jueves, 30 de enero de 2014

De racismo, xenofobia y otros demonios...

http://www.aevindugas.com/
Foto de Aevin Dugas

 
-¿Es verdad que tu hermano se casó con una americana?

-Sí. Es cierto.

-Pero me contaron que es negra.

-¿Quién te dijo eso?

-Un amigo de nuestra familia que es libio.

-Pues no sé de dónde se sacó eso porque la esposa de mi hermano es del color nuestro. Ella no es negra, es normal como nosotros, parece palestina o libia. Si no habla pasa como árabe.

Le dije a mi esposo que lo que su hermana ha debido contestar, es que soy una negra retinta, de tono casi azul, que fácilmente pasó como somalí, que traigo un arete colgando de la nariz y que uso “hijab” incluso cuando estoy en casa porque ahí escondo el afro de 1,22 m de diámetro que Allah me dio.


Lamentablemente el racismo está latente en todas las sociedades. En esta conversación sobre mi persona podemos ver que las partes envueltas son igualmente racistas. Y estamos en Libia, África… Hello!!!

Originalmente cuando corrió el comentario de que el hijo de esta familia se casaba con una extranjera de nacionalidad estadounidense, o americana como erróneamente se refieren internacionalmente a los estadounidenses como si el resto del otro lado del mundo no existiéramos, pensaron en la típica mujer de tez blanca, ojos claros y cabello rubio. Pero la que llegó a Al-Kwayfiya, Bengasi, Libia, directito desde Fátima, Vega Alta, Puerto Rico no tiene nada que ver con el estereotipo de Barbie. ¡Que decepción!


No todos fueron invitados a la boda, porque que tu único hijo se te case con una extranjera, no árabe y no musulmana no es como para botar la casa por la ventana. Así que quienes no tuvieron la suerte de asistir al evento más esperado por la comunidad palestina del barrio y tampoco ha conseguido coincidir con la “ameriquiya” en algún funeral o en el mercado se deleita en el chismorreo  de quienes corriendo la misma desventura han recogido uno que otro dato suelto y se han armado su propia historia. O sea, la mujer no habla árabe, es “ameriquiya”, pero blanca y rubia no es. Para eso se hubiese casado con una de aquí. Tanta revuelta para traer desde tan lejos a una mujer que si no habla parece libia; puro capricho, no se sabe qué le vio. ¡Rebelde! ¡Pobre los padres! Ya saben que mi esposo es palestino con documentación egipcia y yo, puertorriqueña con documentación estadounidense. ¡Vaya pareja! Que lo ideal es palestinos con palestinas y libios con libias, porque hasta siendo árabe-musulmana no es suficiente para quienes por primera opción nupcial han de tener a los primos hermanos. ¡Que insurrecto el palestino este!


Los libios provienen de etnias como los imazighen, o sea, bereberes, sobre todo de los tuareg que poseen aportes raciales tanto de árabe como de negro y los badawi, es decir, beduinos. Además repito, estamos en África y Libia tiene Significativa población negra producto del mestizaje a consecuencia de ser durante muchas décadas, el país africano con mayor cantidad de inmigrantes provenientes de todo el continente. Aun así, hay una tendencia contradictoria en colocar imágenes de niños blancos y rubios a la hora de promocionar productos o servicios dirigidos a la población infantil.
Imágenes libias de hace 12.000 años en las tumbas egipcias. Las tribus Lebu.
Imágenes libias de hace 12.000 años en las tumbas egipcias. Las tribus Lebu.
 
