martes, 23 de septiembre de 2014

Encuentro cercano del cuarto tipo: Clasificación "G"



*Encuentro cercano del cuarto tipo: Clasificación “G” es la segunda parte de una serie de dos relatos, titulada “Encuentros cercanos” de la cual “Encuentros cercanos del tercer tipo” es la primera parte. Visitar el enlace para leer la primera parte de este relato: http://losrelatosdeaziza.blogspot.com/2014/09/encuentro-cercano-del-tercer-tipo.HTML
 

El ufólogo estadounidense, Ted Bloecher propuso dividir los encuentros cercanos del tercer tipo de la escala original propuesta por el ufólogo Hynek en siete subtipos específicos, en los cuales el “G”  se refiere al secuestro o "abducción" (abduction).

De esta manera un “encuentro cercano del cuarto tipo con clasificación “G” responde al acto en el cual uno o más seres extraterrestres toman a un ser vivo terrestre contra su voluntad, lo secuestran y lo llevan a algún sitio determinado, generalmente a su propia nave espacial.”

Referencia: http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada Nota: La mayoría de la información consultada en Internet son fragmentos de la información disponible en “Wikipedia: la enciclopedia de contenido libre que todos pueden editar.” Por tanto la veracidad de la misma debe ser verificada por quienes estén interesados en el tema de los “Encuentros cercanos” y su sistema de clasificación.

 

Aún no me recuperaba de la impresión del tendido de ropa, de hecho, seguía vestida de “abaya” y con el “hijab” puesto cuando el timbre sonó. Durante doce días el único que había tocado a la puerta había sido mi esposo, pues en ocasión de salir y yo quedar sola en casa, acostumbra dejar una llave dentro de la cerradura desde el interior para asegurarse que nadie pueda manipularla desde afuera. Fui directamente a la habitación donde se encontraba y le pregunté si esperaba a alguien. Sin levantar la vista del mueble que estaba ensamblando  me contestó que no. El timbre continuaba sonando insistentemente y en lo que mi esposo se puso en pie para vestir su “jalabiyah”, se me ocurrió adelantarme para llegar al recibidor y echar un vistazo por la mirilla de la puerta. *”jalabiya” es una túnica larga, vestimenta tradicional para hombres en muchos países de oriente. Alcance a ver que eran mujeres, dos rostros desconocidos. Entonces a toda prisa me regresé a la habitación para decirle a mi esposo que quienes tocaban a la puerta eran dos mujeres desconocidas.

-         En ese caso abre y atiéndelas. Me dijo despreocupado mientras se quitaba la “Jalabiya” que ya vestía.

-         Pero es que no las conozco. ¿Cómo les voy a abrir? Protesté.  

-         Son mujeres. ¡Atiéndelas! Dijo del todo despreocupado mientras se disponía a continuar con el ensamblaje.

-         ¿Atiéndelas? ¿Se te olvida que no hablo árabe? Además, ¿cómo viene gente sin ser invitada, sin saber si uno los puede atender? ¡Esto es lo último! Cantaleteaba  yo mientras recorría el pasillo resignada a recibir a dos extrañas  y rogando que alguna de ellas hablase inglés. El timbre no había parado de sonar y ahora parecía que el dedo de una de ellas se había quedado pegado. Justo cuando pasaba frente al espejo del mueble del pasillo escuché a mi esposo que me voceaba desde la habitación;

-         ¡Cúbrete!

Sin detener el paso me miré al espejo  y pensé en voz alta para que Marido escuchara; ¿Acaso se puede estar más cubierta? En aquel momento recordé a las “Munacabát” envueltas en su “niqab” negro elevándose como cometas al aire. También recordé las mujeres de Afganistán en sus “burkas” azules levantando el polvo de las calles de Kabul a cada paso. Entonces sin proponérmelo me vi consolada en lo que para algunas puede significar una desdicha; me reproché a mí misma mientras aligeraba el paso.

