposo, también palestino.
La tarima tendría unos dos o tres pies de alto cubierta de
alfombras tan coloridas como la tela total de las “jaimas” típicas libias,
hablo de amarillo subido, rojo encendido, blanco y azul Persia. El fondo fue
forrado por cenefas de tules en colores pasteles y dos ornamentos de corte folclórico
libio como el estilo de la decoración.
En el centro ubicaban dos sillones platinados tipo tronos, forrados
en una tela aterciopelada color rojo con un diseño grabado en el centro del
espaldar de colores vivos; destinados a los novios.
Las mesas vestían manteles satinados en tonos rojo escarlata y azul
lapislázulis, en el centro una caja de chocolates finos y otra de dulces
árabes, servilletas floreadas, vasitos desechables y sellados de agua
destilada, refrescos, sorbetos, cubiertos, un platillo con encurtidos para
acompañar la comida a la hora de la cena y una canasta de guineos maduros
(bananas).
De inmediato comencé a sentirme contrariada, el calor era
insoportable, sofocante y ya estaba toda sudada. Además la silla era de
complexión débil y no podía sentarme cómodamente por temor a caer de ella.
Las mujeres de la familia anfitriona, que se mantenían trabajando, estaban todas sudadas, con los cabellos
chorreados y el maquillaje de los ojos corrido al punto de dar la impresión de
que se les andaba derritiendo la cara.
El sol castigaba, la temperatura asfixiaba pues en el mes de julio
lo normal es que el sol se ponga a las siete y media de la tarde, algunas veces
dan las ocho y aún se divisa el rubio.
Entre el mujerío, sus saludos, besos y bendiciones divisé a algunas
de las mujeres de la familia Abushiera, a la que se supone que pertenezco. Tal
y como había adelantado mi suegra, sólo
asistieron mis dos cuñadas casadas que residen en Al-Kwayfiya, (hay una
tercera, la menor con apenas veinticinco años de edad, casada, con dos hijos y
residente en la ciudad de Sabha a 12 horas de distancia, en pleno Sahara). Junto
con Haná y Fatin, entraron nuestras sobrinas, Roaa, Ronda, Reem y Rowa, de
entre 12 y 8 años.
Mis cuñadas llegaron de abayas y hijabs, las niñas modelaban
hermosos vestidos de moda contemporánea, de corte adolescente, de medias de
nilón de zapatillas de leves tacones en combinación con sus carteras de fiesta
y joyería de fantasía. ¡Cuánto han crecido! Hace dos años y medio, su vestimenta de
fiestas era tipo princesitas con tocados de cabello de corte infantil.
Mi suegra y yo estuvimos a punto de hacerles señales de humo a fin
de que nos identificaran entre tanta mujer parlanchina, pero las niñas nos
vieron y dieron el alerta a las madres. Yo había juntado dos mesas justo en la
esquina derecha del fondo, pero mi cuñada Fatin de carácter bastante fuerte
-como el resto de los Abushiera, incluido Marido- comenzó a acomodar a las niñas
en una mesa ubicada frente a la nuestra y luego decidió hacer lo mismo con otra
mesa aledaña.
Le aclaré que
yo había juntado las mesas para estar todas juntas pero que si no le parecía,
yo las separaba para que otra familia pudiese utilizarla y sentarse junto a nosotras. Al parecer lo pensó
mejor, dejo las niñas en la mesa de enfrente pero acomodó su cartera y la de Haná
en la mesa que les había separado. Hana saludó, pero de inmediato se fue a
colaborar con las mujeres de la familia, pues allí no cabía una mujer más y ni
ellas, ni los niños que servían de ujieres desmontando sillas daban a vasto.
-¿A dónde vas Aziza? Preguntaron mi suegra y mi cuñada Fatin,
porque siempre que andamos en lugares públicos o en presencia de extraños ellas
suelen ser extremadamente protectoras, incluso las solteras, por mucho que no
me acepten, en ese momento la prioridad ante la posibilidad de algún peligro
o riesgo es proteger a la esposa extranjera del único hermano; incluso lo he podido experimentar por parte del padre de mi marido.