 
 
 

Por otro lado, “Ella no es negra. Es normal como nosotros”. ¿Entonces debo entender que a diferencia de los palestinos, o personas de tez clara en general, los negros son anormales? ¿Nacer negro es equivalente a nacer con alguna anomalía, discapacidad o defecto? Increíble que en pleno siglo XXI aún existan personas que sigan creyendo en jerarquías raciales, en la inferioridad intelectual, social y moral de quienes no poseen determinados rasgos físicos o características genéticas. Sorprendente cuando se trata de personas religiosas, pero inconcebible cuando esa actitud discriminatoria hacia otras razas y ese rechazo al extranjero vienen de parte de gente culta, profesional, estudiada. ¡Crezcamos!

http://www.kooltouractiva.com/kooltouractiva/tour/tour-istiando/326-el-mural-tres-razas.html
                  Sí, soy negra, también blanca, indígena y nunca mencionan lo de árabe que nos llega directo tanto por los españoles como por los esclavos africanos… ¡Soy puertorriqueña y me encanta!

Artículo relacionado -  http://freepages.genealogy.rootsweb.ancestry.com/~poncepr/etnias.html
 
 

 
 
 



 

 

 




 



 

 

 

 

 

 

 
 



 
    




domingo, 12 de enero de 2014

De Susa a Fathiya



Fue la primera vez en toda mi vida que realmente no supe qué ponerme para ir a la playa. Siempre he estado gorda, pero eso nunca ha sido impedimento para vestir traje de baño como hacen las mujeres en cualquier parte del mundo, y por supuesto que no me refiero al tanga ni al bikini, pero estoy acostumbrada a caminar por la arena destapada de piernas, muslos, brazos y pecho sin que esto constituya una perversidad. De hecho, ya por aquello de los cuarenta años cumplidos me había comprado un modelito recatado; ya saben, la minifalda y camisa larga de manguillos anchos sin escote frontal. Ahora que lo recuerdo, no sé en qué pensaba aquel 24 de abril del 2013, cuando por primera vez rumbo a Libia, a último momento, lo eché por uno de los huecos de la maleta. ¡Caribeña tenía que ser!


Bueno, pues me puse mi recatado outfit de playa y mi esposo que entra al cuarto y me mira con cara de “la hora que es y no te has vestido”. Antes de que abriera la boca le pregunté si así estaba bien y al tiro contestó riéndose; “Sí, estás bien si lo que quieres es ser viuda.” ¿Viuda por qué? Pregunté yo, y contestó que vestida como iba en un país como Libia daba pie a que cualquier hombre me faltase el respeto y él tener que defenderme, aunque esto significara pelearse hasta que uno de los dos perdiese la vida por honor. Esto no es Turquía, dijo. ¡Taman! Contesté. Que me cubro enseguida; pantalón largo, ancho y oscuro de algodón, túnica tipo kurti hasta mitad de muslo en azul celeste, gafas de sol, de las grandotas y por supuesto hijab cubriendo cabeza y cuello.


Mientras bajaba las escaleras mi esposo me comentaba que con nosotros viajarían su madre y una de sus hermanas solteras, que en el otro auto iría una de las hermanas casadas, con su esposo y las dos nenas. O sea, que si no perdía la vida en una afrenta callejera, quienes lo mataban al verme mostrando las carnes hubiese sido su propia familia.


¿Y a cuál playa vamos? Pregunté. “Vamos a Susa, una playa que está a casi tres horas de distancia. Queda en el área de Al Bayda, donde ya has estado, más allá de las ruinas de Cirene que tanto te gustaron.” ¿Pero por qué tan lejos si todo Bengasi y la ruta hasta Al Bayda es costa mediterránea? Pregunté. “Es que Susa es realmente bonita, y es la que más nos gusta a la familia, a ti también te gustará. ¡Ya verás! ¡Ah Aziza! Recuerda que a los mayores de la familia siempre se les cede el asiento de enfrente, es una cuestión de respeto y cortesía.” ¡Taman! Contesté, que significa ‘Ok’ en lengua turca pero que es de común usanza aquí.  Así fue como se me inflamó mi rodilla derecha tras 3 horas de viaje al noreste de Libia sin parar. Mi cuñada, gafas y audífonos puestos sin abrir la boca, mi suegra hablando sin respiro, aunque ninguno de los dos hijos le contestara; mi esposo manejando pendiente al carro del cuñado y de vez en cuando echándome una miradita por el espejo retrovisor, yo con un dolor en toda la pierna a punto de abrir la puerta y tirarme a rodar, pero sin atreverme a hablar.