De camino al recibidor y al son del timbre, que para colmo tiene como único sonido uno que imita el frenético trinar de un canario, cerré la puerta que conduce al pasillo central y a las áreas más íntimas del apartamento. Atravesé el salón familiar que en nuestro caso y por falta de espacio también hace de salón para mujeres, cerré la cortina de acordeón que lo separa del salón comedor y de lo que será el “mini salón” para hombres e hice lo propio con la puerta que quedó a mi espalda. De esa manera quedé encapsulada en el pequeño pasillo que sirve de recibidor y conecta la entrada a los dos salones. Aguanté el paso y en lugar de moverme decidida, me desplacé lentamente hasta que irremediablemente quedé frente a la puerta principal; del otro lado las dos mujeres. Volví a observarlas por la mirilla, cuchicheaban, se veían graciosas como la gente que se mira en las paredes de la casa de los espejos que colocan en las ferias. Ya saben, rostros y siluetas deformes, quería seguir observándolas así desde el clandestinaje -al parecer le he cogido el gusto a lo de “ver sin ser visto”- pero una de ellas volvió a tocar el timbre devolviéndome de inmediato a mi realidad; enfrentaba un dilema que por más insignificante que pareciera, lo cierto era que había sido capaz de robarme la paz. Estuve a punto de persignarme y abrir la puerta pero en lugar de ello, corrí a la habitación nuevamente.

-         Esto no va a funcionar. Si ellas no hablan inglés como quiera tendrás que salir y atenderlas tú, que eres el único que habla árabe en esta casa. Argumenté con firmeza en un último intento por convencer a mi esposo.

-         Aziza, son mujeres. Alegó mi esposo ya algo incómodo. -No es correcto que estando la mujer de la casa, el hombre sea quien reciba a mujeres desconocidas. Yo debo permanecer en la habitación mientras dure la visita. Concluyó, mientras el sonido del timbre ya lo ocupaba todo.

 

Una vez más recorrí el pasillo, atravesé los salones abriendo y cerrando puertas, me ajusté el hijab, coloqué la mano sobre la perilla  y cuando la giré hacia la derecha apenas abrí lo suficiente como para asomar mi rostro de manera discreta.

 

Era una mujer que aparentaba estar en el ocaso de sus cuatro décadas acompañada de una adolescente. La joven sonreía fresco y espontaneo, contrario a la que presumí era su madre, ésta lo hacía  sin poder disimular la incomodidad de la espera y supongo que con calambre en el jodido dedo índice que de milagro no se le quebró tocando el timbre. Imagino mi sonrisa, tan o más incómoda que la de la madre. Me hubiese gustado observar el momento desde un plano superior captando las tres sonrisas del encuentro. Nuestras sonrisas debieron surgir por combustión espontánea al cruce de miradas; las de ellas han quedado grabadas en mi memoria, pero a su vez, ellas poseen la única imagen de mi mirada, y ese chispazo que hace que los labios se extiendan figurando o desfigurando el rostro con algo que lo mismo puede ser una sonrisa espontanea como una mueca de vaga pretensión a sonrisa. Cualquiera que sea el caso lo realmente maravilloso es que ambas situaciones comunican. Son reacciones espontaneas, imágenes únicas e irrepetibles porque quedan registradas en los archivos personales, algunas veces secretos, de nuestras memorias. Es realmente fascinante el cosmos de la comunicación no verbal y de los archivos de la memoria humana.

 

-¡Salam aleikum! Dije a la vez que asomaba el rostro.

-¡Aleikum Salam! Contestaron ellas a la vez que la mujer empujaba la puerta para abrirse paso, mientras que yo en total reserva trataba de evitarlo.

 

En inglés les pregunté quiénes eran,  que cómo podía ayudarlas, mientras continuaba empujaba discretamente la puerta tratando de evitar que las mujeres entraran al apartamento sin antes identificarse. En medio del pulseo me pareció escuchar que la joven intentaba comunicarse en inglés, mientras la madre no paraba de hablar en árabe, con una cara notablemente desencajada, empujando cada vez más fuerte la puerta y decidida a entrar. Mi desconcierto era evidente y la joven estaba desesperada, nerviosa, intentaba en vano darme una explicación, contestar mis preguntas. Fue un momento muy confuso, comencé a gritarle a mi esposo para que me socorriera, mientras seguía intentando evitar que las mujeres entraran al apartamento. ¡Cosa de locos!