Recuerdo que en una boda de salón, la primera a la que fui invitada,
necesité ir al baño y mi suegra me siguió sin que yo pudiese darme cuenta, tipo
sombra y cuando recién encontré un hueco frente al espejo entre tanta mujer
despojándose de su hijab y abaya, buscando retocar maquillaje y
peinado, ella que me habla inesperadamente y yo tuve que afinar la vista porque
entre tanta mujer de tacones y ella tan menudita se me hizo una aparición mística,
como uno de esos seres guías que siempre andan cuidándonos la espalda y
hablándonos desde la conciencia. ¿Nunca los han sentido o visto?
En otra ocasión, en la boda de Mohammad Shehabi y Martha la
ucraniana, unas mujeres amigas de la familia me invitaron a bailar tomándome de
la mano y mi suegra me tomó del brazo halándome del lado contrario buscando
evitar que lograran convencerme de ir al centro del pequeño salón y contonearme de
caderas y hombros como el resto, pero entonces una de ellas le fue directa y le preguntó
por qué no me dejaba bailar si no había nada de malo en ello.
Mi suegra se sintió incomoda, según ella, por la insolencia de que se le cuestionara
siendo una mujer mayor y como "patada voladora", o "daga lanzada al cuello" mi
suegra dijo a toda voz que yo estaba embarazada.
La mujer que me había estado halando del brazo, me soltó de
inmediato, la madre de Mohamaad me preguntó si era cierto, pero yo aún estaba
turulata con lo dicho por mi suegra y a la misma vez sabía que no podía desmentirla
en público porque sería imperdonable hacerla quedar en vergüenza.
Creo que no había podido cerrar la boca o reaccionar de ninguna
manera, porque una mujer de cabello castaño y ojos verdes me agitó suavemente
de hombros, como para sacarme del "shock" y al oído me dijo en inglés; “Congratulations for your
pregnancy Aziza”.
Esa era Mai Samy, la amiga palestina que tras 17 meses de
conocernos y conversar por Internet, no había tenido la dicha de visitar hasta
el día de ayer. Y así fui felicitada por todas las mujeres presentes, que me
besaban y ululaban jubilosamente en celebración de la nueva vida que por obra y gracia de la
astuta de mi suegra, de repente y milagrosamente albergaba mi vientre.
Sabrán que tan pronto como mi suegra se retiró a orar a otro salón
del apartamento, en un aparte con la madre de Mohammad y Mai les aclaré que yo
no estaba embarazada y ellas se miraron estallando en risas pero sin enterar
al resto. ¡Ay mi suegra!
Ya la Jaima estaba a desborde, niñas y niños comenzaban a comer las
bananas y abrir los vasos de agua mientras las madres se abanicaban
frenéticamente con unos bandejas desechables donde habían colocado los
cubiertos y sorbetos. Todas estábamos sudadas y pegajosas dentro de nuestras
abayas, jilbabs y hijabs.
Finalmente llegó el impresionante
momento del destape, uno de mis favoritos en las bodas árabes tradicionales. A
falta de tocador se dio un desvestir colectivo donde abayas y pañoletas
parecían volar sobre las cabezas de peinados exóticos o melenas sueltas, como
si fuesen volantines de colores que se despliegan como parte de la celebración.
Se iban develando las figuras, los escotes atrevidos, sobre todo en
las adolescentes o mujeres jóvenes entre los veinte y treinta años. Muchas conservaban
los diseños florales tatuados en henna durante la celebración del “Eid” y la
noche de la “Henna” que se celebra la noche anterior al día de la boda. También
vi tatuajes temporales adornando piernas delgadas, espaldas desnudas y pechos
brillantemente escarchados.