No habíamos salido tan temprano y el viaje estaba programado para regresar esa misma noche a Bengasi, una parada representaba menos tiempo de disfrute en Susa. Así que ni modo, a tararear las canciones que sonaban en la radio como si me las supiera y jugar con el viento como cuando era pequeña y mis padres nos llevaban a mi hermana Yazira y a mí de paseo. Bajábamos el cristal de la guagüita Toyota Corolla del 81’, sacábamos las manos a palma abierta y de pulseo con el viento todo el viaje hasta llegar a algún río en Ciales, a las charcas de Jayuya, al lago Guajataca en Quebradillas, a playa Los Tubos o Mar Chiquita en Manatí o hasta más lejos para llegar a isla Mata La Gata en La Parguera; a donde fuese que mis padres se antojaran de hacer turismo interno o visitar a parientes y amistades.


Transitábamos una recta de esas que te dan la impresión de que el camino no tiene fin y que por más que se maneje no se llega a ningún sitio, cuando noté que en medio de la carretera frente a las dos únicas estructuras existentes que parecían superpuestas en aquel paisaje desértico tipo tapiz, había una línea de peñones. Como si alguien hubiese intentado marcar la división entre dos carriles, el de ida y el de vuelta. Me estuvo curioso y le pregunté a mi esposo, quien me explicó que algunos comerciantes lo hacían para llamar la atención de los conductores, buscando que reduzcan la velocidad y se fijen en su mercancía. ¡Vaya estrategia publicitaria! Le comenté que me parecía algo peligroso y contestó que el peligro era algo muy común en Libia, que era necesario acostumbrarse.


Al poco rato la ruta nos mostraba un paisaje diferente, se comenzaban a apreciar los azules de mar y cielo fundidos en el firmamento. Íbamos descendiendo y veíamos como el mar se transformaba en una falda danzarina que con encajes de espuma adornaba un poblado. Mi esposo me dijo; “Por esto preferimos viajar más de tres horas. ¡Bienvenida a Susa!” De inmediato saqué mi celular y comencé a fotografiar casi por encima de mi cuñada quien tenía la ventana privilegiada. Entonces mi esposo recibió una llamada, hablaba en árabe, mi suegra se puso nerviosa y comenzó a llorar implorándole a Dios por el bienestar de su hija y la familia, mi cuñada enfadada le gritaba a la madre que por favor se controlará, mi esposo pegó la vuelta; su cuñado había tenido un accidente unos veinte minutos atrás.


Ya lo había dicho yo, que esos peñones podían costarle la vida a alguien. Gracias a Dios nadie salió herido pero el auto necesitaba ser transportado en grúa a Bengasi. Había unos hombres ayudando, mi esposo nos dijo que tomáramos nuestras pertenencias y entráramos a la casa aledaña al local comercial. Le pregunté que cómo íbamos a entrar a una casa extraña y me pidió que siguiera a su madre y a la hermana que había mujeres esperándonos para encargarse de nosotros. Un niño nos condujo.


Una vez frente a la puerta de hierro, el niño tocó una campana y nos abrieron otros niños. Había pequeños de todos los colores y tamaños, era una estructura muy pobre, el piso de la entrada estaba cubierto de alfombras espeluzadas y cojines desteñidos. Eran todas mujeres sentadas formando un círculo; se trataba de una familia beduina. De entre los niños salieron nuestras sobrinas, nos abrasaron llorosas, aún se podía sentir el ritmo frenético del corazón, tenían un tambor en el pecho y mi cuñada, la madre de las niñas se abrazó a llorar con mi suegra. En ese momento su hermana, la de las gafas grandes, me comentó que debía tranquilizarse porque estaba en su cuarto mes de gestación y esta vez tenía que ser el hijo varón que tanto añora cualquier familia árabe.


