viernes, 13 de junio de 2014

Pal’ ululeo: "Khatooba"


 
"Una cultura es el modo de vida de un pueblo, en tanto que una sociedad es el conjunto organizado de individuos que siguen un determinado modo de vida; más simplemente, una sociedad se compone de individuos; la manera en que éstos se comportan constituye su cultura". (M.J.Herskovitz, antropólogo cultural).
Contando las bodas a las que he asistido desde que vivo aquí en Libia, suman un total de cuatro, pero nunca antes había tenido oportunidad de presenciar una celebración de compromiso nupcial. Los palestinos la llaman "Khatooba" pero en cada país, según el dialecto árabe que se utilice se le conoce de forma diferente; he escuchado milkah, fatiha y walima.

Bueno, ya conocen la historia de la desconcertante invitación al “ululeo” (aunque “ululeo” es la palabra que describe la típica expresión de júbilo entre las mujeres de cultura árabe, yo le llamo “ululeo a cualquier celebración). Y como si ya hubiese sido poca la confusión idiomática, el domingo en la tarde me visitaron mi suegra y mis dos cuñadas casadas que viven en este mismo barrio. Siempre que vienen a visitar a sus padres, suben con la madre y sus niñas al segundo piso  a ver cómo estoy, les obsequio jugo (asir), algún bizcocho y a nuestra manera “chismeamos” un poco; esto comúnmente ocurre los días viernes, que aquí es el equivalente a nuestro domingo.

En esa visita entendí que la celebración tendría lugar en la casa de la prometida, que convenientemente vive a una calle de la que será su nueva familia y donde iniciará su vida de casada. El prometido, que es el hijastro de mi cuñada Hana, ha finalizado toda la obra de construcción del apartamento que será su nuevo hogar sobre la casa de los padres. He tenido oportunidad de ver el proceso y en realidad se han construido dos apartamentos, pues son dos los hijos que ya están listo para dar el gran paso. Como la casa familiar del primer piso es bastante grande, los apartamentos construidos sobre ella son espaciosos, con una excelente distribución de espacios funcionales y terminaciones modernas de muy buen gusto. En mi opinión, están bellísimos.

El día antes, mi esposo estuvo intranquilo llamando a mis cuñadas casadas y a sus esposos, quería asegurarse que no hubiese ningún mal entendido en cuanto a la transportación. Desde que vivo en Libia, está sería la segunda vez que saldría de la casa sin él. La primera vez asistí a un velorio, fue toda la familia pero yo viajé con mi cuñada Fatin y su esposo Husán. Son los más allegados a nosotros, como dije, viven en el mismo barrio y mi concuñado además de hablar inglés es como un hermano para mi esposo, ambos se profesan gran cariño, respeto y confianza. Me gusta visitar esta familia y compartir con ellos, aparte de ser buenos anfitriones, comprenden que vengo de una cultura diferente y de su parte además de cariño siempre he recibido un trato respetuoso y considerado. En fin, que tanto el matrimonio como las niñas me hacen sentir querida y aceptada como parte de la familia. Agraciadamente, lo mismo sucede con Hana y su esposo Abu Waleed (cuando se nombra a un hombre con hijos no se utiliza su nombre propio, en lugar se dice “Padre de… [nombre del hijo varón mayor]”. En este caso “Padre de Waleed”).

Así que puntualmente como habíamos quedado, a las 4:30pm tocaron a mi puerta. Era mi cuñada Fatin, las nenas y mi suegra. Ya estaba lista y debidamente envuelta en mis paños, pero mi suegra pidió que me removiera el “hijab” (velo que cubre cabeza, cuello y pecho, dejando el rostro descubierto) y la “abaya” (túnica larga, en este caso la típica de color negro con la que se cubren las mujeres musulmanas para salir a la calle) para ver cómo iba arreglada. Pues aquí que se vive pendiente a “el qué dirán” imagínense cuánto más, si se trata de mostrar a tu única nuera extranjera en sociedad. Las demás mujeres estarán pendiente del más mínimo detalle, desde mi aspecto físico, el arreglo personal, hasta cómo me comporto; si hablo o me río alto, cómo tomo asiento y si al comer lo hago de forma delicada o no.

Francamente nunca me he tomado esto muy enserio, si algo tenemos muy claro mi esposo y yo, es que no soy árabe; y aunque respeto las tradiciones y normas sociales e incluso a fin de cumplir con esto he adoptado ciertas costumbres, las personas con las que interactúe socialmente deberán comprender esa realidad; el que no pueda hacerlo simplemente tiene que trabajar con su capacidad para relacionarse con personas de otras culturas, digo, si es que le interesa, porque nadie está obligado.

