martes, 2 de diciembre de 2014

Mis vecinas: La de la puerta de enfrente

“Prepara algún postre, toca la puerta de tu vecina más cercana, preséntate. Es bueno poder contar con alguien cercano, sobre todo ahora que viven algo distante de la familia, y tu esposo tendrá que irse a trabajar al desierto. Así no te sentirás tan sola.”

-Me aconsejó una amiga cubana radicada en otro punto de África.

 


Me pareció buena idea pero sabía que mi esposo tendría reparos. Desde mi llegada a Libia me había advertido que los libios eran algo reacios a tratar con extranjeros, que en lo posible evitara hablar cuando estuviésemos en lugares públicos, o por lo menos lo hiciera en voz baja –entre nosotros hablamos en inglés- pues por la similitud en rasgos físicos, mientras no abro la boca todos piensan que soy libia. Lo importante es no llamar la atención, decía. Con el tiempo y debido a varios incidentes menores me di cuenta que el pasar desapercibida era un asunto de seguridad.

Con esto de la guerra las principales vías de acceso a la ciudad  y a los barrios permanecen clausuradas, para mantener el control de quienes entran y salen se han ubicado muchísimos puestos de cotejo y aunque no detienen autos donde viajen mujeres, el proceso de cateo por parte de los soldados hace que el trayecto a cualquier parte se duplique o triplique en tiempo, sobre todo si se quiere salir de la ciudad, pues actualmente hay una sola entrada y salida.

Con esto en mente y pensando que, de mi esposo tener que irse al desierto, no sería tan sencillo que alguien de su familia se acercase a Bengasi, le consulté sobre la posibilidad de presentarme con la vecina de la puerta de enfrente y su familia.  Como temía, mi esposo no estuvo de acuerdo e hizo referencia a las palabras del soldado que se dirigió a los vecinos palestinos el día que nuestra calle amaneció custodiada. El soldado había advertido que los extranjeros serían tratados como simpatizantes de las milicias. También me recordó que en Libia no era bien visto el que una mujer viviera sola y que por mi propia seguridad era mejor no exponerse.

-¿Y realmente crees que a casi tres meses de estar viviendo aquí nadie sabe que soy extranjera? Pregunté.

-Tienes un punto. El día que la dueña del apartamento vino, visitó el resto del edificio al salir de aquí, incluso la vi entrar al edificio de enfrente. Seguramente les contó a todos sobre ti. Dijo mi esposo.

Era viernes y se nos había hecho tarde para visitar la familia, ahora con los combates en plena ciudad se sale a lo necesario y es peligroso manejar en las noches, así que de salir y dar las 5:30 p.m. –hora en que comienza a oscurecer en invierno- es preferible quedarnos a dormir en casa de alguna cuñada antes de arriesgarnos a manejar de regreso a casa. Como una de mis sobrinas me había pedido un flan, me di a la tarea de hornear dos flanes, uno para la sobrina y otro para la vecina de la puerta de enfrente. Los entregaría al día siguiente, antes de irnos para Al-Kuwayfiya, así no tendría que aceptar la invitación de entrar y conversar viéndome obligada –quizás- a contestar preguntas que seguramente tendrían el objetivo de saber más sobre mí.

Aunque mi esposo no estaba de acuerdo me acompañó a tocar la puerta. Le sugerí que lo hiciéramos con paquetes y bultos en mano, evidenciando que íbamos de salida y con prisa, sería una manera elegante de evadir la conversación extensa. Así se hizo. La puerta la abrió un joven adolescente y mi esposo lo saludó, solicitándole luego la presencia de la madre. Esperamos pacientemente varios minutos, mi esposo haciendo malabares con los paquetes en mano y yo sosteniendo el flan un poco nerviosa.

Cuando se abrió la puerta, apareció mi vecina y al unísono con mi “Salam Aleikum” se escuchó el ensordecedor sonido del motor de la bomba de agua del edificio. Ella permaneció de medio cuerpo cercana a la puerta en el pasillo oscuro, evitando ser vista por mi esposo; apenas pude leerle los labios cuando contestó el saludo. Yo sonreí, ella lo hizo tímidamente. En inglés le dije que era la vecina de enfrente, que disculpara que no me presentara antes… la noté nerviosa. Con tanto ruido no sabía si mi vecina no me escuchaba o no me entendía. Me voltee para solicitar ayuda de mi esposo, que permanecía sosteniendo todos los paquetes, le recordé que se supone estaba allí para traducir y lo hizo, pero de medio lado evitando mirar para el interior del apartamento, mejor dicho, evitando ver a la vecina. Era yo, que estaba a su lado y casi no lo escuchaba cuando hablaba.

Mi vecina le pidió al hijo que fuera por su hermana y todos esperamos a que la joven se cubriera y llegara. La vecina que evidentemente no estaba cómoda con la situación en su puerta, trataba de no exponerse ante mi esposo, mientras mi esposo -a punto de soltar los paquetes- permanecía  de medio lado para no incomodar a la ya incomoda vecina. ¿Y yo? Con el flan aún en la mano. ¡Me sostenía!