De inmediato nos invitaron a sentar, a ponernos cómodas, pero yo necesitaba estirar mis piernas, mi rodilla se sentía como si le hubiesen entrado a marronazos. Me seguían halando de brazos y presionándome los hombros para que me sentara, entonces expliqué en mi inglés con acento de Sofía Vergara que prefería estar un rato de pies, que me dolía la rodilla. Se produjo un silencio total, niños y mujeres me miraron como si fuese una extraterrestre y los que quedaban dentro de la casa encontraron motivos para asomarse, todos agolpados en la puerta de entrada. Yo miré a la única de mis dos cuñadas allí presentes que masticaba un poco el inglés, sí, la soltera de gafas grandes y cara montada, y ella resignada a hacer de intérprete aun cuando no tiene ganas, explicó a la multitud de mujeres y niños que yo no hablaba árabe. La mujer más vieja de la familia, la matriarca, le preguntó qué de dónde éramos, mi cuñada dijo, “nosotras palestinas y ella de América” y todas comenzaron a reír gritando; “¡Ameriquiya! ¡Ameriquiya!”, celebrando mi origen. En medio de las expresiones de asombro y la algarabía, le decía a mi cuñada que les explicara que era de Puerto Rico, un archipiélago en el mar… Ella a su vez hacía gestos con la mano y torcía la boca diciéndome que lo dejara así, que me olvidara, que causaría confusión. Finalmente me senté.


La matriarca exhibía los tatuajes característicos de las mujeres beduinas de Libia. Son tatuajes en áreas de la barbilla y la frente de tinta permanente que con el tiempo se torna color verduzco. También vestía una pintoresca Abaya y tenía todo el oro que cuerpo alguno podía llevar, eran prendas antiguas, ya sin brillo. La recuerdo obesa, de pocos dientes, piel tostada, ojos alegres, brillosos, de hablar y reír alto, de ademanes, gestos y palabra firme. Daba órdenes a todas las demás. Me presentó a cada una de sus doce hijas, a algunos de los casi vente nietos e hizo venir a la hija más joven que se casaba al día siguiente. La joven nos mostró los tatuajes de henna que se había hecho para la fiesta de esa noche, traía hermosas flores dibujadas en manos, brazos, piernas y pies.


Al menos a mí se me olvidó que habíamos llegado allí por un accidente, realmente me sentía como la invitada de honor en una gran fiesta de mujeres beduinas. Entonces la trajeron a ella, hicieron un espacio entre los cojines contra la pared y la sentaron. Se llamaba Fathiya, la hija, la hermana, la tía con parálisis cerebral y extremidades deformadas. Casi no pude hacer contacto visual con ella, apenas me miró se abalanzó sobre mí, metió su cabeza entre mi pecho y mi brazo izquierdo, justo en el corazón, y allí se aferró acunándose, dejándome a mí y a todos perplejos. Mis sobrinitas se reían y mi suegra me miró de una forma dulce y especial, como si fuese la única en entender. La matriarca comenzó a reírse a carcajadas celebrando, las demás la seguían, yo estaba sin palabras, me imagino que con cara pasmada y la mujer le pedía a mi cuñada que me tradujera. “¡Que te quiere! ¡Que le gustas! ¡Que la abraces!” La rodee con mis brazos y le pasaba la mano por su cabello crespo, corto, desarreglado. ¡Ay! No sé cómo explicarlo, pero fue algo intenso, un sentimiento sobrecogedor que logró tocar todas las fibras de mi ser. Yo sentí amor.


