viernes, 22 de mayo de 2015

Operación: Vecinas

Foto tomada de "desmotivaciones.es"



Ayer como a eso de las 6:30 p.m. me tocan a la puerta –Marido no estaba- miré por la mirilla y no vi a nadie, regresé al cuarto. Tocaron nuevamente, una vez más no alcancé ver a nadie. La tercera ocasión quedé con el ojo pegado pensando… ¡Al pequeño diablito que esté de jugarretas conmigo lo atrapo yo!

Entonces noté que la puerta de mi vecina Haifa (la madre de Abdel Karim) estaba entreabierta. Ya me dolía el ojo de tanto afinar la vista a fin de lograr ver si había alguien tras la puerta entreabierta. Hasta que se asomaron unos deditos cortitos, blanquísimos y regordetes. Supe que se trataba de Haifa porque siempre me ha llamado la atención sus manitas infladitas y su piel de leche.

Me quedé pendiente y vi cómo tras los dedos asomó el rostro redondo de mejillas rosadas, ojos oscuros y el cabello ondulado en un tono rojizo natural que la hace parecer una muñeca de postal. La otra vecina siria del tercer piso es muy parecida a ella, lo mismo sucede con los niños de la siria del cuarto piso. Todas estas familias aunque no están emparentadas entre sí, son originarias de Alepo. Nana y su esposo Mohammad nacieron en Libia pero al igual que mi esposo (nacido en Egipto durante el peregrinaje familiar en busca de asilo) son segunda generación de refugiados palestinos, en el caso de mi esposo su familia es originara de Al-Jammama, poblado desaparecido del mapa por la ocupación israelí.

Al ver que era Haifa quien a la vez que asomaba su rostro trataba de ocultarse sin perder de vista la escalera me dispuse a quitar el pasador de la aldaba, recordé que estaba en bata corta y de manguillos, con el cabello estilo “pop corn”  empapado en aceite de semillas negras y pensé que sería mejor cubrirme antes de abrir, pero ya era tarde, mi vecina sin “hijab”, en un “set” deportivo en tela de pana azul turquesa ceñido al cuerpo, venía en dirección a mi puerta, de carrerita y azorada, mirando para todos lados, supongo que temerosa a que algún hombre del edificio se topara con ella al descubierto.

Como el pasador de la aldaba siempre se tranca, me demoré en abrir, pero alcance a ver cómo tras escuchar que de este lado alguien se disponía a abrir la puerta, Haifa emprendió carrera de retirada y volvió a ocultarse en su apartamento, pero nuevamente dejando la puerta entreabierta.

¡Salam Haifa! Saludé con mi puerta a medio abrir, una sonrisa, el muslaje y los socos de piernas a medio exponer y la maranta estilando aceite negro. Ella abrió un poco más la puerta y me preguntó si mi esposo estaba en casa, contesté que no, entonces dijo algo que no pude entender. Ella seguía tensa pendiente a la escalera y con cara de urgida. Definitivo que algo sucedía, así que le hice el gesto árabe de los deditos de la mano en forma de capullo en movimiento vertical (parecido al típico gesto italiano) mientras le decía; “¡Chuai! ¡Chuai!”, o sea, que se esperara.

¡Ya saben! De inmediato me dirigí al perchero y me envolví en la "abaya" negra, colocándome una pañoleta al estilo turco para cubrir sólo el cabello. Salí a su encuentro y a duras penas entendí que necesitaba que alguien le avisara a “Abir” -la vecina siria del cuarto piso (vecina de puerta con Nana)- que por favor viniera a verla. Nunca entendí para qué, pero ni modo…

¡Vamos de mensajera, servicio expreso, puerta a puerta! ¡Ja,ja,ja! ¡Mi vida en Libia!

Toco que toco la puerta de Abir y me abren los niños, entre ellos, el que siempre se para frente al espejo en el descanso de mi piso y sube la escalera cantando o silbando (tendrá unos siete u ocho años, desconozco). Les pregunté por la madre y una joven desgreñada y en pijama -nunca antes vista- se personó. Volví a preguntar por Abir, pero la chica cargando en brazos un bebé de meses en llanto descontrolado, me informó que la dueña de casa no estaba. Le dije que Haifa  había mandado a buscar por ella, al parecer no me entendió o preguntaba para qué, y era yo la que no la comprendía. Bueno, ante el tranque o amenaza de peligro, oprima el botón de emergencia más cercano… 

Le toqué el timbre a Nana.

