lunes, 30 de septiembre de 2013

Ventanas cerradas...

Hay dos cosas a las que me ha costado acostumbrarme, una es el asunto este de vivir a ventanas cerradas y la otra es la cotidianidad silente y recatada que caracteriza a la familia de mi esposo. Imagínense, soy natural de Vega Alta, un pueblo pequeño en la costa norte de Puerto Rico. La mayor parte de mi infancia y adolescencia transcurrió en el campo, en el barrio Candelaria, sector Cibuco (en honor al río que escribe su nombre con letra dorada), que un día de buenas a primeras pasó a llamarse sector Fátima en veneración a la Virgen de Fátima y su capilla, pues si hay algo que distingue a mi barrio es ese fervor católico. La capilla también servía de convento a las hermanas de La Inmaculada Concepción, allí llegábamos los niños del barrio cada sábado de mañana a tomar el catecismo y a cantar con Sor Carmen, la que más recuerdo de todas las monjitas.

El asunto es que la casa de mis padres es la última del barrio, donde termina la carretera y no colinda con la casa de ningún otro vecino en ‘un verja con verja’. Allí crecí disfrutando de espacios abiertos, de dos cuerdas de terreno que dejan boca abierta a todo el que llega, con el arrullo de una tímida quebrada que en tiempos de lluvia se revela por aquello de recordarnos que la naturaleza es tan poderosa como maravillosa. La casa donde he pasado el mayor tiempo de mi vida tiene más metros cuadrados en balcones que en habitaciones, es una casa de ventanas y puertas siempre abiertas, tanto en el sentido más literal de la acotación como en el más simbólico. En nuestra casa no se conoce lo que es privacidad, pues es la casa de nosotros, y agraciadamente del resto de la familia, vecinos, amigos y del que llegue porque la ciudad y el pueblo lo sofoca. Llegan hasta casa de Santa y Edwin donde se toman lo mismo un café o un jugo de limón, que una taza de leche y jengibre si es que les ha cogido la noche echando cuentos y chistes con Papi descamisado desde su hamaca y Mami que aunque siempre con agenda cargada saca tiempo para recibir a todo el que llega y consentir a sus dos nietas.

En casa nos reímos a carcajadas y a gritos, como todas las Arroyo, si estamos en el segundo piso y necesitamos algo del primero nos pegamos un grito. En ocasión de fiesta, los carros se enfilan desde el balcón hasta el inicio de la “jalda”. Y durante el fin de semana si estabas a tus anchas en pantalones cortos y camisilla viendo la tele en el sofá del balcón y llegó visita o un carro repleto de desconocidos perdidos en busca de la salida para Vega Baja, la vuelta al pueblo o la carretera hasta Corozal, te tapas el "muslaje" con el primer cojín que encuentres y descalza o en chanclas te acercas hasta el carro y das todas las directrices necesarias; que si no fuera por la facha te montabas en la guagua y los escoltabas. Pero te regresas al sofá y como es sábado o domingo sin pudor ninguno y con el portón abierto te acomodas y sigues de asueto.

Aquí después de mostrarme la serpiente higiénica y ponerme la barra de Lux en la mano. ¿Se acuerdan? Lo primero que se me dijo a manera de regla inquebrantable fue que por nada del mundo se abren las ventanas. Sí, así como lo leen. Ya he hablado de esto antes y los que me han seguido relato tras relato aquí en el blog de Blogger o en la página de Facebook desde mi llegada a Libia saben lo mucho que me ha costado y las veces que me he metido en líos por desobedecer. Al principio cuando más envuelta me encontraba en la cocina quedaba pegada del techo porque sin verla ni sentirla subir las escaleras mi suegra se aparecía, de kaftan floreado y hijab en la cocina. Entraba con gesto de indignación regañándome en árabe toda alterada, elevando los brazos al cielo, y yo lo único que entendía era las veces que decía ¡Yah Allah! ¡Yah Allah! Y se iba directo a la ventana a cerrarla. ¡Bendito! Luego me preguntaba en su graciosísimo intento de español, ¿Mucho calor Aziza? ¿Mucho Calor? Y ya más calmada, o no sé si en vías de resignación me propinaba par de compasivas palmaditas en la espalda, se sonreía amorosa, como ha sido desde siempre y se marchaba murmurando en el tono gutural tan característico de la lengua árabe pero con la sutileza del acento palestino. Cuando no era la suegra, era alguna cuñada que tocaba a la puerta y yo la abría toda despistada olvidando que tenía alguna ventana abierta y entonces me decían con una paciencia fingida en un inglés mucho más pobre que el mío;  ”Aziza, Clous de guindou. Never open guindou eguein, other man can si yu”. Sí, la razón para vivir a ventanas cerradas es para que ningún hombre que por casualidad se encuentre trepado en alguna azotea o escondido tras alguna cortina, te pueda ver desde alguna otra casa. Aquí las casas en su mayoría son de 2, 3 y hasta 4 pisos; un piso por cada hijo varón casado. Y según cuentan está el ligón que hace orilla, pero nunca será culpa de quien con la excusa de que Dios le dio ojos y de casualidad mirando a lontananza se topó con la ventana abierta. ¡No! Será culpa de la mujer que se deja ver a través de la ventana, que si estaba correctamente vestida aun así será tildada de indecente (غير محتشم) pero que si se le llegó a ver algo de cabello o piel entonces la llamaran puta (عاهره).
 