Una de las hermanas me la quitó de encima la acomodó en el espacio que le habían preparado y trajeron bandejas con melocotones, higos y dátiles. Fathiya no paraba de mirarme, de sonreír con todos sus dientes asomados. Fue cuando pude mirarla, mirarla bien, hasta la profundidad de sus ojos. Eran ojos grandes, un poco desorbitados, líquidos y brillantes, como si fueran dos lagos oscuros, portales a otra dimensión. Deje de escuchar a las mujeres y a los niños despeinados que jugaban contentos, indiferentes al acontecimiento. También había una niña muy pequeña, rubia y de piel tostada, me miraba con reserva y desconfianza, yo hablaba un idioma que posiblemente nunca había escuchado.  


Yo sólo quería continuar en contacto con el espíritu de Fathiya, el que según ellos yo le gustaba, me quería y al verme se metió en mi corazón. El resto interrumpía, nos estorbaban. Trajeron las bandejas de comida; arroz con nueces, y cordero estofado con papas. Llegaron canastas de pan y botellones de refrescos. Los niños sacaban bandejas para llevarle de comer a los hombres que esperaban por la grúa a orillas de la carretera. Por ser viernes el asunto de la grúa se dificultaba, pues como ya les he contado, el viernes es el día para congregarse en la mezquita, alabar a Dios y luego compartir en familia, no se trabaja.


Eso de comer sentada en el piso, con cuchara y de una bandeja comunal aún me cuesta, pero no me quedó otro remedio, tenía hambre y todos miraban esperando que fuese la primera en probar, y supongo yo, decir si me gustaba o no. Miré a mis cuñadas y a mi suegra porque ellas ya van conociendo mis manías, saben que no como cordero ni soporto su olor que, por cierto, estaba todo sobre el arroz. En nuestra casa mientras ellos se sientan en el piso de la cocina y comen con cuchara de la misma bandeja, a mí me sirven de todo en un plato individual y me sientan en una mesita que está en la misma cocina, así comemos juntos sin yo molerme las rodillas. Mi suegra me hizo el gesto de ¡Come! Y yo pues comí de una esquinita donde agraciadamente el arroz estaba seco y le majé una papita que no traía mucha salsa, un pedazo de pan y todos contentos.


Tan pronto recogieron las bandejas, Fathiya se arrastró hasta ubicarse justo frente a mí, como si hubiese estado esperando la oportunidad, me sorprendió con un manotazo que alcancé a interceptar en el aire. Quería jugar conmigo. Le soltaba la mano y venía el siguiente manotazo; su cara se deformaba de alegría. Los niños alrededor reían, Fathiya se movía frenética, aplaudía y soltaba carcajadas, mientras una de las hermanas le secaba las babas. Era todo un espectáculo. Así estuvimos mientras las mujeres de mi familia y las beduinas conversaban sobre el gran acontecimiento del día siguiente, la boda. Llegó una chica con la bandeja del té. Le pasó la bandeja a su madre, la mayor de las hijas de la matriarca, quien se ubicó frente a mí y me pidió especial atención. Con un talento y maestría admirables aquella mujer levantó la tetera estilo árabe (esas de cuello largo y boquilla angosta) y así desde lo más alto posible dejó caer el potente y sonoro chorro aromático de té, hasta el vasito de cristal transparente que esperaba quietito sobre la bandeja colocada en el suelo, y todo ello sin perderse ni una sola gota. ¡Bravo! Yo celebré y aplaudí su demostración como si hubiese presenciado el mejor de los espectáculos y Fathiya también aplaudía. Y así las dos, las más amigas, las más divertidas del grupo; éramos felices mientras la matriarca nos contemplaba y reía. “¡Mashallah! ¡Mashallah!” decía la mujer elevando sus brazos.

