martes, 28 de mayo de 2013

Siroco



 
 
Desperté porque un olor extraño inundo la habitación, además estaba toda sudada, el acondicionador de aire se había apagado y el calor era insoportable. Encendí la luz pero la bombilla colgaba con una energía moribunda que desconcertaba. Escuchaba que afuera hacía un viento feroz y cuando abrí la ventana fue como asomarse dentro de una secadora en marcha. Quedé perpleja; solo había visto vientos así de fuertes en ocasión de las tormentas tropicales y los huracanes que en temporada azotan a Puerto Rico y el resto del Caribe, pero esto era cosa de no creerse. El viento rugía y los arboles del jardín parecían luchar por no ser arrancados. Miré hacia el horizonte y apenas alcancé a distinguir parte del minarete de la mezquita, estábamos atrapados en una inmensa y espesa nube de polvo rojo y aire caliente. Cerré la ventana, el polvo rojo flotaba a mi alrededor y la doliente bombilla se mecía lentamente con una energía que en vano intentaba restablecerse. Abrí la puerta de la habitación y a cada paso pude sentir la capa de polvo que cubría todo el piso. Al abrir la puerta del baño fue inevitable respirar todo el polvillo rojo que flotaba en el aire, lo sentí bajar por mi garganta y dejar ese sabor a tierra y a roca que todos conocemos desde la niñez. La casa entera estaba cubierta del polvo rojo y pensé en mi esposo que se encontraba trabajando en el desierto, recordé las muchas veces que por teléfono me hablaba de las feroces tormentas de polvo y arena del Sáhara. - Es un polvo rojo que viaja cubriéndolo todo, capaz de meterse por los poros, decía. Bajé al primer piso, a la casa de mis suegros, encontré el mismo escenario; una de mis cuñadas quejándose porque no podía respirar, y la otra lamentando la inevitable muerte de la electricidad. Así, encerrados y a oscuras permanecimos todo el día, hasta entrada la tarde mucho después del llamado a la oración del Asar.



* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
**Siroco: Masa de aire tropical, seca y cálida que es atraída hacia el Mediteraneo cargada de polvo rojo del Sáhara y es asociada a vientos fuertes, durante alrededor de 4 días. El siroco causa condiciones secas a lo largo de la costa norteña de África, tormentas en el mar Mediterráneo y tiempo húmedo y frío en Europa. La duración del siroco puede ser tan corto como sólo medio día, pero también puede durar varios días. Mucha gente atribuye problemas de salud al siroco bien debido al calor y al polvo a lo largo de las regiones costeras de África. El polvo dentro de los vientos del siroco pueden causar la abrasión en los instrumentos mecánicos y penetrar en los edificios. Estos vientos, con velocidades de casi 100 km por hora, se producen generalmente durante el otoño y la primavera. Alcanzan sus máximos en marzo y noviembre cuando es muy cálido, con una velocidad máxima de alrededor de 100 km/h (55 nudos). http://es.wikipedia.org/wiki/Siroco


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miércoles, 15 de mayo de 2013

Las Munacabát: El primer encuentro

Foto tomada de: http://www.islamswomen.com/



Audio relato: Las Munacabat: http://www.goear.com/listen/d604c9b/las-munacabat-primer-encuentro-daritza-rodriguez-arroyo

He visto tres, no son muchas porque aquí no son tan comunes como en Arabia Saudita, pero las he visto y las he tenido muy cerca, tan cerca como para lograr atisbar el sutil parpadeo de sus ojos a través de la traslucida tela que los cubre. La primera se me apareció en el aeropuerto de Estambul, lo hizo cuando menos la esperaba, aunque siendo sincera debo admitir que hacía tiempo que no pensaba en ellas, las había olvidado. 

Me encontraba agotadísima tras aproximadamente 21 horas entre aeropuertos, vuelos y trasbordos, no había logrado dormir bien y la emoción de finalmente encontrarme con mi esposo tras 17 meses de espera comenzaba a apoderarse de mí. ¿Qué digo de mí? De todos mis sentidos. Una vez logré ubicar la puerta de abordaje hacia Bengasi, recordé que era mi última oportunidad para refrescarme, maquillar mi cara en un intento por lucir fresca y radiante, y tal y como me pidió mi esposo, cubrirme. Cuando le planteé sobre mi decisión de viajar sin el ‘hijab’ hasta llegar a Bengasi, fue muy enfático en que debía usarlo desde el aeropuerto de Estambul. La intención era tratar de pasar desapercibida, algo que entendíamos posible gracias a mis facciones latinas con -según él- trasuntos arábicos. Debía evitar ser reconocida como una mujer extranjera que viajaba sola a Libia, sobre todo ante la mirada de los hombres. 


Cuando salí del tocador, ya con el rol de mujer y esposa musulmana asumido desde mi vestimenta, me percaté que la sala de espera se encontraba desolada, a través de los cristales vi que  los últimos pasajeros estaban prestos a abordar el autobús que atravesaría la pista para trasladarnos hasta nuestro avión. Bolso en mano aligeré el paso mientras mostraba mi pase de abordaje e intentaba asegurarme que mi cabello, el cuello y el pecho estuviesen apropiadamente cubiertos. 