Maquillajes espectaculares, peinados sumamente elaborados, vestidos
de no saber cuál elegir como favorito y melenas sedosas color azabache capaces
de embrujar a toda mirada. Las mujeres mayores de treinta y cinco ya son más
conservadoras y muchas modelan hijabs de fiestas con muchísima elegancia y
estilo al igual que las abayas de gala y vestido conservadores pero
distinguidos.
Bueno, pues entre tanta palestina, porque dudo mucho que hubiese
libias a juzgar por las facciones y tonos de piel (ni una negra, amazigh o
tuareg) esta mulata puertorriqueña, antillana, caribeña, latinoamericana y
extranjera occidental hizo lo propio.
Me retiré mi hijab y liberé mi cabello rizado al natural, ese que
llaman crespo, vivo, rebelde, afro, africano y nunca falta el que lo tilda de
malo. No me importó la reacción de mis cuñadas, al punto que ni siquiera las miré
a la cara, pero sé que mi suegra me observaba sorprendida, pues mientras viví
en su casa siempre estuve de alisados, queratinas, secador y plancha.
Sentí su mano acariciándome el cabello, tal vez fue la primera vez
en sentir la textura de un cabello rizado al natural, no lo sé. Sinceramente no
vi que ninguna de las mujeres presentes me mirara despectivamente y miren
que desde mi posición tenía el mejor dominio visual del perímetro.
Pero claro, como siempre hay sus excepciones y para variar se trató
de mi sobrina Ronda, que es la más traviesa rayando en la demasía, pero que por
otro lado reconozco es la más espontánea y creativamente amorosa entre todas.
Ronda me miraba y se tapaba la boquita mientras reía y me señalaba
como en sentido de burla, entonces velé una oportunidad y le dije al oído;
“Shufi, Ronda, Khalto Aziza sudani” (Mira, Ronda, titi Aziza es sudanés), como
le llama ella a todos los negros y como los palestinos llaman a cualquiera que
realice trabajos domésticos.
Ella puso cara de disgusto y yo me reía, y le dije; “Tío Hani tiene
una esposa sudanés, tienes una tía sudanés”. Y la noté confusa, no sabía si
reírse o molestarse.
Una vez les mostré una foto de una niña negra bellísima de cabello
crespo y les pregunté qué les parecía y me contestaron que era negra y que el
cabello era muy feo. Esa, se las tenía apuntadita.
Por otro lado, un día mi esposo me comentó que unas palestinas habían
llamado a Fatin para preguntarle si era cierto que su hermano se había casado
con una mujer negra y que Fatin indignada les
dijo que no, que eso no era cierto que yo era "normal" como ellas, las
palestinas.
Y entonces le pregunté a mi esposo si debo entender que los seres
humanos negros son "anormales". Mi esposo me dijo que el racismo y la
xenofobia eran males no exclusivos de occidente y que lamentablemente los
países árabes no era la excepción. Entonces le pregunté qué decía El Corán al
respecto porque para mí su hermana había sido tan racista como sus amigas.
Me citó el Corán donde habla
de la igualdad entre seres humanos, entonces yo preparé esta imagen y la convertí
en foto de perfil de mi perfil de Facebook para la familia y conocidos en
Libia. ¡Toma! De hecho este incidente, el no encontrar productos para cabellos rizados
en un país africano como Libia donde hay un porcentaje alto de raza negra y la
publicidad comercial repleta de bebes y personas de características caucásicas,
me incentivaron a librarme de los químicos y aparatos de calor, dejar mi
cabello crecer al natural, sumamente rizado y abundante como Dios lo diseño y
creo para mí.
Lululululululu Laiiiiii

El traje es hermoso, un “corset” repleto de brillantes y una
campana en capas frondosas, todo resplandeciente en un blanco impecable.
Las chicas bailan con la novia que apenas puede moverse por lo
exuberante del vestido.