 

·         [Inshallah se traduce “si Dios quiere”, mientras que Mashallah es “lo que Dios ha querido”. Podría compararse a un “la gloria es de Dios” y comúnmente expresa alegría y satisfacción ante una persona o un suceso positivo. Por ejemplo: si una mujer aparece vestida de novia y se ve hermosa o nos muestra su título universitario, quienes la admiran y comparten su alegría expresaran; ¡Mashallah! Mashallah! Si un amigo nos invita a su casa y es hermosa; ¡Mashallah! ¡Mashallah! Si vemos un bebe encantador y tierno, ya saben, Mashallah…]

 

Habían pasado tres horas, cuando un niño entró corriendo, anunciando que el auto ya estaba sobre la grúa, que nuestros hombres nos esperaban. Me sentí triste. Comenzamos a despedirnos y aunque quería una foto de ese momento, no me atreví a pedirla, pues a la mayoría de estas mujeres no les agradan las fotos y preferí ser respetuosa y llevarme el recuerdo en mi corazón. Me sentí tan a gusto rodeada de aquellas mujeres que quizás al mirarnos unas con otras éramos tan diferentes, pero que allí, en aquel punto de algún lugar en aquel valle desértico del noreste de Libia, el destino nos había juntado. Ese viernes salí de Bengasi con la ilusión de llegar a Susa y regresé con la bendición de haber conocido a Fathiya, esa fue la voluntad de Dios. ¡Alhamdulillah! 


[Alhamdulillah es una expresión árabe que indica que estamos bien, que todo está bien y nos sobrecoge un sentimiento de agradecimiento a Dios en forma de alabanza.]


Me gusta pensar que Fathiya nos conocemos de otro tiempo, que la mano de Dios nos regaló la oportunidad de un rencuentro, que su espíritu reconoció de inmediato al mío y que al encontrarnos y al despedirnos, cuando Fathiya puso su carita en mi corazón me hablo profundo con ese lenguaje de latidos, esa transmisión de energía capaz de anudarme la garganta. Así abrazada y sintiendo sus pulsaciones le dije en el más absoluto e íntimo de los silencios; gracias por tu alegría al encontrarme, por el amor y todo lo innombrable que hemos compartido en el día en que se alaba a Dios. ¡Hasta luego! Le besé la frente, me di la vuelta y a mi espalda sentí cerrarse aquella mágica puerta de hierro. Caminé secándome las lágrimas, pero sonriendo, contenta de haber tenido la bendita oportunidad de compartir con todas esas mujeres maravillosas y hospitalarias que con humildad y tanta generosidad nos recibieron, alimentaron y cuidaron de nosotros. ¡Que Dios bendiga a tolos los beduinos del mundo!

Mi suegra me cedió el asiento de enfrente, y junto a las niñas le contaban a mi esposo sobre mi maravilloso encuentro con Fathiya. En una ciudad a mitad de camino esperamos más tiempo por un cambio de grúa, caía la noche, las niñas, mi suegra y mis cuñadas dormían apretadas en el asiento de atrás, mi esposo manejaba en silencio y yo aún estaba con el pecho repleto de emociones que me conmovían al punto de continuar sonriendo con los ojos aguados. Entonces mi esposo me dice; “Y luego me preguntas que por qué te quiero.” Cerré los ojos y para cuando los abrí ya estábamos llegando a Bengasi. Esa noche me fui a la cama con la certeza de que Fathiya y yo habíamos cumplido con uno de esos acuerdos de amor que los seres hacemos cuando en forma de alma recorremos los mundos espirituales. Y convencida de ello exclame para mí;  ¡Allahu Akbar! Que quiere decir, Dios es grande.

*El nombre Fathiya significa victoria.


De regreso a Bengasi...
 A las primeras tres fotos las he titulado, las fotos Shufis (Shufti / Shufty):
Shufi significa “mira” y si se dan cuenta el anciano de Jalabiya blanca viene sólo a eso… a mirar. Se acerca, pegunta qué ha pasado y sigue su camino. ¡Qué mucho nos hemos reído con esta foto secuencia de Shufi!

 





Acá mi esposo, como cartel cinematográfico de la versión árabe de James Bond. ¡Jaja!


 
 

Posando en el puente Wadi Al Kuf...