Ya lo he entendido y lo respeto, pero al principio le cuestionaba a mi esposo alegando que vivimos en un segundo piso, que del lado de la casa en el que se encuentra nuestra habitación una de las ventanas da para el patio lleno de árboles frondosos y que la otra da para un terreno baldío cubierto de rocas. ¡Que no! Que las ventanas no se abren. ¿Y si las abro pero me cubro con abaya y hijab como Allah manda? Que no, que no hay  porque darle de qué hablar a los vecinos, enfadar a sus padres y dar mayores motivos de reparos a sus tres hermanas solteras. Pero cuando mi esposo se va 30 o 40 días a trabajar al Sáhara, confieso que he abierto las ventanas, pero solo un poquitín, tarde en la noche y en la más absoluta oscuridad. ¡Coño! Es verdad que vengo de un país tropical, pero las temperaturas que se alcanzan en Libia entre mayo y septiembre son incomparables. Las casas almacenan el calor de todo el día y en las noches aunque suele refrescar un poco el voltaje eléctrico se debilita, los enseres no funcionan como deberían, y se desconecta el acondicionador de aire para evitar que se dañe. ¿Qué te queda? Dormir en el sauna, sentirte como lechoncito… ¡Ay perdón! Como corderito al horno. He abierto las ventanas y en cada llamada me pregunta y yo queriendo mentir, no he podido. ¡Que me ahogo! ¡Que me asfixio! ¡Que así no puedo! Una cosa es leerlo y otra es sudarlo. Agraciadamente ha llegado octubre, y en el proceso del cambio climático llevamos una semana sin prender el acondicionador de aire y usando un abanico que según me cuenta mi esposo, ya entrando el mes de diciembre no lo necesitaremos. Hace unas cuantas madrugadas atrás escuché lluvia, pero le resté importancia pensé que estaba soñando y seguí durmiendo y es que además este mes comienza la limitada y anhelada temporada de 4 meses de lluvia. El resto se nos va en Siroco, tormentas de arena y ese calor húmedo que te sofoca, te debilita y si no eres de aquí te puede dar con despojarte de todos los paños, tirarte por una ventana y salir corriendo hasta zambullirte en el Mediterráneo. ¡La gota gorda!
 
Las veces que he contado sobre las ventanas he tenido la sensación de que no he logrado transmitir la crudeza del asunto. ¡Tan dramática que estoy hoy! Así que al pie de este relato les comparto fotos reales de las ventanas que me protegen de ser tildada de indecente entre otras cosas y con ello preservo el honor de mi esposo y su familia. Así es aquí, donde vivo ahora. Nada, que cuando pueda visitar mi isla querida y volver a la casa de mis padres allá en Fátima, voy a asomar la cara por cuanta ventana encuentre, me voy a trepar a dormir una noche a contar estrellas en el techo y sobre todo, voy a hablar alto y a reírme a carcajadas, con Mami, mi hermana, mis primas y con las tías que me hacen tanta falta.

Como debe ser...
 
 




 
 
 
 
 


Si se quiere filtrar luz y un poco de aire...
 
 
 
 
 
 
 
 

Como yo la abro...















* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
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sábado, 14 de septiembre de 2013

Tape Vs. Destape



Mi querida amiga Diana Laureano de Puerto Rico, pregunta qué pienso sobre esta foto que muestra de manera gráfica el asunto del tape de la mujer musulmana versus el destape de la mujer occidental. Y yo solo puedo decir que todo depende del cristal con que se mire y entre la latitud y longitud por donde se ande.


Por ejemplo, en Puerto Rico y muchos otros países puede suceder que la mujer que viste con recato y no muestra para nada su cuerpo sea blanco de burlas y rechazo por no responder a la imagen "sexy" y atractiva que la moda, las grandes corporaciones y los medios de comunicación promueven, sobre todo si se trata de una mujer joven. Hasta tus tías te dicen; " ¡Ja! Si yo tuviera tu edad, esas piernas y ese muslaje, no usaría pantalones. ¡A mostrar esos jamones!"


Incluso hay hombres (no todos, antes de que me caigan chinches) que gustan de exhibir el cuerpo de sus novias o esposas para que otros hombres vean ‘la clase de hembra’, 'el mujerón’, ‘la potranca’ que han conquistado y a quien llenos de orgullo llaman, ‘la mujer mía’. Claro que la cosa cambia si se trata de su propia madre, su hermana o su hija (a esas que se vistan sin enseñar). 


