viernes, 24 de abril de 2015

Retrospección 1: Dzogchen

“No sólo por desamor se parte el corazón, también lo hace cuando ama mucho y en grande. Se parte en dos, en tres y en mil pedazos. Y así, rompiéndose, se convierte en luz inagotable, con la capacidad de estar y ser en cualquier parte, incluso al mismo tiempo.” (Daritza Rodríguez-Arroyo)

 
 

Un día como hoy, hace dos años mi corazón se partía en dos. Me abrazaba al amor incondicional de mis padres y hermana prometiendo que regresaría; en mis manos sostenía las maletas y en el corazón, las caritas de mis sobrinas y amigos. Desde ese momento sentía que los extrañaba. Por otro lado venía al encuentro de mi amado, para muchos una locura que viniendo de Daritza, no extrañaba, pero ésta parecía la más radical, les asustaba. Sólo el tiempo diría.

-¿Si no tuvieses miedo qué harías?

-¡Volvería a amar! Haría que las cosas que quiero, pasasen. Simplemente viviría como nunca antes, con esa libertad que te da vivir con consciencia. ¿Qué haría? ¡Viviría!

Entonces, ¿de qué me preocupo? ¿De qué me lamento? Estoy viviendo el amor y amando la vida justo como quería. Consciente de que Dios otorga según la necesidad del espíritu, desde hace mucho mi única petición a Dios ha radicado en obtener la fortaleza y consciencia espiritual necesaria a fin de cumplir mi propósito en esta vida, mi destino. Sé que una vez encontramos nuestro camino, Dios en su infinita bondad nos capacita para transitarlo a cabalidad; no tenía miedo, viajé llena de esperanza.

A esta hora, estaba en tránsito en el aeropuerto de Nueva York, esperando para abordar el siguiente vuelo a Estambul, Turquía. Parecerá raro, pero en ese momento, no pensaba en los que había dejado atrás, tampoco en los que me esperaban en Libia. Durante todo el viaje estuve sólo conmigo misma. Hoy, veinticuatro meses después, me doy cuenta que realizaba dos viajes de manera simultánea; surcando el cielo, cruzando dos mares y un océano venía a Libia, pero en esencia venía hacia mí misma.
 
© 2015. Los relatos de Aziza. Todos los derechos reservados.

sábado, 11 de abril de 2015

Del "manour" a mi cocina

Manour: "nour" significa luz en idioma árabe. "Manour" es el suelo del espacio entre paredes de un mismo edificio que permite el desagüe, la iluminación, y la circulación de aire.

Aunque el denominador común predominante es la cultura árabe y la religión musulmana, vivo en un edificio realmente multicultural. Resulta que a uno de los dos apartamentos vacíos del primer piso se ha mudado una familia marroquí. Ya saben que los demás son sirios, palestinos y como la cereza del pastel, esta boricua que está aquí, “la hija de Edwin y Santa”. ¡ja,ja,ja!

Me parece lamentable que viviendo en Libia, no tengamos muchas oportunidades de compartir con libios. ¡De todo lo que nos priva la segregación! Es una verdadera lástima.

Aun así y volviendo a la cotidianidad del edificio donde vivo hace cuatro meses, mencionaré dos cosas que llaman mi atención.

La primera es cuando a la hora de preparar el almuerzo, desde el primer piso hasta el cuarto, rebasando los lindes de la azotea, se cuelan por las ventanas abiertas los aromas y sonidos de las cocinas. En ocasiones huele a las especias que van concediendo sus bondades a las salsas o caldos que se cuecen a fuego lento en las cazuelas o en el tajín. Incluso, puedo distinguir cuando alguna de mis vecinas está macerando los ingredientes, friendo en aceite caliente o golpeando los cucharones en el filo del caldero a fin de despegar los granos adheridos tras haber removido el arroz. Algunas veces parece que competimos por ser quien más ruido hace en la cocina. ¡Me encanta!

La segunda es una disonancia absoluta que me lleva de lo más dulce a lo insufriblemente amargo. Hoy mismo, mientras cocinaba, escuchaba como una voz suave y femenina explicaba en francés y con dulzura algo a un niño que insistía en formular preguntas. En contraste y desde más arriba, escuché como una mujer en total histeria le llamaba en árabe repetidas veces a otro niño “hayawan” (animal).

Son los aromas y sonidos, las vivencias, que se lían en el “manour” y llegan a mí a través de la ventana. Es la cotidianidad desde mi cocina.