Abrió la puerta con la cara colorada, sudorosa, tan desgreñada como el resto de nosotros, las vecinas; vestida en “leggings” y camisilla, junto a los tres niños que corrieron a la puerta peleándose por espacio preferencial a fin de ver quién era y qué quería. Yo en el medio del estrecho descanso, entre los apartamentos, las escaleras y las puertas abiertas decoradas de caras azoradas de niños y mujeres que no me entendían.

Nana tradujo, la mujer preguntó a Nana para qué la necesitaba Haifa, Nana me preguntó a mí, yo contesté que no sabía, Nana le dijo que yo no sabía y la chica finalmente le dijo a Nana que iría ella, pero que tenía que cubrirse y llevarse con ella todos los niños. Nana me tradujo todo y yo descansando en el alivio de la misión cumplida, respiré profundo. 

Nana me invitó a pasar a su apartamento, estaba en plena faena -ya saben que hace meses inicio su negocio de “catering” desde la casa- y así con una sola hornilla eléctrica y un horno eléctrico me mostró 300  mini tartas de carne molida queso y aceitunas, contrataron sus servicios para una boda. ¡Súper!

“¿Y para eso te ocupo Haifa?” Preguntó algo extrañada la Nana, me reí. Le recordé que nuestra vecina aún no termina sus cuatro meses de luto, entonces Nana me comentó que a su juicio no moverse dentro del edificio, ni siquiera de puerta a puerta le parecía algo extremista porque las mujeres que trabajan fuera de casa, aun estando de luto tienen que ir a trabajar (mi esposo dice que seguramente evita encontrarse con los hombres del edificio).

Mi visita fue corta, Nana me preguntó por qué en mi página decía que estaba decepcionada, le conté sobre la negativa de Estados Unidos para transferir nuestro caso a otro país donde podamos llegar sin que le pidan visa a un palestino y comprendió.

“¡Bienvenida a una experiencia llamada ‘ser palestino’, Daritza! Significa vivir sin oportunidades.” Dijo Nana.

Pensé en mi esposo, se me arrugó el corazón y recordé esos ojitos tristes de mirada lejana de aquella primera foto en un portal de Internet, esa sonrisa que cuesta a la hora de una foto, ese silencio insondable que no se rompe de no ser necesario a menos que algún tema en particular logre tocarle alguna fibra… entonces pensé que yo deseo la felicidad de mi esposo, incluso aunque no suceda a mi lado. Me despedí de Nana. 

Mientras abría mi puerta escuchaba el apartamento de Haifa repleto de niños y la vocecita de Abdel Karim balbuceando y riendo a carcajadas… ¡Cosquillas para mi alma!

Cuando Marido llegó me preguntó por qué tan vestida (aún tenía puesta la “abaya”);  “por si mis vecinas necesitan algún mandado”, contesté riéndome y le conté. “Viroteo” los ojos, me dio palmaditas en el hombro y se fue a asearse (ablución menor “wuū”) para luego hacer la oración de la noche (Isha alāt).

¿Alguien necesita que le lleve un recado? ¡Yo puedo! No importa el idioma.


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© 2015. Daritza Rodríguez-Arroyo. Todos los derechos. 

 

 

6 comentarios:

  1. Es un relato muy conmovedor. Espero algún día poder leer un libro donde estén todos tus relatos compilados y pueda guardarlos junto a mis libros preferidos. Es muy triste leer que la vida para algunos pueda significar no tener oportunidades, sin embargo, es esperanzador ver que se ayudan, comparten, crían sus hijos y se sienten orgullosos de lo que son. No tener la libertad de movimiento (en términos territoriales) debe ser terrible. Me imagino que debe sentirse uno como viviendo en una capsula vulnerable. Gracias por compartir tus experiencias. Espero que pronto se resuelva lo de la visa.

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    1. In sha allah todo cuanto nuestro corazón anhela se hsga realidad. ¡Gracias Edna y lo mismo deseo para ti!

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  2. Me encanta leerte y vivir contigo tus experiencias. Fe, esperanza y paz para ti y tu esposo.

    Ixia E. Villafañe

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  3. Si dile a todos los palestinos que conozcas que al otro lado del mundo habemos muchos orando por ellos....por su libertad...por su felicidad....por recuperar su pais y vivir en paz y con los suyos! Dios los bendiga a todos y su sufrimiento no es en vano....

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