Pero, ciertamente  al hombre que gusta de exhibir una mujer 'sexy', con ropa que marque o muestre su cuerpo esto le hace sentir orgulloso y le brinda cierta satisfacción, por otra parte algunas mujeres comparten ese orgullo, muchas de ellas crecieron pensando que de eso se trata ser bonitas, que ser deseada es equivalente a ser amada y que la exposición es sinónimo de valoración.

En estos países árabes-musulmanes sucede todo lo contrario y las razones pueden ser tanto religiosas como culturales. Los padres le inculcan a la mujer desde niña que su cuerpo es valioso, que no todo el mundo es merecedor de poder apreciarlo, que la gente deberá admirarla por su personalidad, sentimientos, inteligencia y capacidades; sobre todo el hombre que la pretenda en matrimonio, pues se interesará por el honor y el prestigio del que goce su familia y por lo tanto del de ella como persona y mujer. 


No todas las mujeres árabes-musulmanas cubren sus rostros, pero la gran mayoría, solteras o casadas se aseguran de evitar que la ropa marque la figura o deje la piel al descubierto. Guardan sus atributos físicos para el hombre que las despose y cuando digo atributos físicos me refiero a cabello, rostro maquillado, todo lo que implique embellecimiento del cuerpo y lo haga atractivo a la vista. 


La gran mayoría de las mujeres con las que he hablado en este país, que además de su cuerpo tapan su rostro y manos me han dicho que lo han hecho por decisión propia, porque es una expresión de respeto a sí mismas, que con ello expresan que son mujeres decentes y sobre todo fieles a ellas, a su esposo y a su religión. También representa un alto para cualquier hombre que se acerque con malas intenciones y a su vez dan buen ejemplo a sus hijas y mujeres jóvenes de la familia (también  están las que lo hacen por requerimiento de sus padres, hermanos y esposos).



Como tema aparte, les cuento que siempre me ha llamado la atención como en películas y en todo tipo de artículos insisten en estereotipar a la mujer árabe-musulmana como una mujer de rostro afligido, pretendiendo propagar la imagen injustamente generalizada de un estado perene de desesperanza y opresión. Antes de vivir en este país miraba las fotos en Internet y decía, "es que de ese lado debe haber mujeres con motivos para sonreír" y efectivamente, ha sido grata la oportunidad de constatar que no me equivocaba. Y con esto no digo que no exista la opresión, el maltrato y la desigualdad de oportunidades hacia el sexo femenino, que si bien se da a nivel mundial por estos lados suele ser mucho más agresivo, pero créanme también hay mujeres que sonríen, que se sienten amadas, respetadas y protegidas por su esposo y todos los varones de su familia; tal y como ordena la religión (aunque personalmente  difiero en algunos puntos), muy al contrario de lo que se puede llegar a ver por tradición.


Retomando el tema de la vestimenta y vinculándolo al comentario anterior les cuento que recién llegada a Libia fui invitada a una boda de alta sociedad, la misma se celebró en un salón muy elegante y como ya saben, las celebraciones se dan con hombres separados de las mujeres, en salones apartes. Todas las mujeres llegamos vestidas de abayas negras y con el cabello cubierto por el hijab, otras llegaban vistiendo niqab, donde todo el cuerpo queda cubierto, incluido los ojos. 


Del recibidor pasaban al tocador donde contaban con todas las facilidades para poder despojarse de los vestidos tradicionales y para mi gran sorpresa, quedar en sus vestidos de fiesta. No pude disimular mi asombro y las observaba a todas con ojos desorbitados y boca abierta, maravillada por completo. En las bodas, que ya he contado que son los eventos sociales más importantes, las mujeres árabes utilizan trajes elegantes y coquetos, muestran sus atributos físicos, llevan peinados hermosos muy elaborados, maquillajes exóticos y ni hablar de la cantidad de joyas de oro y piedras preciosas que ostentan, según su poder adquisitivo claro está, bueno corrijo, del marido. 


Fue un deleite ver a estas mujeres, las mismas que se me cruzan un día cualquiera en el mercado con vestimenta recatada, conservadora y actitud modesta; riendo a carcajadas, exhibiéndose por todo el salón a paso coqueto y en ocasiones contoneando su cuerpo al ritmo de la  música tradicional de las bodas libias; con trajes que fácilmente podrían ser usados para caminar por la alfombra roja, con peinados, piel y maquillaje de diosas mitológicas y como si fuera poco, tacones y joyas que dejarían a la más vanidosa de las occidentales sin aliento y arrancándose los pelos. 


De no ser por la comida, la música y el hecho de que en el salón éramos todas mujeres, les juro que pasaría por una celebración como en cualquier país occidental. Así que me  reafirmo en mi opinión inicial sobre el tape y el destape; todo depende del cristal con que se mire y entre la latitud y longitud por donde se ande. Nada, que si de extremos se trata con el asunto de la vestimenta yo prefiero como dicen los estadounidenses, "a happy medium".


* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.

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