 

Fotos del “manour”:
-Presionen sobre las imágenes para agrandarlas-
 
Aunque vivo en un segundo piso, tengo "manour" al lado izquierdo. Sucede que en el apartamento del primer piso, justo bajo mi apartamento, decidieron techar el "manour" en concreto, lo que significó un suelo a nivel del apartamento que alquilamos. La ventana de mi habitación (dormitorio) y las otras dos correspondientes al baño dan al "manour". Igualmente el hueco del foso conecta las ventanas de dormitorios y baños de los apartamentos ubicados en el extremo izquierdo del edificio. El "manour" se puede utilizar para tender ropa al sol, hacer barbacoas y convertirlo en un patio o terraza. Es de uso exclusivo del apartamento que esté en el mismo nivel.
 
 








 


Foso del lado derecho, el "manour" se encuentra en el primer piso.  A diferencia del otro, aquí conectan las ventanas de las cocinas de todos los apartamentos y baños de los ubicados al extremo derecho.

 

 

jueves, 9 de abril de 2015

Friday Getaway: Tolmeita

 

 
Pues ya se cumplen tres semanas desde que Marido transporta a una de sus hermanas solteras de su casa al trabajo y del trabajo a la casa, seis días a la semana. Ella trabaja en un salón de belleza, entre 9:00 a.m. y 6:00 p.m. Marido se va a las 8:00 a.m. y regresa como a eso de las 10:00 a.m. Luego vuelve a salir a eso de las 5:00 p.m. y regresa a casa  a eso de las 8:00 p.m.
 
Con la mayoría de las vías alternas cerradas, todo el tráfico se concentra en la vía principal desde la ciudad hasta el barrio donde vive la familia a las afueras de la ciudad. Ahora uno de sus cuñados le ha pedido de favor, que algunos días a la semana busque a las niñas a una escuela que queda a una hora de donde vivimos. Como en Bengasi aún no abren las escuelas, las matricularon en otra ciudad. En ese caso, prácticamente no nos vemos.
 
Esto ha significado el que yo lleve casi el mismo tiempo sin salir de casa, a excepción de una visita al supermercado. Claro que esto es preferible a tenerlo trabajando en el desierto, ya va para cuatro meses sin tener que trabajar en las plantas del Sahara.
 
Es compleja la dinámica cuando se ha nacido con la responsabilidad cultural de, por ser el único varón entre los hijos- ser el responsable de los padres y las hermanas solteras tanto en el aspecto económico, como social y todo lo que se puedan imaginar.
 
Apuesto que nunca lo han pensado, pero les digo que es difícil ser hombre en una sociedad árabe-musulmana tradicional. Visto de este modo, aquí la mujer vive, por mucho, más relajada que el hombre, su única responsabilidad es llevar la casa y dedicarse a sus hijos. Y ojo, que cuando digo ‘única’ no es en ánimo de menospreciarla, es que no se le suman otras responsabilidades, como es el caso de las mujeres occidentales que además de la casa y los hijos también deben cumplir con responsabilidades profesionales fuera del hogar.
 
Es una cuestión de roles, que viviendo aquí, estando integrada, ya no se ve como desde afuera. Hay que verlo desde las complejidades de las estructuras sociales. Aquí muchas mujeres trabajan, pero una vez deciden comprometerse en matrimonio, sus prioridades cambian. Dicho por muchas de ellas.
 
“Fui a la universidad y trabajé, pero mi deseo desde niña fue el de conformar un hogar y tener una familia. Preferí dedicarme a ello, cumplir mi anhelo. Mi madre crió sus hijos, ahora está mayor, debe descansar, sentirse atendida y acompañada. No está para criar otra vez; tuve madre y quiero que mis hijos también la tengan, para eso me casé y engendré. Mis hijos me tienen a mí, no delego esa responsabilidad en nadie y no tengo porque sentirme no realizada u oprimida.”
 
Antes, al escuchar las declaraciones de la esposa de un amigo de mi esposo –una pareja joven con dos niños, ambos contables titulados- hubiese tenido algunos “sí, pero…”, pero como dije, viviendo aquí, puedo entenderlo y hasta estar totalmente de acuerdo.
 
Insisto, paralelo al aspecto cultural hay que tomar en cuenta la estructura social, una estructura que no da espacio a mujeres solteras y en este punto no puedo negar mi desacuerdo, pero esto no me impide entender e incluso respetarlo, sobre todo cuando la mayoría de las mujeres expresan sentirse cómodas y no querer cambiar las cosas. Así han crecido, son lo que aprendieron e insisten en perpetuarlo, no todas, pero por lo que he visto quienes así piensan conforman una mayoría.
 
“Los hombres son responsables de toda la familia, sobre todo de las mujeres, deben ser proveedores en todo el sentido de la palabra, deben cubrir las necedades de todo tipo y sobre todo protegernos. Yo completé mis estudios universitarios, supe lo que es trabajar, ganar mi dinero y no depender económicamente de nadie. Ahora vivo en una casa que mi esposo construyó para mí antes de casarnos, no me falta nada. Tengo mi oro, mi esposo me da dinero para mis gastos personales, vamos de paseo, no está mucho en la casa porque es el que trabaja, pero es buen padre. ¿Crees que me siento mal por todo esto? ¡Soy bendecida!”. Añadió la joven madre.
 