Entonces escuché que mi esposo hablaba en árabe tras la puerta del pasillo que da a la cocina, mientras la mujer le contestaba en voz alta ya con medio cuerpo dentro y yo aún en actitud de resistencia, presionando con todo mi cuerpo para que las invasoras no ganasen más terreno. La conversación a distancia entre mi esposo y la mujer duró muy poco, sin verse las caras. Me mantuve a la espera de alguna orden, pero para mi mayor desconcierto escuché los pasos de mi esposo que se alejaban en dirección contraria a la zona de conflicto, o sea, de vuelta a su habitación, de retirada. Por algún motivo baje la guardia, mientras la mujer al verme desprotegida, abandonada a mi suerte en el campo de batalla envistió la puerta con toda su fuerza ordenándole a la joven que no se quedara parada en la puerta, que entrara. Sí, que entrara. La mujer ni corta, ni perezosa con cara de victoriosa encendió la luz del recibidor, se quitó los zapatos y colocó su “abaya” en el perchero que está junto a la zapatera; lo mismo que hago yo al llegar a casa. Mientras se ponía cómoda, seguía hablando y la niña tenía la cara colorada, me miraba, balbuceaba un inglés que yo no entendía y se desesperaba por no poder explicarme lo que sucedía. Juro que nunca antes el dicho de “Como Juan por su casa” tuvo tanta validez como ese bendito día.

De alguna manera ellas quedaron delante y yo detrás, debí estar en una especie de “shock” para que en medio del “vodevil” en el que inesperadamente me vi atrapada resultara que la mujer era la que me hacia señas desde la puerta del salón principal para que yo entrara. ¡Ja! Reaccioné de inmediato, la rebasé, me atravesé de frente aferrada al marco de la puerta, con los brazos extendidos en forma de barricada humana y actitud de “por aquí no pasan” o “sobre mi cadáver”.

La mujer contorsionó el rostro, se desfiguro, volteo los ojos de una manera que ni siquiera Linda Blair en el Exorcista pudo hacerlo mejor. Estaba molesta, hastiada de la situación. ¿Si así se sentía ella, cómo podía estar sintiéndome yo? Les decía que no podían pasar sin decirme quienes eran, qué querían. La mujer le reclamaba a la niña y la niña finalmente pudo decir;

-we live here.

- You live here? How is that? I live here. Le dije yo.

Les volví a pedir de favor que no entraran, que iba por mi esposo, que esperaran en el recibidor. Cerré la puerta del salón principal dejándolas prisioneras en la capsula que se forma al cerrar la puerta principal, la del pasillo y la del salón y corrí a la habitación; necesitaba que mi esposo me explicara lo que estaba ocurriendo.

Tranquilos, no se trataba de una primera esposa e hija que hasta entonces mi esposo árabe-musulmán había mantenido oculta… ¡No sean morbosos! Eran Fariha y Munira, la dueña del apartamento y su hija, o sea, era la arrendadora. Mientras mi esposo me explicaba que cuando se acercó a la puerta del pasillo sin dejarse ver, ella se identificó y él le indicó que entrara (olvidando configurar los subtítulos de la conversación en inglés para los que no entendemos árabe), yo sólo recordaba los tres días que pasé limpiando la mugre del baño y la cocina, junto con el juego de mapo y escoba que había tenido que botar porque de volverlos a usar en lugar de limpiar, ensuciarían. Quedé de una pieza. Y disculpen la expresión  pero es necesaria; ¡Carajo! ¿Por qué no avisar si tienen nuestro teléfono? ¿Por qué entrar así como si se tratase de un asalto o un secuestro? Y todavía a mi esposo se le ocurre contestarme;

-Porque es su casa. Mientras se ponía de nuevo la “jalabiyah”

-¿Su casa? Su propiedad sí, pero su casa no porque tenemos un contrato y pagamos renta. ¡Falta de respeto! Si necesitan algo tienen que llamar, avisar que vienen, decir a qué vienen y si estamos disponibles entonces se reciben”.