Tras la aprobación de mi suegra bajamos con un taconeo inusual entre las lúgubres escaleras que conectan el interior de ambos pisos. Mis sobrinas Rowa y Ronda estaban vestidas como dos muñequitas, además estábamos felices de viajar juntas aunque el recorrido de la casa donde vivo hasta la de mi cuñada Hana es tan sólo de unos cinco minutos en auto, puede durar un poco más si no se quiere estropear mucho el vehículo, pues como en la mayoría de los barrios las calles están sin asfaltar y específicamente en la calle principal del nuestro, llevan meses trabajando en un proyecto monumental relacionado al acueducto, asunto que dificulta el tránsito.

En el camino Husán y yo conversábamos sobre la fecha de regreso de mi esposo y bromeábamos sobre sus llamadas del día anterior. Se preocupa mucho por el aspecto idiomático y otros asuntos que no vienen al caso, además ninguna de las mujeres con las que realmente puedo contar hablan inglés. Desde el inicio de la polvorienta calle se podía notar que el frente de la casa de Hana y Abu Waleed estaba atestada de autos. De ellos se bajaban mujeres envueltas en sus paños negros, y algunas llevaban a sus hijos pequeños de la mano o en brazos. Una de ellas vestía el “niqab”, que es un vestido comúnmente de color negro, largo y cubridor que lleva un velo con el cual se cubre el rostro, pero dejando libre sólo el área de los ojos. Algunos de estos vestidos incluyen lo que podríamos llamar un segundo velo
de cierta transparencia que aunque cubre los ojos, permite a  la mujer “ver sin ser vista”. Aquí se me ha dicho que la mayoría lo lleva para cubrir el rostro cuando van maquilladas, así evitan llamar la atención de hombres ajenos a su familia que puedan cruzarse en el camino al salir de casa destino a alguna celebración.

Según las mujeres se desmontaban los hombres reiniciaban la marcha para estacionarse donde pudiesen, a fin de esperar el momento en que toda la familia del prometido lo acompaña en caravana hasta la residencia de su prometida. Había un grupo de jóvenes apostados en la entrada principal de la casa y esta vez nadie tuvo que decirme; ellos saludaron a coro con el respetuoso “Slam Aleikum” (la paz sea con ustedes) al tiempo que todos bajaban la cabeza y nosotras de igual manera contestamos, “Aleikum Salam” bajando la vista, así evitamos contacto visual entre hombres y mujeres extraños.

Una vez atravesamos el portal, mi cuñada Hana nos recibió junto a las niñas, Reem y Roaa, todas muy elegantes y sonrientes, muy bien puestas. El sol quemaba y aunque estábamos deseosas por entrar se formó el atasco de siempre, ya saben que el saludo entre mujeres es de cuatro besos intercalando mejillas y bendiciones; pero si en el grupo hay alguna anciana, el proceso de entrada demora mucho más. Éstas suelen duplicar la cantidad de besos y bendiciones, pero se aguanta, porque aquí el respeto y la consideración a los mayores predomina sobre cualquier cosa.

Cuando llegamos al recibidor nos quitamos los zapatos, costumbre que no se negocia por estos lares y que de no observarse te puede causar líos, sobre todo con las amas de casa. Con el rabillo del ojo pude ver hombres de barba y “Jalabiyas” blancas (vestido de pantalón y túnica, tradicional en varios países de cultura árabe y religión musulmana) sentados en el suelo, entre cojines charlando y tomando el té en el salón de visitas. Allí estaba Abu Waleed parado en la entrada, nos saludaba y daba la bienvenida antes de que entráramos a la casa, es decir a las áreas de estar destinadas exclusivamente a la familia. El dueño de casa vestía como sus hijos, de forma occidental, de hecho nunca los he visto con ropa tradicional. Abu Waleed es un hombre muy trabajador que goza de buena reputación, siempre lo he visto de buen semblante, sonriendo, habla un poco de inglés y en su casa siempre me he sentido a gusto y bien atendida.

En una ocasión se enteró de que estando en un parque avergoncé a mi esposo al antojarme de unos “kufta kabab” (pinchos o brochetas de carne molida con mucho ajo y perejil hechos a la parrilla) que estaba preparando una familia siria desconocida, les debo ese cuento. Después de reírse, le dijo a mi esposo que me llevara de vuelta a su casa el siguiente viernes, después del “jumma” (sermón islámico de los viernes) porque prepararíamos los suculentos “kufta kabab” especialmente para mí. Siempre me había simpatizado, pero lo admito, su acción… ¡Me ganó!
 