En la estructura social occidental donde padre y madre comparten roles y comúnmente ambos trabajan no siempre será posible decidir quedarse en casa con los niños y vivir con un solo sueldo. Algunas mujeres posponen o renuncian a sus metas y proyectos profesionales y deciden dedicarse a los hijos y aunque lo hacen con amor, una parte de ellas, de alguna manera, resienten la renuncia. Pero la mayoría, quienes no tienen otra opción, salen a trabajar diariamente, e igualmente una parte de ellas desearía poder quedarse en casa, criando a los hijos.
 
De este lado se vive el otro extremo, culturalmente las mujeres han crecido con el ideal inculcado de que la meta, ese gran proyecto de vida se basa en la familia, en su maternidad, así que el dedicarse a una carrera profesional sería renunciar a lo que entienden es su prioridad y anhelo.
 
Claro que hay mujeres árabes musulmanas que prefieren destacarse en el campo laboral y lo hacen, depende del país donde han crecido y los valores o la visión de la familia, pero en los países más tradicionales no son la norma.
 
En mi opinión, ninguno de los dos escenarios está del todo adecuado o erróneo; me parece que es una cuestión muy personal que las mujeres en ambos lados deben atender buscando el bienestar de ellas y sus familias. Pero quienes definitivamente no tienen opciones dentro de esta estructura social árabe-musulmana-tradicional son los hombres y que quede claro, que de ninguna manera los estoy martirizando, miren que privilegios les sobran.
 
En fin, que mañana, un poco cansados del enclaustramiento, la dinámica de las visitas, el supermercado y -en el caso de él- el andar de taxista de todos,  nos vamos de paseo. Sólo Marido y yo; dice que necesitamos respirar aire puro, tomar el sol, estar juntos y relajarnos fuera de casa.
 
No hay muchas opciones, pero todo apunta a Tolmeita –ya hemos estado-, las ruinas de una antigua ciudad grecorromana a orillas del Mar Mediterráneo a dos horas de Bengasi. Nos gusta explorar las ruinas, caminar por sus calles, adentrarnos en lo que alguna vez fueron aposentos, templos, plazas, hasta baños públicos al estilo romano e imaginarnos cómo transcurría la vida hace tantos siglos atrás allí mismo donde ahora pisamos. Ya les contaré. ¡Tolmeita!
 
 
Enlace sobre Tolmeita:
http://translate.google.com.ly/translate?hl=es&sl=en&u=https://www.temehu.com/Cities_sites/Tolmeita.htm&prev=search

jueves, 2 de abril de 2015

Niños






Serían como las 5:00 p.m. cuando Marido se fue a transportar a una de sus hermanas de su trabajo a la casa. Y para cuando dieron las 6:00 p.m. se escucharon detonaciones muy cercanas, tipo fuego cruzado.

Fui hasta el salón principal y a través de los huecos de las celosías vi cómo la veintena de niños que suele jugar frente al edificio corrían despavoridos. Algunas madres los llamaban desde las ventanas de los edificios.

También vi cómo el vecino del edificio de enfrente -el que vende pollos- cruzaba la calle de cabeza agachada para venir hasta nuestra acera a rescatar a dos de sus hijos, niña y niño.

Otro grupo salió corriendo del campo de fútbol de la escuela, pero no se atrevieron a cruzar la calle y se pegaron de espaldas al muro blanco atestado de grafitis con propaganda alusiva al conflicto. La intensidad del momento es tanta que uno juraría ha pasado más tiempo del real, pero ciertamente no fue cosa de dos minutos.

Mi esposo llegó cuando la noche ya había caído y estando sentados a la mesa, cenando, le comenté lo ocurrido. Antes de que pudiese finalizar mi relato se repitió la escena.

Una vez más vimos como “el pollero” salía del edificio corriendo de cuerpo agachado, cruzando la calle del lado contrario en dirección al muro del campo de fútbol.

Llamaba desesperadamente a uno de sus hijos, esta vez se trataba del mayor. El hombre se aferraba al muro y gritaba el nombre de su hijo a través de unas rejillas en la parte superior de la puerta metálica que da entrada al plantel escolar.

Salieron niños, adolescentes y un adulto. El hombre tomó de la mano a su hijo, lo cruzó a empujones.

“¡Dios mío! Que no lo deje salir más en lo que queda de noche. Ese hombre si no muere de un balazo, va a morir de la presión o un ataque al corazón. ¡Que los encierre!”, fue lo único que pude decir.

Nos regresamos a la mesa y terminamos nuestra cena escuchando la balacera.

09:40 p.m.: A lo lejos se escuchan sirenas de ambulancias y policías.
 
10:03 p.m.: los niños y jóvenes han regresado al campo de fútbol.