-Helloooo Aziza! You are in Libya. Hazlas entrar al salón pequeño, cierra la cortina de acordeón que yo les hablo desde el otro lado. Propuso mi esposo mientras ambos salíamos de la habitación en dirección al calabozo donde yo las mantenía detenidas y neutralizadas.

Cuando llegamos al pasillo fuimos sorprendidos por una emboscada, madre e hija se encontraban cómodamente sentadas en el salón familiar, el que queda de frente al pasillo y a la cocina. De inmediato mi esposo volteó el rostro y saludó con mucho respeto pero sin mirarlas a la cara. Mi esposo tradujo durante los primeros cinco minutos de la conversación, pero tras aclarado el “mal entendido” y yo disculparme por no haberles permitido la entrada e incluso dejarlas encerradas en el pasillo, mi esposo les pregunto si querían café, yo propuse jugo y ellas aceptaron el ofrecimiento del jugo; después de tamaño espectáculo para lo menos que estaba yo era para estar sirviendo bebidas calientes. Mucho menos el café que se prepara aquí y al que sin importar la marcan llaman Nescafé, que instantáneo y mezclado con azúcar se bate a mano hasta conseguir a fuerza de mollero y muñeca una crema espesa con color y sabor a caramelo, para luego batir la leche a fin de que el invitado lo saboree, caliente, dulce, cremoso y espumoso. ¡Que beban jugo!

Bueno en resumen, porque de sólo recordar el incidente  se me sube la presión. La conversación se dio entre mi esposo y ella; la mujer de lo más parlanchina y deleitada, mi esposo evitando la mirada como mandan las buenas costumbres de todo árabe-musulmán. ¿Qué hacía yo? Pues parada sobre los cojines, sonriendo, guardando las apariencias ante las miradas escudriñadoras de la joven que estaba evidentemente fascinada con la mujer que el padre les había dicho que era extranjera, que no hablaba árabe y que por fin tenía frente a sí. Y ante la madre de ésta, que bien pudo habernos entregado unos cuestionarios y darse por servida. Estos son los momentos en que de alguna manera agradezco no comprender, ni hablar árabe a fin de evitar desgracias.

A continuación la lista de preguntas y comentarios:

·        ¿Ella no habla nada de árabe?

·        ¿De dónde es? *Fue la primera vez que mi esposo contesto que de Puerto Rico y no de América en referencia a Estados Unidos. Luego le pregunté a qué se debía y me contestó que era para evitar verme en un vídeo por “YouTube” donde me estuviesen degollando. ¡Quedé bruta!

·        ¿Cómo se llama?

·        ¿Cómo se conocieron?

·        ¿Por qué no una palestina o una libia? *Mi esposo contestó “Maktub”. ¡Destino! Y digo yo acá entre nos; ¿Y por qué no una extranjera?

·        ¿Sabe cocinar? ¿Te hace comidas árabes?

·        ¡Mashallah! Nos recibió vestida con abaya y hijab. *mashallah se puede utilizar en expresión de admiración.

·        ¿Cuánto tiempo piensan vivir el apartamento?

·        Mi esposo no consultó conmigo el asunto de la renta. $600.00 LDN es muy poco, yo tenía proyectado unos $700.00 LDN y cinco meses por adelantado en lugar de cuatro porque el apartamento es mío.

·        ¿Ustedes tienen carro? ¿Han tenido problemas de estacionamiento? Porque yo tengo carro (la mayoría de las mujeres en Libia no manejan) y siempre estacioné justo frente a la entrada del edificio. *Mi esposo dice que sólo quería enterarnos que ella contrario a la mayoría tiene auto y maneja.