Finalmente asomó la cara la hija, adolescente también, bonita, de piel tersa y cejas finas pero abundantes. Me saludó en inglés. Expliqué que quería entregarles un postre y que aunque andábamos de salida estaba a la orden en la puerta de enfrente. La madre le pidió que nos hiciera pasar, mientras yo –finalmente- entregaba el flan. Mi esposo, sin mirarlas, explicó que teníamos prisa pero que con mucho gusto en una próxima ocasión yo las visitaría. La joven sonrió y dio las gracias, su madre también agradeció pero lo hizo con reserva. Mi cuñada me comentó que la costumbre es regresar la bandeja con algún postre, en señal de agradecimiento y cortesía.

 

Pasaron varios días...

 

Una amiga cubana residente en otro punto de África, me dijo;

“Bueno. Ya diste el primer paso... Ahora a esperar la reacción de ellos. Si son libios y no quieren relaciones con extranjeros se "harán los locos"  y a lo mejor vigilan que estés de vuelta para devolverte el plato con un dulce, a través del hijo. Pero si son de mente más abierta vendrá la mujer con su hija. Yo me inclino por la segunda opción, pero esperaran a que estés sola. Es que la curiosidad de saber sobre ti va a poder más que cualquier barrera, a no ser que su esposo sea un extremista y se lo prohíba expresamente. Ahora sólo queda esperar pero, me alegro que hayas dado el paso porque si salen gente hospitalaria te servirá para sentirte acompañada aunque sólo los veas una vez a la semana.”
 
Pasaron varios días...

 


-En mala hora serví el flan en la bandeja grande. Ahora la necesito y no la tengo. Le comentó a mi esposo.

-Ve y pídesela. Responde él.

-¡Ay no! Esa bandeja es barata y aunque no lo fuera es de mal gusto pedírsela. Concluí el tema.

 

Pasaron varios días...

 

 
Le comenté a mi amiga en Argelia;

“Mi esposo me dijo lo mismo que tú. “Ahora de seguro te visitara junto a su hija, o te enviará la bandeja de vuelta con algún dulce árabe”. Ya es viernes y no ha pasado nada. Mi esposo quería pedirles la bandeja y le dije; "Ni te atrevas" Era una bandeja barata, que se la queden, no quiero hacerlos sentir mal.  Ya te contaré.

 
Mi amiga contestó;

“Tienes razón. La bandeja sólo se pide a la familia y cuando hay mucha confianza”.

 

Entonces le digo;

“¡Claro! Mi esposo dice que es de mala educación no devolverla aunque sea vacía. Y me dijo que no les enviara nada más.

 

Mi amiga tratando de animarme me comenta;

“No te preocupes. Aunque se demoren te la devuelven y nunca vacía. Lo que pasa es que ahora ella tiene que inventar qué mandarte. Vacía sólo la devuelve la familia o cuando ya son  muy amigas".

 

Pasaron varios días...

 

Mi cuñada me preguntó, ¿Son libios? Olvídate de la bandeja.

Mi amiga cubana dijo; “Es cierto, no debes pedirla, se le pide la bandeja a los familiares y con los que se tiene mucha confianza. En fin, olvídate de la bandeja.

 

Pasaron varios días...

 

Dos semanas más tarde, la noche antes de que mi esposo partiera al desierto salió de emergencia a comprar unas mangas para instalar el calentador de agua nuevo, porque el que habían dejado los arrendatarios del apartamento había explotado. Según salió mi esposo sonó el timbre. Fui a la puerta pensando que era él, que con la prisa había olvidado las llaves. No me ocupé de asomarme por la mirilla, abrí la puerta y allí estaba el menor de los hijos de mi vecina, bandeja en mano y sobre la bandeja dos croissants de envoltura comercial. Decía en la etiqueta que estaban rellenos de crema de avellanas. El niño nunca me miró a la cara, yo igual sonreí limitándome al “Shukran” –Gracias-.

Cuando mi esposo regresó, le digo de lo más contentita; “¡Shufi habibi! -“shufi significa “mira” y “habibi” significa “mi amor” dicho de una mujer a un hombre- La vecina envió la bandeja con dos croissants. Pensé que nunca lo haría”. Mi esposo contestó; ¡Good! Y sin hacerme mucho caso se dio a la tarea de instalar las mangas del calentador de agua del baño.

 

Ya luego, mientras veíamos televisión, retomé el tema. Le comenté que si la vecina había devuelto la bandeja, tal vez me visitaría más adelante, junto a su hija; tal y como había dicho mi amiga. Que el hecho de devolver la bandeja ya era favorable y que…

 

-Habibty (significa “mi amor” dicho de un hombre a una mujer), fui yo quien le pidió la bandeja al niño cuando me lo tropecé con sus amigos en la escalera.

 

Han pasado muchos días…