El autobús estaba repleto, ya no quedaban asientos disponibles, apenas conseguí ubicarme de pies frente a la puerta, cerca de uno de los postes metálicos donde pude sujetarme mientras aseguraba mi bolso y apretaba una maleta pequeña entre las piernas. Se cerró la puerta y confieso que estaba un poco ansiosa, por primera vez en todo el viaje. ¡Era todo tan diferente! 

Estábamos todos tan apretados los unos con los otros, que podíamos oler tanto nuestro sudor como el aliento. Observé a mí alrededor, eran todos hombres, a excepción de dos mujeres que viajaban en compañía de sus esposos; no sé si eran ideas mías pero me pareció que todos me miraban, incluidas ellas. Entonces una de ellas sonrió y yo contesté con otra sonrisa, la mujer le susurró algo a su esposo y él me miró sin expresión alguna. En ese punto ya no sabía si ellos me miraban a mí porque yo los miraba a ellos, o si simplemente todos nos mirábamos porque teníamos ojos y estábamos a bordo del mismo autobús sin nada más que hacer.
Justo cuando pensaba que iniciaríamos marcha, porque ya todos nos habíamos escudriñado con la vista, alguien gritó desde afuera y yo supuse que se trataba de algún pasajero de último momento. Pensé que sería un hombre más, de seguro uno con barba espesa, rostro siempre serio y su ‘taqiyah’ bien puesto. Fue cuando se abrió la puerta y entonces apareció ella, así de manera tan impensada, apareció ante mis ojos toda negra, oscura y contradictoriamente iluminada. Su imagen provocó que desaparecieran todos a nuestro alrededor, en ese instante era sólo ella que venía hacia mí elevada, desplazándose en el aire. Sí, como una aparición mística. ¿Por qué no? 

El viento agitaba todas sus capas, sus paños, su velo pero era imposible verla a pesar de que era igualmente imposible dejar de mirarla. Las había visto en Internet, en documentales, en películas, y en la televisión cuando pasaban noticias de algún país islámico, pero como dije, las había olvidado. Quedé eclipsada, totalmente fascinada. Para cuando me vine a dar cuenta ya había sucedido, se me había aparecido la primera de las Munacabát y ahora que el autobús por fin arrancaba y todos nos tambaleábamos de un lado para otro la tenía muy cerca, tanto que alcancé a verle sus pestañas revoloteando como vívidas alas de mariposa dentro de la oscura malla.

 
Ya no era tan grande, ni tan luminosa, debía tener aproximadamente un poco más de cinco pies de altura y a pesar de todas esas telas se distinguía la silueta de una mujer delgada y delicada. ¡Un niño! ¿De dónde había salido el niño? Era apenas un bebé, como mucho debía tener unos cuatro meses de nacido. Ella lo traía en brazos pero mi embeleso había sido tal que no lo había visto. Tampoco había visto al padre del niño que para no decepcionar tenía una barba espesa y cara seria. Cuando descubrí su mirada fija sobre mí, me asusté, sentí como si me hubiesen descubierto husmeando en casa ajena. Mi primera reacción fue mirar para otro lado, ahora eran mis ojos los que movían sus alas buscando desesperadamente posarse en otro lugar. Para cuando mis ojos intentaron un regreso tímido, ya el chacal estaba frente a mí, con su mirada roja, encandilada, como quien ha descubierto una presa en medio del desierto. 

El chacal sostuvo la mirada como para que no quedase duda alguna, mirada que incomodaba, que trasgredía, que en sí misma era un acto. Y mi segunda reacción fue mirarla a ella, que aunque no parecía seguía estando allí, de cuerpo presente. Para mi sorpresa ella tenía su cabeza vuelta hacia él, al parecer lo miraba, sabía que era un depredador, creo que también me miró a mí y bajo su cabeza como acostumbrada y una vez más resignada. Se encendieron unas bocinas, transmitieron un mensaje en turco y luego en árabe, las personas comenzaron a moverse a afirmar sus bolsos en las manos y el padre del niño continuaba mirando, en un movimiento brusco tomó a la mujer de la mano, la afirmo lo más posible contra él y sin dejar de mirarme se preparaba a bajar del autobús. 

Cuando finalmente la máquina se detuvo y abrió sus puertas, el padre del niño me sonrió cínicamente y bajó antes que todos del atestado autobús. Caminamos en grupo hasta las escaleras del avión, yo lo hacía mucho más lento, para no alcanzarlos, para no coincidir; el padre del niño llevaba consigo los bolsos y al chacal, la madre cargaba al niño y todo su misterio. 

Yo, observaba como se alejaban y la figura envuelta en paños negros tomó forma de cometa; se impulsaba y volaba hasta que la imagen de los tres se disipó  entre el fuerte viento, entre los idiomas que yo no entendía y la presencia de aquella gran ave hueca que me llevaría surcando los aires del Mediterráneo hasta la costa noreste de África, hasta los brazos de mi amado. 

* Daritza Rodríguez-Arroyo, Todos los derechos reservados de autor / copyright©.
 
 

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