·        Estoy muy molesta con mi hija, se supone ella pudiese sostener una conversación con su esposa porque para eso se le paga un colegio privado donde estudia inglés. *La niña con su carita aun roja, sonriendo pasmada, avergonzada.

·        Caminando hacia la cocina; -¡Masha Allah! Tu esposa es una mujer muy limpia. ¡Muy limpia! * ¡Claro! Para algunos la limpieza mínima y básica puede resultar sorprendente y admirable. Recordé aquello de “Marmol por fuera, ceniza por dentro”.

·        A pesar de ser americana tiene cara de libia. *Sonreí prefiriendo mirar a Munira la niña.

·        Caminando hacia el baño; “El baño necesita mantenimiento, es necesario instalar todo nuevo, pero me imagino que si ustedes hicieron un contrato de sólo cinco meses no van a entrar en esos gastos, aun así deberían instalar un extractor de aire en la cocina. *Agraciadamente mi esposo es un hombre educado y respetuoso, conoce el arte de callar y yo no hablo árabe y no se me tradujo al momento. ¡Dios sabe más!

·        Durante 16 años mi familia y yo fuimos muy felices en este apartamento, lo cuidamos mucho, nos ha dado sentimiento tener que dejarlo en manos de otras personas, espero que ustedes también sean muy felices en él y lo cuiden, necesita que se invierta dinero en él, reparaciones, remodelar y ese tipo de cosas simples. *¿Cosas simples? ¿Lo cuidaron mucho? Y espera que lo que no hicieron ellos en dieciséis años lo hagamos nosotros, los arrendatario por cinco meses. ¡Tremendooo!

·        ¿Ella tiene estudios universitarios?

·        ¿A qué se dedicaba en su país? *A mi esposo le pareció conveniente decir Recursos Humanos y Hotelería en lugar de Inspectora de Casinos y terapista de Reiki, mientras me miraba rogándome que no solicitara traducción, que no interviniera, que él se encargaba.

·        ¿Sabe manejar? ¿Tenía auto en su país?

·        ¿Qué dice su familia de que viva aquí en Libia?

·        ¿Es musulmana? *Está pregunta en sociedad es capaz de desfigurarle la cara a mi esposo quien siempre traga hondo y contesta, “estamos en el proceso”.

·        Es una pena que como esposo no la hayas enseñado árabe en todo este tiempo.

·        ¿Piensan tener hijos?

·        Bueno, ya es tarde. Voy a visitar a todas mis vecinas del edificio (son tres) pero olvidé decirles que vine a llevarme las cortinas y el mueble del pasillo. ¿Puedes desmontar las cortinas?

Cuando mi esposo escuchó lo de las cortinas y el mueble olvidó las buenas costumbres y la miró sobrecogido por la incredulidad. También me miró a mí que no tenía idea de lo que sucedía. Hasta entonces ella había interrogado a mi esposo sin que yo interrumpiese solicitando traducción a pesar de la evidente incomodidad de mi esposo. Pero cuando advertí la cara de “¿En serio?” de mi marido ante el requerimiento de las “benditas cortinas”, le pregunté qué pasaba. Con temor a mis reacciones caribeñas, me informó lo de las cortinas y el mueble en tono de “por favor mantén la calma, no pasa nada”. A mí el asunto me pareció una soberana cabronada, tomando en cuenta que la renta se fijó con muebles incluidos, de los cuales les pedimos se llevaran todos los que estaban rotos, mugrientos, muy usados y con olor a gente. Aun así opté por sonreír. Bueno, esbocé una mueca con pretensión de sonrisa que seguramente me desfiguro el rostro y envió un mensaje claro de incomodidad y disgusto. Entonces tras pronunciar un despechado “taman!” tomé una bolsa plástica, me dirigí al mueble del pasillo y me dispuse a vaciar las gavetas y colocar nuestras pertenencias en la bolsa. *Taman es una palabra turca que equivale al “Ok!” y ha sido adoptada por los árabes. Cuando la jovencita me vio vaciando las gavetas murmuró con evidente compasión; “La, la, la!” *”la” significa “no” en idioma árabe. Le susurró algo a la madre. Estaba sonrojada, se notaba extremadamente avergonzada y hasta conmovida. Entonces le dijo a la madre algo relacionado a las cortinas y el salón árabe -que mandamos a hacer y aún no han entregado-. La madre pareció tener un momento de reflexión, me miró y le indicó a mi esposo que sólo le diera el mueble del pasillo y la cortina frontal del juego que cubre la puerta que comunica el salón pequeño con el balcón.  Respiré profundo pues los muebles para el salón árabe se ordenaron de acuerdo a los colores de las cortinas que estaban en el apartamento al momento de la mudanza. Munira y yo nos miramos y volvimos a sonreír de forma chispeante pero sin muecas. Fueron sonrisas de complicidad reconociendo una alianza momentánea por la cual se entendía que en la “batalla de los muebles y las cortinas” no se había perdido todo. Mi esposo desmontó las cortinas, yo las doblé y las acomodé en una bolsa plástica. Fariha, la madre, no dejaba de elogiar lo atenta, limpia y ordenada que según ella, soy. Se despidieron con una invitación al aire para un almuerzo o cena cuando terminaran de organizar su nueva casa.