Cuando entramos al salón de estar, había muchas mujeres sentadas entre cojines bordeando las paredes a vuelta redonda del salón. Estaban relajadas charlando, tomando el té, una de las mayores fumaba algo alejada del resto y en otra esquina una de las jóvenes amamantaba discretamente a su hijo. Yo saludé de forma general con un “As Salam Aleikum”, ellas contestaron a coro mientras me observaban y de prisa mis sobrinas me halaron por un brazo en dirección a sus habitaciones, querían mostrarme los vestidos que les han comprado para el “Ramadán” (mes sagrado del islam, de alguna manera equivalente a la relevancia de la “Cuaresma” para los cristianos). De inmediato me di cuenta que mi manera de saludar no había sido la más apropiada y antes de que alguna de mis cuñadas se diera cuenta regresé al salón y las besé cuatro veces a cada una de las aproximadas veinte mujeres allí presentes.

Mi cuñada Fatin me pidió que la acompañará al cuarto de su hermana para terminar de arreglarse, allí pase unos 30 minutos y para cuando salí la cantidad de mujeres en el salón parecía haberse duplicado, de hecho ya había llegado mi suegra con sus tres hijas solteras. Me senté al lado de mi suegra y noté que una de las chicas me miraba, le sonreí y ella me preguntó que cómo estaba, lo hizo en inglés. Se me dibujo una sonrisa de oreja a oreja porque es bastante incomodo estar en un salón repleto de mujeres sentadas en círculo, o sea, cara a cara y  ser la única que no entiende nada de lo que están hablando.

Me dijo que se llamaba Zeinab, que quiere decir, “la joya más preciada del padre” y se pronuncia “Zaynab”. Montamos conversación de un extremo a otro, hablábamos sobre lo difícil que es aprender árabe versus lo fácil que los que tienen el árabe como lengua materna aprenden cualquier segundo idioma, sobre todo el español. A ésta chica no fue necesario explicarle donde queda mi país, Puerto Rico; además de hablar buen inglés me dio la impresión de ser bastante culta. Según me di cuenta que las mujeres habían dejado de hablar entre ellas para escuchar nuestra conversación, también me percaté que había visto antes a la mujer que fumaba. Cuando se lo comenté a Zeinab me dice; ¡Claro Aziza! Es mi madre y la viste en mi boda. Resulta que durante el mes de mayo había asistido a una boda de una prima de los hijastros de Hana, porque aquí es así, cuando invitan a una chica a una boda la invitación se hace extensiva a todas las mujeres de su familia inmediata y vamos aunque no conozcamos a la que se casa. ¡Todas pal’ ululeo! ¡Que fiestón!

Entonces le digo toda sorprendida; “¡Dios mío! Tú eras la novia, yo no paraba de mirarte. Estabas hermosa, parecías una reina sentada en su trono.” Entonces Zeinab riendo me pregunta; ¿Y ahora, Aziza? ¿Ya no me veo bonita? Creo que algunas de las jóvenes entendían parte de lo que hablábamos porque también rieron. Y bueno seguía siendo una chica bonita, pero en su boda estaba descubierta, con un peinado y maquillaje exótico, su traje blanco de lo más pomposo y “strapless”. Mientras que en ese momento se encontraba como el resto, llevaba “abaya” negra y un “hijab” oscuro. Y un poco esta es la magia del velo que para los hombres árabes resulta ser más atrayente que una mujer que en todo momento va exhibiendo sus encantos, en algunos caso buscando ser blanco de envidia de otras mujeres y de deseo para los hombres. El hombre por estos lares puede sentir curiosidad e incluso morbo por la sensualidad con que suele mostrarse la mujer occidental en revistas y películas, pero lo describen como algo momentáneo y pasajero, los tradicionales, los más conservadores prefieren que su esposa reserve todos sus encantos para el en la privacidad de su casa.

Finalmente llegó la tan esperada llamada. La familia de la prometida estaba lista para recibirnos en su hogar. ¡Comenzó el ululeo! Mientras íbamos saliendo de la casa todas ululábamos y yo me sentía atrapada en alguna de esas escenas tantas veces vistas en la tele  o en el cine, trataba de ulular como ellas lo hacían, pero me atacaba de la risa y me maravillaba el ser parte de ese momento, de compartir la tradición. Alguien había avisado a los hombres porque a nuestra salida estaban todos los autos alineados, con el motor en marcha, listos para salir. En esta ocasión las niñas se fueron con las primas y mi suegra y una prima de su esposo viajaron en el auto de Husán. Estaban todos muy contentos, la caravana de autos iba causando algarabía, todos tocaban sus bocinas dejando saber que éramos el séquito del futuro esposo del barrio.