Es el momento de las fotos, muchas poses artísticas dirigidas por
la fotógrafa profesional -también de abaya y hijab- que estará a cargo del
álbum de bodas que la novia atesorará para resto de vida y que en cada
oportunidad mostrará orgullosa a sus amigas y cualquier mujer que la visite. Es
la misma fotógrafa que ruega a Dios para que la carga de la decena de
celulares y tabletas tras de ella, entorpeciéndole su labor se agote.
Mi cuñada Fatin me preguntó sobre mi ropa, me dijo que le gustaba y
que si la había comprado aquí en Bengasi, le dije que el ajuar lo había
comprado en Puerto Rico, y mi suegra comentó que el jilbab era de buen corte y
buena calidad, entonces le dije que ese me lo había regalado mi esposo y mi
cuñada agregó que evidentemente era de confección turca por la calidad de la
tela. Mi suegra me pidió que le mostrara mi oro y me felicitó por el regalo de
mi esposo.
Mi suegra no se despegó de mi lado, me observaba sin discreción y
si yo la sorprendía me acariciaba el cabello y la cara, me tomaba de la mano,
me preguntaba en español si hacía mucho calor y yo me sonreía porque me gusta
su acento palestino cuando intenta comunicar alguna frase aprendida durante sus
viajes a España a inicio de la década del noventa.
Las niñas conversaban y comían bananas; hasta las atrapé comentando
sobre los vestidos de otras niñas. Mi cuñada Haná seguía de solidaria con el grupo
de las derretidas. Y Fatin acabó con los dulces árabes de la cajita de nuestra
mesa, eso sí continuamente me ofrecía pero le expliqué que yo con calor extremo
no puedo comer pero “Col habibty, col” (come mi amor, come) le decía, imitando
un comercial televisivo y ella se moría de la risa.
Mi suegra sacó una bolsita de lino blanco de su cartera y de un
manojo de fotos antiguas sustrajo la foto en blanco y negro de un bebé hermoso
con una carita que de inmediato me llenó de ternura. “¿Mama, quién es este bebé tan
hermoso?” Este es Hani, tu esposo, cuando tenía apenas cuatro meses de
nacido, acabado de traer de Egipto. ¡Importado! Diría Fatin.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y a mi suegra también. No podía
dejar de mirar la foto y acariciar la imagen como si en un acto sobrenatural
estuviese yo acariciando la carita que sin importar los tiempos y los medios
siempre me emociona.
Recordé la primera vez que vi su rostro en una foto de perfil en
una red social, lo sentido entonces y lo sentido siempre es inexplicable en
cualquier lengua humana y es la sensación que se repite cada vez que mientras
yo escribo, él duerme a mi lado y de vez en cuando me volteo y lo contemplo, le
acaricio el rostro, lo beso y le agradezco a Dios el haber escuchado tantas
oraciones pronunciadas desde la soledad de mis noches y el que atendiese los más
preciados anhelos de mi corazón de mujer. Se lo encomiendo a Dios, que con o
sin mí, su corazón logre algún día experimentar la paz y vivir con alegría.
Sirvieron la cena, el menú tradicional de las bodas en Libia; arroz
blanco con especias, nueces y pasas rubias, carne de res trozada bien
condimentada, “shawarma” y empanadas árabes. Para ser sincera esta vez la sazón
de la cocinera no le hizo los honores a la sabrosa comida árabe y fue la
opinión generalizada de mis cuñadas y sobrinas.
Cuando terminé de comer se acercó Ronda obsequiándome un chocolate
de los dos que le quedaban y se lo agradecí con un besito.
Entonces se encendió la fiesta, según terminaban de comer las mozas
subían a la estrecha tarima y colocándose los hijabs como cintillos alrededor
de las caderas danzaban en movimientos extremadamente sensuales y cadenciosos.
Me pareció que se retaban y competían y mientras sus cuerpos
parecían estar poseídos por serpientes encantadas, luego las caderas entraban en total frenesí mientras los cabellos
se transformaban en brazos largos y sedosos que se movían seductoramente llevando el compás
del resto del cuerpo.