Mientras la madre dirigía a mi esposo en el proceso de transportar el mueble al área del vestíbulo del primer piso, la niña me pidió mi correo electrónico y mi número de teléfono. Me comentó que su maestra de inglés es pakistaní y que le contaría sobre mí, que la disculpara por ponerse nerviosa y no poder hablar bien el inglés. Le dije que en ese caso ella también debía disculparme a mí, por estar en su país y no saber hablar su idioma, que también me había puesto nerviosa y que tampoco habló bien el inglés porque no es mi primer idioma. Me preguntó cuál era mi idioma y le dije que yo hablaba español. Abrió los ojos maravillada y me preguntó si yo era de España. Le aclaré que soy de Puerto Rico, y como no sabía quién era Ricky Martin le expliqué que es un país latinoamericano ubicado en el Caribe. Como tenía mi “Tablet” encendida y justo enfrente, busqué un mapa de América y le mostré la ubicación de mi patria, Puerto Rico. La madre la llamaba desde la puerta, nos despedimos sonriendo, con cuatro bezos y un abrazo. Munira caminó doblando el pedazo de papel donde llevaba mis datos y así con el rayo de luz que penetraba desde el área de las escaleras vi desaparecer a las dos mujeres, satisfechas en su curiosidad en dirección a satisfacer la de los habitantes de los tres planetas circundantes al nuestro, en el universo de este viejo edificio de Bengasi donde ahora vivimos. Desaparecieron como teletransportadas, dejándome con esa sensación  de quien ha sido víctima de un “encuentro cercano del cuarto tipo”. De alguna manera mi esposo que es tan reservado se sentía igual.

 

Y mientras conversábamos sobre el traumático incidente timbró mi celular…

Una amiga palestina: -¡Hola Aziza! Ya llevas dos semanas de mudada y no me has invitado a visitarte.

Yo: ¡Hola! Si justamente estaba por…

Amiga palestina: ¿Cuánto pagan de renta? ¿Compraron muebles?

Yo: Pues…

Amiga palestina: ¡Espera! Me está entrando otra llamada.

(Espero mientras miro a mi esposo en total perplejidad)

Amiga palestina: ¡Aziza!

Yo: ¡Sí! Te escucho.

Amiga palestina: Deja preguntarle al complicado de mi esposo cuándo podemos ir a visitarlos. Te dejo que me están llamando de nuevo. ¡Bye Aziza!

 

Fue un día largo, de encuentros cercanos de todo tipo, de “abaya y hijab” dentro de la casa, en fin, de “choques culturales”. De este lado, como en el nuestro,  también existen los mitos, el rechazo y desconocimiento pero igualmente la curiosidad y fascinación que despiertan los extranjeros y todo lo que sea ajeno a la cultura propia. Mi esposo dice que la incautación de las cortinas fue sólo el pretexto para conocer a “la extranjera” y tener tema de conversación nuevo con las vecinas mientras toman el té  y comen semillas de calabaza y girasol.