El Puente Wadi Al Kuf es un puente situado a 20 km al oeste de Al Bayda, Libia. Es el segundo puente más alto de África con longitud total de 477m. Fue diseñado por el italiano Riccardo Morandi ingeniero civil. 

sábado, 11 de enero de 2014

Entre el hijab y yo...

 

Una seguidora del blog en el ‘Fan Page’ de Facebook me pregunta si cuando viajo a Puerto Rico uso hijab y si mi esposo no se molesta en ocasión de alguna fotografía donde salga con el cabello descubierto. Ésta fue mi contestación:
-          Estás poniendo el dedo en la llaga. Te cuento, lo comencé a usar después de la conversión al Islam, El Sagrado Corán es muy claro en cuanto a cubrirse, pero lo hice en gran medida porque sabía que vendría a vivir a Libia por tiempo indefinido, claro que jamás pensé que Libia fuera tan inflexible en cuanto a vestimenta y otros asuntos que impactan de forma directa la vida y la participación o desarrollo profesional y social de la mujer. La postura de mi esposo siempre ha sido la de no obligarme, darme tiempo y espacio para tomar mis propias decisiones, en cuanto al hijab se mantuvo en esa postura pero siempre me advirtió que en Libia no había oportunidad a elegir, aquí es necesario. Las amigas que hice durante el año que asistí a la mezquita Al-Faruq en Vega Alta, puertorriqueñas conversas al islam, me ayudaron mucho y saben lo difícil que se me hizo el asunto de usar hijab.
 
-          Al llegar a Libia me di cuenta que, como he mencionado otras veces, más allá  del sentido religioso el uso del hijab está enraizado en la tradición cultural, es el código de vestimenta que se toma como decente y apropiado y por cuestión de seguridad, respeto y otras razones, me di cuenta que no era ni asunto, ni lugar para plantar bandera, no llevarlo es como salir desnuda a la calle, así de fuerte. Además ya le ha costado bastante a mi esposo el atreverse a casarse con una extranjera y todas las implicaciones y consecuencias que en muchas ocasiones eso tiene entre familiares, amigos, comunidad y en general. Cuando me fui de vacaciones a Puerto Rico le planteé a mi esposo el asunto de vestir o no vestir hijab, y él como siempre me dijo, “Confío en que eres lo suficientemente sabia como para tomar la mejor decisión.”  Él no viajaría conmigo y quería comprar regalos para mi familia y estando en el Mall le pedí que me comprara hijabs para combinarlos con la ropa que empacaría. Me preguntó si estaba segura y contesté que estaba segura en querer intentarlo. Entonces me dijo, ya sabes cómo es aquí con la cuestión de las fotos, solo te voy a pedir que si te vas a fotografiar uses tu hijab. Así lo hice, aunque hay algunas fotos donde estaba en casa con mi familia y salgo con el cabello descubierto.
 
-          De camino paré cuatro días para conocer la ciudad de Estambul en Turquía y allí solo lo use para entrar a la Mezquita Azul. Me hospedé en un hotel pequeño de empleados todos varones, muy amables y atentos. Eran turcos y sirios muy conversadores y en esos tres días, antes de la despedida, logramos un poco amigarnos, nunca olvidaré cuando la mañana del cuarto día, subí al salón comedor a desayunar vestida con hijab negro y purpura, de primera intención no me conocieron, entonces expliqué que soy puertorriqueña pero que ese día regresaba a casa en Libia donde vivo con mi esposo y su familia que son palestinos y musulmanes. El maletero y el de servicio al cliente tuvieron igual reacción. Para ellos era dos mujeres en una. Bromeando les comento; “el ‘check in’ lo hizo Daritza Rodríguez-Arroyo, el ‘Check out’ lo va a firmar Aziza Abushiera.”  Vaya que se rieron. Mi esposo vio todas las fotos del viaje, las disfrutó y no criticó ninguna, pero hace unos días, la noche de fin de año, ya estando él de vuelta en el desierto y yo preparándome para despedir el 2013 con mi familia en Puerto Rico vía Skype,  me tomé unas fotos con el pelo suelto y me escribió desde el desierto diciendo; “Habibty, ya no estás de vacaciones y en tu Facebook tienes contactos de nuestras amistades y familiares en Libia, recuerda que eres mi esposa y lo que eso significa en esta sociedad.” Las retiré de mi perfil privado de inmediato. Así es la cosa. Para mí, este no es ni el asunto, ni el lugar para plantar bandera. Mira lo que has provocado con tus preguntas… un relato. ¡Shukran por eso!
 