Cuando llegamos a la residencia familiar de la prometida se dio exactamente el mismo protocolo que a la entrada en la casa de Hana –con ululeo y todo- sólo que esta vez era el padre de la prometida y una tía quienes nos daban la bienvenida, pues la madre de Ala, la futura esposa, había fallecido hacia unos años. Mientras los hombres se acomodaban en una “jaima” (carpa) colocada en el atrio, las mujeres entramos a la casa.

Ala es una chica joven, no debe pasar de 23 años, es bonita, de estatura baja, con unos expresivos ojos árabes oscuros y carita rellenita como las muñecas. Además vestía un traje que resaltaba su figura y que me encantó porque evocaba la cultura andaluza. Entre el vestido y su peinado Ala parecía una de esas bailaoras de flamenco. El vestido era en tela satinada en azul turquesa y puntos negros, con una aplicación  hermosa entre el busto y el torso, de volantes escalonados en el frente y cola en la parte posterior.

Como el salón no estaba alfombrado conservamos los zapatos puestos, pero según entrabamos nos despojábamos de los “hijabs” y las “abayas”. Entonces se iba develando la belleza femenina, de largas cabelleras, de peinados  elaborados, de ropa coqueta, tacones, prendas de oro, de labios rojos y pestañas postizas. Ala nos esperaba sentada en una butaca, con sillas a vuelta redonda. Los ritmos árabes comenzaron a sonar y según saludábamos a Ala, unas nos sentábamos y otras se iban directamente al centro del círculo, comenzaban a contonear los cuerpos en movimientos serpentinos como si desde algún lugar remoto un encantador tocara la flauta y ellas simplemente entraban en una especie de trance rítmico. ¡Qué movimientos de caderas! ¡Qué maravilla!

Mientras mujeres de todas las edades bailaban unas con otras, las demás conversábamos y degustábamos los entremeses. En mi plato había pizzetas al estilo italiano, pequeños shawarmas de pollo, albóndigas fritas con especias, rellenos de arroz, queso y atún, y un bizcochito; también me dieron una soda y agua.

Había una chica alta, esbelta, de traje corto, en color blanco, tipo ballerina. Tenía una cabellera larga de las que llegan a mitad de muslo y su mejor accesorio era su sonrisa a tiempo completo. No la conocía pero me simpatizaba. En un momento dado le pregunté a mi cuñada Fatin que dónde estaba Zeinab… ¡Adivinen! Me señalo a la ballerina. ¡Es increíble! He bautizado a Zeinab la “tres en una”. Sí, es que verla en tres diferentes atuendos ha sido como ver a tres mujeres distintas. Se lo conté y no paraba de reírse.

Luego me fijé que traía un tatuaje de una rosa en una de sus largas piernas y le pregunté si no era “haram” (prohibido) el llevar un tatuaje, me respondió que el tatuaje no es permanente, que su compuesto no proviene de ningún producto animal o probado en animales y que como era un tipo de calcomanía en ningún momento sustancia alguna llega a la sangre. Así que la rosa en su pierna era totalmente “halal” (permitido). Ya luego intercambiamos direcciones de correo electrónico para buscarnos por Facebook y mantener el contacto. ¿Saben? Ahora que lo recuerdo, no pierdo la esperanza de algún día toparme con mi amiga de Bengasi. Aunque no lo crean, la echo de menos. ¡Ja,ja!

Como en las bodas, avisaron que era el momento de cubrirnos, pues el novio entraría al salón para celebrar el compromiso. Aclaro que ésta es la celebración pues la ceremonia de compromiso se había realizado días antes entre ambos núcleos familiares, con todo el protocolo religioso y legal que la misma implica. Una vez que todas nos habíamos colocado el hijab y las abayas, Salah, el prometido entró. Se le veía feliz, pero nervioso. De hecho mis sobrinas se encargaron de comentarlo y de hacer todas las bromas posibles al respecto. Son cuatro pequeñas tormentas de entre 11 y 7 años de edad que siempre andan como cascabeles a merced del viento; riendo y jugando.

 El prometido llega, saluda a su prometida y luego al resto. Él entrega el oro a la futura esposa que se remueve las prendas que llevaba y se coloca las nuevas. Se hace la entrega de los anillos y todas las mujeres  comienzan a ulular celebrando el momento. Algunas, las más ancianas, recitan versos en voz alta, pidiéndole a Dios que bendiga a la pareja; se me explicó que era una tradición del folclore palestino.