Sin duda alguna un espectáculo exclusivo y alucinante, otro de mis
momentos predilectos en las bodas árabes. Del otro lado del muro, los hombres
comían, conversaban, los niños jugaban con la pirotecnia que incluyó harto
fuegos artificiales y los jóvenes adultos, como de costumbre, dispararon balas
al aire.
Lululululululu Laiiiiii
¡Ululeo!
Ululeo intenso y el alerta para que todas las mujeres se cubrieran.
Esta parte siempre me estresa pues es necesario apurarse a colocarse las abayas
y los hijabs, pues el novio entrará escoltado por la comparsa de las mujeres de
su familia que se lo entregaran a la novia. El por su parte una vez la tiene de
frente, le susurrará palabras de amor, ambos sonreirán y es el momento donde te
das cuenta si el matrimonio es arreglado o no, porque las sonrisas y miradas cómplices
del amor y la ilusión pocas veces se han podido fingir, sobre todo en las
mujeres. Él la besa en la frente y le coloca el oro que se entrega el día de la
boda y con el que la desposada iniciará su nueva vida.
Comienza la segunda sesión de fotos, esta vez en pareja.
Me encantó contemplar el nerviosismo de los recién casados cuando a
petición de la fotógrafa se les pedía que acercaran sus cuerpos, él abrazado a
ella, desde la espalda con sus manos posadas en el blanco anacarado del "virgen" pecho de la
esposa que no puede dejar de sonreír y comentar cosas sueltas; luego ella con
su cabeza posada en el amplio y tibio pecho del hombre que desde esa noche cobijará
sus sueños, él ahora besándole la frente tiernamente, en fin; estos esposos se
eligieron, no son un matrimonio arreglado. Ella estaba risueña, conversadora, tan alegre y él me parecía tan conocido.
Volvimos a quedar sólo mujeres y ya daban las siete de la tarde, mi
suegra se quería ir y me pidió que llamara a mi esposo, pero Fatin le dijo que
era muy temprano que se fijara cómo el sol alumbraba. Entonces me tomó de la
mano y así quedó durante mucho rato. Me preguntó si me estaba divirtiendo, le
sonreí y le dije que sí, me apretó los cachetes y yo me le acerqué al oído y le
di las gracias por quererme y por querer que su hijo fuese feliz, se le aguaron
los ojitos, a mi también.
Vinieron unas mujeres a saludarla y ella no dudo en nuevamente presentarme
como la esposa de su hijo, la noté como quien sabe que está haciendo lo que
debe hacer y realmente se lo toma muy en serio.
Alerta para cubrirse nuevamente, entrará el padre del novio, nunca
vi el padre de la novia.
El padre se abrazó a su hijo e intercambiaron palabras, era un
hombre alto, fornido, elegante, de presencia y carácter. La novia le dio la
mano y pronunció alguna palabra entre ellos, él se tocó el corazón en respuesta
de que recibía el sentimiento expresado. Ella se acercó y le beso la mano
derecha, mano que a su vez se llevó hasta su frente. Ésta es la manera de
mostrar cariño y respeto a los padres y abuelos, se les besa la mano derecha y
se lleva hasta la frente.
Cuando terminaron las fotos familiares las jóvenes volvieron a
tarima y la música se escuchaba más alta que nunca, se armó el descontrol de
todas esas mujeres danzando a ritmos acelerados, llegué a temer que la tarima
cediera, pero no sucedió así agraciadamente. Desde las mesas las mujeres
aplaudían incluida mi suegra y las esposas de los sobrinos adultos de mi esposo
que habían llegado retrasadas, las también recién casadas, ellas observaban sin
comentarios o reacción alguna.
