Me he tomado una foto que ha
quedado de lo más sugerente y por ello se ha ganado el honor de figurar como
foto de perfil en mi cuenta de Facebook.
A la foto le he escrito “Adivinen que hago” como descripción y comenzando por
la amiga lectora Virginia Jiménez todas han acertado que lo que hago es
ejercitando la pupila para estar al tanto del acontecer de mi barrio; o sea averiguando
o como diríamos en el árabe españolizado de “Los relatos de Aziza”, “shufiando”.
Entonces Madelyn Fuentes de inmediato pregunta que qué vi y pensé que lo ideal
era contarles a todos.
Quizás nada del otro mundo, tal
vez el palpitar de la vida misma que suele transcurrir imperceptible vestido de
cotidianidad.
El dueño de la pollera de la
esquina -del que les he hablado otras veces y desde hoy nos referiremos a él
como “el pollero”- estaba con su hija de unos aproximados 7 años a punto de
abordar su carro, cuando sus otros dos hijos, con un poco de más edad, cruzaban
la calle sin precaución y un auto casi los atropella.
El padre se puso furioso y todo nervioso le pegó un manotazo a la niña que nada tenía que ver con el asunto (pero era la de mayor proximidad) mientras le gritaba a los dos varones. La niña se sobaba el brazo sin llorar y los dos varones lloraban porque el hombre enfurecido y todo nervioso les ordenó entrar a la casa y no salir más. Le beso la cabeza a la niña y la montó en el caro.
El padre se puso furioso y todo nervioso le pegó un manotazo a la niña que nada tenía que ver con el asunto (pero era la de mayor proximidad) mientras le gritaba a los dos varones. La niña se sobaba el brazo sin llorar y los dos varones lloraban porque el hombre enfurecido y todo nervioso les ordenó entrar a la casa y no salir más. Le beso la cabeza a la niña y la montó en el caro.
Entonces una mujer (su esposa, por lo que he shufiado) se asomó por la
ventana y le gritó alguna cosa al marido, el hombre se desmontó del carro y gritó;
“¡Haya! ¡Haya!”. Que se pronuncia “jaia” y es equivalente al coloquial “Yala”
(Iala) del árabe que significa “apúrense” o “vamos”.
Los "querubines" volvieron a la escena y el hombre, aún malhumorado, acomodo varios paquetes en el baúl y rezongándolos a toda voz y con la cara colorada los hizo montar en el asiento trasero mientras daba marcha al vehículo que vi desaparecerse doblando la
esquina, justo frente a su pollera, donde pareció gritarle cualquier cosa al
empleado flaco y barbudo de ojeras perpetuas que según mi opinión, sería el
mensajero ideal si de mandar a buscar la muerte se tratase, pues todo lo hace
en tres velocidades; ya saben, “lento, lentísimo y parao”.
Éste es el mismo hombre que un día
les conté cruzó la calle en medio de una balacera para a buscar a esos dos
chiquillos, que de mirarlos se les advierte lo desinquietos que son. Es decir,
que si no infarta por cuenta de los hijos (Dios le dé larga vida), lo hará por
cuenta de “barba lenta”, su único empleado, que de seguro conserva su trabajo porque
han de estar emparentados. De no ser así, ya lo hubiese remplazado por algún
otro, que aunque también pase la tarde “texteando” desde su celular, al menos se ocupe
de baldear el frente y ofrecer los pollos a todo paseante lleve “Shemagh” o “hijab”,
antes de que con las altas temperaturas que se sufren en los veranos
norteafricanos esos pollos se marinen en salmonella.
Por cierto, han pasado más de dos
años y aún no comprendo cómo es que aquí venden los pollos sin refrigerar,
en mostradores a la entrada de los locales, bajo el inclemente sol. Según me
cuentan, nadie se enferma. Es una pena que por ser mujer y casada, no pueda
hacerle la pregunta al pollero o a “barba lenta”, sería interesante conocer la explicación
de los expertos libios.
Eso fue lo que vi hoy, “shufiando”
por la ventana.
*Recuerden que el blog se alimenta de los comentarios de sus lectores, agradeceré comenten al pie de este relato.
©2015. Daritza Rodríguez-Arroyo. Los relatos de Aziza. Todos los derechos.