 
 

martes, 7 de enero de 2014

Las rondas de mi suegra

 

 
Antes me costaba ver como mi suegra tan pronto le abría la puerta se disparaba por toda la casa revisándolo todo, cerrando ventanas y demás. Ahora con una sonrisa contemplo su figura diminuta envuelta en paños largos recorriendo todos los rincones de la casa, realizando rondas que un poco mitigan mis días de soledad. Así  va abriendo las tapas de las cacerolas sobre la estufa para ver qué he cocinado y si ya he comido, verificando la temperatura de mi habitación y si está muy frío ajusta los respiraderos de las cortinas de madera y verifica con cuantos cobertores he dormido. Mientras, va diciendo cosas en árabe que apenas entiendo, pero hoy ha hablado de todo. Abrió los tarros de especias y según las probaba metiéndoles el dedo me decía sus nombres en árabe. La canela, la vainilla, la nuez moscada, el pimentón, el jengibre, la pimienta, el curry, el cárdamo, y el comino que según ella evita el vómito y otros males estomacales. Me ha preguntado por mi familia y quiere que la próxima vez que les vea por Skype les salude de su parte. Algo me comentó sobre la granizada que cayó en la madrugada, entendí que anda como yo, contando los días para que su hijo regrese a casa, dice que faltan 7 días, yo digo que faltan ocho. En el cuarto encontró una camisa de mi esposo de la que duermo aferrada para recordarlo a través de su olor, y ella sin saberlo ha hecho lo mismo. La tomó, la olió profundo y se la llevó a la cara apretándola y diciendo cosas que transmitían ternura. Se le aguaron los ojitos y apretaba la camisa contra su pecho. Dice que le está orando a Dios para que en algún momento yo salga embarazada, porque ella perdió dos embarazos, como yo en el pasado, pero al final tuvo ocho hijos. Que cómo está mi presión arterial, si me estoy tomando los medicamentos y si necesito algo, que lo escriba, que le avise y que me prepare que con tanta lluvia esta noche hará mucho frío. Ella todo en árabe, yo en inglés y como subterfugio de ambas, las señas. Pero hoy mi suegra hasta un dibujo ha hecho tratando de decirme algo que lamentablemente no pude comprender. Se frustró y le pasó la raya a su obra de arte, me abrazó, me apretó bien duro los cachetes, sonrió, me dio 4 besos y en un graciosísimo español me dijo; “¡Adiós! ¡Hasta mañana Habiba!” Aquí les comparto el dibujito de mi suegra querida, esa de diminuta y siempre envuelta figura, de ojos pequeñitos y dulces que te hablan del amor que llena su alma sin necesidad de palabras.
 
 

 
 

 

viernes, 3 de enero de 2014

Nota para el mercado


Bueno, mi esposo continua en el desierto, se han agotado algunas provisiones y ésta es mi nota para el mercado. Para ellos debe parecer que la ha escrito un niño de primer grado, pero he sido yo con la ayuda de mi esposo desde el desierto y Google por supuesto. Está dirigida a mi suegra pero dice Omm Akram porque a los mayores se les llama con el nombre del hijo varón mayor, o sea, en este caso Madre de Akram, si nos refiriéramos al padre sería, Abu Akram. ¡Interesante! P.D.: Aclaré que fuese carne molida de vaca, para que no se confunda con la de camello.