Había mujeres con tacones tan extremadamente altos que caminando
entre mesas, sillas y un suelo del todo accidentado bajo las alfombras me
recordaban el movimiento de las jorobas de los camellos según estos caminan
entre las dunas. Y cuando justo me fijaba en ello una bocina de sonido se había
desprendido del poste y había caído sobre la cabeza y espalda de una mujer que
hasta entonces y a pesar de lo ensordecedor y molestoso de la música no se
había movido de la mesa.
Sin terminar de afianzar la bocina al poste vi como una chica de
unos posibles 17 años caí de boca desde uno de los escalones de la tarima al
intentar bajarla, fue increíble ver -como en cámara lenta- sus gestos de temor
según iba cayendo.
Cuando había caído la bocina fui yo la que le avisó a mi cuñada
Fatin, luego volví alertar sobre la chica desbocada, pero luego fue ella quien
me decía señalando, “shufi Aziza” y como en esos vídeos en red, donde muestran
accidentes de pasarelas, vimos caer tres más, una chica tras otra.
Mi cuñada y las esposas de nuestros sobrinos estallaron en
carcajadas y yo no podía creer el amasijo de tules, tacones y piernas que se
revolcaban en los escalones dela tarima mientras las demás, aún en pies,
bailaban y se reían de las accidentadas, que también se reían, a excepción de
una que evidentemente adolorida cojeaba sin encontrar la gracia de las que se
revolcaban de risa en el piso al punto de no poder afirmarse de las muchas
manos que intentaron asistirlas pero que igualmente estaban contagiadas de risa.
Mi suegra comenzó a exigirnos a Fatin y a mí que llamáramos a mi esposo
que ya no había sol y daban las ocho y media. Nos matamos llamando pero
aparentemente no había señal.
Trajeron la gigantesca caja del bizcocho, que pican en la tarima
mientras unas bailan, la fotógrafa intenta tomar sus fotos y como de ese
bizcocho sólo come la familia de los festejados al día siguiente, una de las
activistas en tarima sirvió un pedazo inmenso y con una sola cuchara fue
ofreciendo degustadas a todas las bocas carmesí que la rodeaban.
Algunas invitadas habían comenzado a cubrirse para despedirse y ya
muchas mesas estaban vacías con los restos de comida, refrescos y dulces, la
pirotecnia fue eterna y la de la consola de sonido nunca detuvo la música
ensordecedora.
¡Maya! ¡Maya! Que se pronuncia “maia” y significa agua, gritaba una
joven. Me puse de pies y sólo vi que todas corrían hacia un punto cercano a la
tarima. Había una mujer desmayada en una silla. Era la madre de la novia a
quien se llevaron a rastras supongo a la casa de enfrente, mientras mi cuñada y
las esposas de mis sobrinos volvían a reírse, mientras mi suegra compitiendo con la música tipo "boom box" me repetía en
su gracioso español; ¡Mucho calor Aziza! ¡Mucho calor!
Las niñas nos avisaron que Marido estaba afuera junto con sus
sobrinos y me comenta Marido una vez en el auto que si fuimos las ultimas en abandonar la “jaima” es porque nunca
pudieron comunicarse para avisar que estaban a fuera, donde incluso el padre de
mi esposo comió con los hombres pero se retiró temprano.
Me explicó que si el novio me parecía muy conocido era
porque fue el chico que ayudó con nuestra mudanza y según me enteré estuvo
ahorrando casi cinco años para entre una cosa y otra poder habilitar el segundo
piso de la casa de sus padres y poder casarse. Sin trabajo, ahorros, casa y
dinero para costear todo en estos países muy pocos se casan.
Mi esposo y yo nos regresamos contentos a casa, todo está fluyendo,
siento que mi suegra está tratando de aprovechar el tiempo que nos queda,
intentando recuperar el perdido, que aunque sabemos que no ha sido por su
cuenta nos consta que lo ha sufrido.
¡Dios dirá! Felicidades a los novios y pronta recuperación a todas
las accidentadas.
Ululeo intenso y en jaima… ¡Que experiencia!
© 2015. Daritza Rodríguez Arroyo. Todos los derechos.