Mi esposo salió a buscar una de sus hermanas al trabajo para llevarla a la casa de sus padres, yo me quité los paños con intención de ponerme cómoda y relajarme un poco. El timbre sonó nuevamente, agotada y aterrada caminé en puntillas hacia la entrada, escuché voces jóvenes, golpeaban la puerta y tocaban el timbre. Apagué la luz del pasillo y me arrastré de espalda pegada a la pared hasta llegar a la puerta. Sigilosamente me acerqué a la mirilla y vi como Munira y un grupo de amigas, al no ser atendidas, se alejaban subiendo las escaleras en dirección al tercer piso. Alhamdilillah!!! *¡Gracias a Dios!

 

Esa noche antes de dormir, mi esposo describió la visita como infortunada para los efectos de nuestra seguridad. Yo, aún estaba muy impresionada  porque desde la tendida de ropa en el balcón, hasta el último timbrar de la puerta me había sentido observada, escudriñada, investigada, invadida y hasta secuestrada.

¡Habibty, eres toda una atracción! Dijo mi esposo en forma de broma mientras se sonreía y me acariciaba la cabeza para que me durmiera y descansara.

Sonreí con cariño pero cerré los ojos con la incómoda sensación del mal sabor que dejan los sucesos no definidos, además tampoco se siente lindo que te vean como una atracción.

Tender la ropa en el balcón, saludar e invitar a pasar a dos mujeres que tocan a tu puerta queriendo conocerte, atender la llamada de una amiga que quiere visitarte, niños tocando a la puerta porque tienen curiosidad; la vida es simple cuando se quiere, pero hay personas que no saben vivirla si no es de forma intensa y, para bien o mal, yo soy una de ellas.
 
* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©. 

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8 comentarios:

  1. Wow, wow, wow... estoy boquiabiert@!!!
    Te felicito... estoy orgullosa de ti como mujer latina, como mujer puertorriqueña, como toda una dama... hay que tener entereza para no salirse por el techo... jajaja... creo que la doña se pasó de la raya... pero la que quedó brillando fuiste tú... te felicito y gracias por contar... a ver si nos sirve de enseñanza.... Un abrazo!!!

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  2. OMG OMG OMG!! Que va a pasar cuando sepan que marido no estará, Dios Santo este relato tiene continuación. A mi no tiempo de buscar el popcorn me dió. Excelentes experiencias. Te admiro, yo me aguantaría solo de vacaciones con pasajes comprados de regreso. El Amorrrr!!! Dios ilumine tu camino!

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  3. Pero y donde quedan los protocolos con esta señora??! No que alla hay tanta etiqueta y cortesia y a ella no le aplican? En fin, es tremenda impropia!

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  4. En TOTAL ACUERDO con Adah y con tu respuesta!!!...pero como me hiciste reir con tu forma de narrar ;)

    PD: Yo fui Auditora en un Casino,....!!!

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  5. Lo lei corrido completo hasta el final sin pestanar..jajaja

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  6. No se supone que hay un protocolo, unas reglas de etiqueta, en fin educación? La doña me saco por el techo, que paciencia tienes o fue el problema del idioma? Jajaja, como decimos en PR tenía guille de policía.

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  7. Lol prima come me he reido minutos antes de leer el blog yo elogiandote las cortinas y la dueña te las queria quitar. Te confieso que que fui de los morbosos que hice una novela antes que aclararas. Pero como piciano que soy tengo una mente fsntaciosa y decia era eso o que tanto joder con el timbre para darte una atalaya o un catalogo de avon kuahahaha. Y lo poditivo que no entendiera el idioma que tu marido pensaba si Dari entendiera que haria mejor le explico mas tarde. Son las 4:46 am en Pr y no dormire riendome

    PD vende cortinas de esas en PR que ya te tengo clientes

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