 
En ese momento, el júbilo inundo todo el espacio, yo contemplaba la sonrisa nerviosa de Salah, la carita feliz de Ala, el recital de voces bendiciendo a la pareja, algunas mujeres lloraban emocionadas y el resto era un ululeo que se escuchaba frenético, interminable, infinito. A mí se me formó un nudo en la garganta. Desde donde estaba sentada comencé a contemplarlo todo desde un plano lejano, era como si el espíritu que soy viera desde muy dentro y no a través de los ojos que son sólo las ventanas del cuerpo por donde se asoma el alma. En ese instante dejé de ser carne, era conciencia y sólo podía agradecer a mi creador, Inteligencia Suprema, haberme permitido volver y estar.  Sobre todo estar allí, en ese momento y con esas personas. Todos los idiomas del mundo son insuficientes para explicar lo que me ocurrió, lo que sentí, lo vivido, pero; "El que tenga ojos, que vea", "el que tenga oídos, que oiga".


Trajeron un bizcocho y dos copas con bebidas de fruta, y entre los futuros esposos lo compartieron. Fueron felicitados y bailaron a petición de las mujeres que lo celebraban y les tomaban fotos. El ululeo siguió hasta que las invitadas fuimos despidiéndonos y abandonando la residencia al ritmo de la música, de los besos, abrazos y bonitos deseos para con la nueva pareja. Volvimos a trasladarnos en caravana y algarabía hasta la otra calle, debíamos acompañar a Salah de regreso a la casa. Todavía el salón de visitas estaba lleno de hombres mayores, alcancé a ver al padre de mi esposo. Nosotras tras saludar a Abu Waleed volvimos a reunirnos en el salón de estar y tomamos café para  entonces regresar a nuestras casas.

 

Me han dicho que la boda será después del Ramadán, pues durante el mes sagrado no se celebran matrimonios. Ahora que ya se ha cumplido con la ceremonia de compromiso, se entregó  el “mahar” y se celebró, la pareja podrá tener oportunidad de conocerse y compartir pero siempre en compañía de familiares pues el estatus de “comprometidos” no otorga los privilegios y derechos de los “casados”. Es tiempo donde deberán amueblar el apartamento y continuar preparándose para la celebración mayor, la boda. Espero no perderme ese “ululeo” que si antes asistir a una boda no me motivaba mucho ahora la veo con otros ojos, con otro gusto y ya le he dicho a mi esposo que para la boda de Salah y Ala quiero una abaya de fiesta, con brilloteo y colores alegres  porque así se ulula mejor.
 
Pueden complementar este relato con las fotos de un artículo relacionado al tema en el blog de Yassmin:
http://yassmineldouh.blogspot.com/2013/09/fayha-is-legally-and-islamically-married.HTML

* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©. 

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10 comentarios:

  1. Me encanto!!!!! NO sabia que estando dentro de la casa se podian quitar las abayas y hijab. Eso esta chevere!!! Veo que lo disfrutaste mucho! Que bueno! Cuidate!

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    1. Si, Zeny, sólo se usan para salir de casa. Claro que si sales al balcón, a la azotea o al jardín debes cubrirte con algún pañuelo. ¡Un abrazo!

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  2. Wao! Me fascinó tu relato. Me transportaste al ululeo :-).

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    1. Ya nos tocará ir a la boda después del Ramadán... Insha Allah!!!

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  3. Cada vez q leo tus relatos me transporto y me lo disfruto contigo. Me encanta.

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  4. Aziza, que maravilla.. esas celebraciones son espectaculares... imagino la curiosidad de ellos al tenerte entre ellos, pero un corazón noble como el tuyo bien se acomoda en el corazón de los demás. Imagino tu trance al observar esto, pero bien lo describes, es conciencia y alma lo que al final disfruta de esos momentos. A la verdad que tú si que sabes disfrutar la vida. Te felicito!!!
    Bendiciones!!!

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  5. No sabes cuanto extrano vivir en NY y comer delicioso kufta kebab o un shawarma con todos los powers Aziza. Inshallah que algun dia no muy lejano pueda disfrutar de esos manjares. Creo que la comida mediterranea/arabe es mi preferida. Y que hermoso relato. No sabes cuanto me alegra visitar tu blog, pues siento que vivo la experiencia ahi contigo. Mucha felicidad para la pareja y espero que pronto puedas degustar un par de kebabs!

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    1. A mí me alegra que ustedes disfruten tanto estos relatos. Es toda una bendición.

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